Ciclo C. Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor
Pedro Guillén Goñi, C.M.
Iniciamos, con este domingo, el tiempo pascual, un periodo litúrgico que centra
nuestro itinerario espiritual en la resurrección del Señor, acontecimiento esencial,
único, en nuestra vida de fe. Gracias a la resurrección del Señor nuestra fe tiene
sentido. Con la resurrección de Jesús los discípulos creen firmemente en Él y
revitalizan la esperanza, la ilusión, la certeza de que Jesús es el Hijo de Dios, la
seguridad de que ha llegado la redención de Jesús al mundo.
Tres palabras son claves para abordar este gesto generoso del Señor que nos lleva
de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, del pecado a la gracia: alegría,
esperanza, testimonio.
La alegría: las lecturas de la liturgia de la palabra nos hacen vivir el gozo
permanente y activo de la resurrección del Señor. Una alegría externa pero, a la
vez, interiorizada, que nos descubre la profundidad del acontecimiento salvífico de
Cristo. ¿No nos sentimos hambrientos de alegría y felicidad ante un mundo
superficial que no satisface nuestras aspiraciones?. Penetremos en “el agua viva”
de Cristo resucitado, dejémonos envolver por su presencia y nuestra vida se
convertirá en un remanso de armonía y paz.
La esperanza: Cristo resucitado inaugura “un cielo nuevo y una tierra nueva”. En
esta doble dimensión, inseparable, estriba la esencia de la esperanza cristiana.
Nuestro mundo es construcción, camino, expectativa. El reino de Dios se da en el
aquí y ahora que nos toca vivir y se consuma definitivamente en la otra vida.
Nuestras tensiones y preocupaciones del presente, nuestros vacíos interiores, son
relativos ante la grandeza de un Dios que nos abre horizontes nuevos. Dejémonos
envolver por el optimismo, la ilusión, que nos marca el amor de Cristo resucitado.
El testimonio: María Magdalena, otras mujeres, los discípulos del Señor… al
comprobar que Cristo resucitó sienten el impulso de la fe, la agitación especial que
marca sus vidas, y anuncian a los demás lo que ven y sienten. Esta experiencia
transforma sus esquemas y objetivos y los lleva a testificar de palabra y de obra el
mensaje aprendido y vivido junto al Señor. ¿Sentimos nosotros la misma presencia
gozosa de Cristo resucitado en nuestras vivencias personales? ¿Ante un mundo de
indiferencia secularizante nos comprometemos a ser testigos de Cristo resucitado?.
¿Somos verdaderos discípulos y misioneros de Cristo en los ambientes donde nos
desenvolvemos?.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)