SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
19 de marzo de 2013
Lc 2, 41-51
A finales de la cuaresma y casi a las puertas de la Semana Santa, celebramos hoy,
hermanos y hermanas, la solemnidad de san José. El evangelio que acabamos de
escuchar nos lo ha presentado haciendo como cada año la peregrinación pascual a
Jerusalén para celebrar la gran fiesta de la liberación de Egipto y de la alianza de Dios
con el pueblo que se había elegido. El evangelista san Lucas, al que pertenece el
fragmento proclamado, tiene un interés especial en hacer notar que la familia de Jesús
era observante de las normas de la Ley, una observancia que era la respuesta de fe al
plan amoroso de Dios manifestado en la alianza. Esta fidelidad a la voluntad divina era
vivida en un grado eminente por San José, razón por la cual el evangelio lo califica de
hombre justo (cf. Mt 1, 19), es decir, de hombre que ama de corazón la ley del Señor y
la vive noche y día (cf. Sal 1, 2). San José, pues, con su esposa María y con Jesús
iban en caravana a la Ciudad Santa de Jerusalén para celebrar la pascua, subiendo
como Pueblo de Dios, siguiendo el ejemplo de sus antepasados en la marcha conjunta
hacia en la Tierra Prometida a través del desierto.
La peregrinación de la Sagrada Familia conmemoraba, por tanto, la peregrinación de
Israel que fue desde la esclavitud de Egipto hacia la Tierra Prometida, una
peregrinación que la Sagrada Escritura llama éxodo, salida. Se trata de un momento
fuerte de la historia del Pueblo hebreo, en el que se va constituyendo su identidad de
fe y recibe las cláusulas de la Alianza con los mandamientos portadores de vida. El
éxodo bíblico conlleva una vivencia muy intensa de la cercanía de Dios; de Dios que
libera, que nutre, que acompaña y guía a su Pueblo hacia la liberación y la posesión
da la tierra que había prometido a Abraham y a su descendencia. La ruta a través del
desierto se transforma así en lugar de intimidad con Dios, en lugar de amor, de
manifestación de la gloria divina. Con este contexto, en el corazón del hombre de fe
que era José, debían tener una resonancia particular las palabras de los cánticos de la
peregrinación a la Ciudad Santa: qué alegría [...]: vamos a la casa del Señor…allá
suben las tribus… a celebrar el nombre del Señor (cf. Sal 121, 2.4) porque el Señor ha
elegido a Sión, ha deseado vivir en ella (cf. Sal 131, 13). También Jesús subía con
ahínco, anticipando la última subida cuando sufriría la pasión, para vivir su éxodo
hacia el Padre (cf. Lc 9, 51).
El año al que hace referencia el evangelio de hoy, san José y su esposa se
encuentran con que, celebrando la pascua judía, de alguna manera anticipan la futura
pascua cristiana. José según la tradición antigua-, a causa de haber muerto antes-, no
será testigo del misterio pascual de Jesús que ocurrirá en Jerusalén, mientras que
María sí será testigo de la pasión y de la muerte en cruz, así como de la resurrección
de Jesús al tercer día . Esta anticipación pascual es insinuada por el evangelista
cuando explica que, de vuelta de la Ciudad Santa, tras la primera jornada de camino ,
José y María se dan cuenta que han perdido a Jesús; experimentan la angustia de la
desaparición al ver que no iba con otros de la caravana , es como un dolor de muerte.
Y empiezan una búsqueda ansiosa, deshacen el camino con un ansia que es más
fuerte que el cansancio que experimentan. Y, finalmente, la ausencia, que era como
un espejismo de la muerte, se vuelve presencia: al tercer día , sucederá en la mañana
del domingo de pascua, encuentran a Jesús en el templo, cerca del Padre , tal como se
lo dice él. Y la alegría vuelve en José y María, al igual que más adelante volverá en
María y en los discípulos al constatar la vida nueva del Resucitado. En los episodios
de la infancia de su hijo y en el hecho de quedarse en Jerusalén, San José junto con
su esposa perciben algo del misterio de Jesús. Pero aún deben continuar avanzando
en el camino de la fe hasta la comprensión total. Por eso María y José deben continuar
reflexionando en su corazón las cosas de su hijo (cf. Lc 2, 51) que les ha dado a
entender que, por encima de la filiación suya, tiene otra filiación más alta, la divina, de
la cual proviene la sabiduría que extasió a sus interlocutores del templo.
La cuaresma que estamos viviendo es para nosotros una peregrinación hacia la
Pascua, ya bien cercana. Y la tenemos que vivir con el espíritu con que el pueblo de
Israel vivió el éxodo, con el espíritu con que José y María subían a Jerusalén junto con
Jesús. Porque la cuaresma, es tanto un tiempo de purificación interior para liberarnos
de todo lo que es contrario a la alianza divina sellada en nuestro bautismo, como
también un éxodo, un itinerario personal y eclesial que Dios transforma en un tiempo
de intimidad y de amor para que, renovados, lleguemos a contemplar en los
sacramentos pascuales el rostro deseado y glorioso de Jesucristo resucitado al tercer
día. El itinerario de san José, meditando día y noche la Palabra de Dios (cf. Sal 1, 2)
para hacerla vida, junto con su camino de búsqueda y de comprensión de Jesús, nos
es un modelo y un estímulo para vivir con intensidad el tiempo que queda de
cuaresma, hasta la alegría del encuentro pascual con Cristo glorioso cerca del Padre .
Hoy, en Roma, se celebra el inicio de pontificado de Su Santidad Francisco. Desde
aquí nos unimos a él con la oración y con la comunión eclesial a su persona y a su
servicio pastoral. En estos inicios, no nos dejemos llevar por algunas afirmaciones
tendenciosas que hablan de una supuesta colaboración suya con la dictadura militar
argentina; han sido bien desmentidas por testigos calificados de aquella situación. Al
contrario, con docilidad al Espíritu Santo, acojamos las llamadas fundamentales que
ya nos ha hecho el nuevo obispo de Roma: a reconocer, en el fondo del corazón y
ante la gente, la gloria de Cristo crucificado, a construir nuestras vidas y nuestras
comunidades eclesiales sobre la roca firme que es Jesucristo y a nutrirnos de la
oración (cf. Homilía, 14.03.2013); las llamadas a experimentar la belleza de la realidad
eclesial que es reflejo del fulgor de Cristo resucitado (cf. Discurso a los cardenales,
15.03.2013) y a construir una Iglesia más pobre y para los pobres (cf. Discurso a los
periodistas, 16.03.2013); la llamada a ser testigos de la misericordia entrañable de
Dios hacia cada persona (cf. Ángelus, 17.03.2013); la llamada a ser constructores de
paz en un mundo lleno de violencias y custodiar la creación (cf. Discurso a los
periodistas, ya citado). Es el camino de san Francisco, el pobrecillo de Asís, de quien
el Papa lleva el nombre. Es el camino que, desde la gloria de Aquel al que recibió
como hijo, nos invita a hacer San José, el carpintero de Nazaret y custodio de la
Iglesia. Para recorrer este camino nos es dado ahora el sostenimiento de la Eucaristía.