Viernes Santo de la Pasión del Señor
Está cumplido (Jn 19,30)
Esta es la última palabra de Jesús en la pasión de San Juan del Viernes Santo. En
griego “tetelestai”, es decir, “está cumplido”. Es como la firma del Testamento del
hermano mayor y Señor nuestro, Jesús. Él ya ha hecho todo lo que tenía que
hacer.
Delante de nosotros está Jesús, el que pasó haciendo el bien y liberando a los
oprimidos, el que curó a todo tipo de enfermos y recuperó para la vida a los
marginados, el que perdonó a los pecadores y buscó a los descarriados, el que
proclamó el Reino de Dios para los pobres y les dio la buena noticia de su
liberación, el que desenmascaró el entramado social de las castas privilegiadas de
su época, el que denunció la hipocresía de los dirigentes religiosos, el que criticó la
religión cuando ésta se convierte en engaño y alienación para la gente, cuando las
prácticas religiosas se alejan de la práctica de la misericordia, de la compasión y de
la solidaridad.
Jesús ha cumplido su misión.
Los dirigentes manipuladores de los judíos no se pusieron de acuerdo en la
búsqueda de causas suficientes para su condena.
No había razón ni causa de su crucifixión, pero él está en la cruz, condenado y
abocado ya a la muerte inminente. Entre todos lo mataron, pero él solo se murió.
Así reza el dicho castellano. La aparente excusa de responsabilidad que hay detrás
de este dicho se convierte en acusación evidente de todos los participantes en esta
historia. Y por eso este dicho quiere enmascarar la verdad, la culpa y el pecado de
los que ejecutan, obedientes a palabras y órdenes de muerte, también hoy, a miles
de personas inocentes. Ese dicho quiere diluir la responsabilidad última de los que
maquinaron contra Jesús y ahora lo hacen contra las multitudes indefensas de la
humanidad empobrecida. Y lo hacen sólo por intereses particulares, de poder, de
gloria o de enriquecimiento personal. Entonces y ahora.
Pero en la muerte de Jesús, tal como él la afrontó y vivió, hay mucho más que un
asesinato.
En este tipo de muerte se ha consumado el amor más grande de la historia
humana, el que consiste en dar la vida por los demás, por los amigos y por los
enemigos, por los justos y los injustos, por los pobres y por los pecadores.
“Misi￳n cumplida” —Esto parece decir Jesús—.
Ha llegado la hora de la gloria y de la vida a través de la muerte. Es la hora en que
el grano de trigo muere para dar mucho fruto, para que los demás tengan una vida
abundante y nueva. Es el paso definitivamente transformador del corazón humano.
Jesús ha pasado por todo, por incertidumbres, dudas, desesperanzas, tentaciones,
sufrimientos, desprecios, insultos, fatigas, torturas, incomprensiones, abandono,
soledad. Agotado y sin fuerzas, sólo quedan los últimos latidos del corazón, los
últimos bombeos de la sangre a un ritmo cada vez más lento, el calor corporal se
disipa y se esfuma mientras que un sudor frío sale por todos los poros de este
cuerpo de amor, indican que este Jesús va a morir con gran dolor, pero en paz
consigo mismo y con el Dios a quien ha llamado Padre.
No importa que no haya tenido respuesta a su última pregunta (al “por qué me has
abandonado” relatado en Mc y Mt). Lo que importa es que se ha consumado un
amor sin límites. Un amor a fondo perdido, un amor que todo lo perdona, que todo
lo espera, que todo lo aguanta, que todo lo cree (Cf. 1 Cor 13,7). Es el amor que no
pasa nunca, porque es eterno.
Es el amor de quien nos amó hasta el fin y en ese amor inmenso, misericordioso y
bueno está Dios. Es Dios mismo y por eso no necesita responder a nada. Porque él
ya es lo último, es el principio, el fin, el alfa y la omega, el que hace nuevas todas
las cosas.
Y ese amor se ha consumado entre el cielo y la tierra, entre lo humano y lo divino,
en este Jesús crucificado. De esa alianza en el amor la humanidad ha quedado
preñada para parir una criatura nueva, redimida y perdonada, rehabilitada y
capacitada para abrirse al Espíritu de Dios que resucitará a Jesús y nos dará un
nuevo brío a los seres humanos en cualquier parte de la tierra.
Por eso Jesús dice: ¡Está cumplido! Él va a morir sereno y con el valor y la entereza
que infunde el trabajo bien hecho, la misión cumplida, el encargo bien
desempeñado, aunque cueste la vida. Su rostro ya irradia paz porque la tensión ya
ha pasado, el amor de Jesús ha transformado la violencia en ternura, la crueldad en
dulzura, el rencor en perdón, el insulto en bendición, la traición en reconciliación, la
fragilidad en fortaleza, la desesperación en confianza, el pecado en gracia, y la
muerte será transformada en vida por la resurrección. Ésta es la verdadera pasión
de Cristo. No tanto los hechos dolorosos que soportó en la cruz hasta la muerte,
cuanto el amor sin límites con que él afrontó y vivió el sufrimiento para infundir una
nueva vida al género humano. Él nos capacita por su sacrificio redentor, por la
acción de su espíritu y con su ejemplo para que todos nosotros cumplamos también
nuestra misión
La obra de Jesús está consumada. Es una obra perfecta, la de la glorificación del
Padre a través del Amor del Hijo.
El lenguaje sacerdotal de la carta a los Hebreos nos presenta la acción sacerdotal
de Jesús con palabras parecidas: “En los días de su vida mortal present￳ ruegos y
súplicas a aquel que podía salvarlo de la muerte; éste fue su sacrificio, con grandes
clamores y lágrimas, y habiendo sido escuchado por su reverencia, aunque era
Hijo, aprendió en su pasión lo que es obedecer. Y ahora, llegado a su perfección, es
fuente de salvaci￳n eterna para todos los que le obedecen” (Heb 5,7-9). Llegar a la
perfección es consumar la entrega de la vida por amor, mediante la transformación
del corazón gracias a la acción del Espíritu.
A partir de esta extrema solidaridad sacerdotal de Jesucristo, nuestro Hermano, y
en virtud de su ofrenda de la vida a Dios, todos los humanos podemos ser
transformados por ese mismo dinamismo espiritual y sacerdotal que convierte todo
sufrimiento en pasión de amor y en ofrenda única agradable a Dios.
En la liturgia de esta tarde del Viernes Santo oímos: “Por lo tanto, acerquémonos
con plena confianza al Dios de bondad, a fin de obtener misericordia y hallar la
gracia del auxilio oportuno” (Heb 4,16).
Ahora nos toca a nosotros cumplir nuestra misión y seguir dejando que el Espíritu
actúe en nosotros, en la comunidad de la Iglesia, en las comunidades de base
comprometidas en la transformación de las condiciones de vida precarias de
nuestros barrios, campos, pueblos y ciudades. La misión sacerdotal que hay que
cumplir desde nuestras comunidades cristianas plurales y diversas, compuestas por
laicas y laicos, por religiosos y religiosas y por sacerdotes no es otra que el anuncio
del Evangelio a los pobres que nos anunciaba el comienzo del Evangelio de Lucas:
“El Espíritu del Se￱or está sobre mí, porque él me ha ungido para anunciar la Buena
Noticia a los pobres, me ha enviado para anunciar a los cautivos liberación, y a los
ciegos visión, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del
Se￱or” (Lc 4,18-19).
Cuando ante esta misión, como miembros del pueblo sacerdotal y profético, que
busca el Reino de Dios y su justicia en medio de los pobres de esta tierra
encadenada, entreguemos nuestra vida como ofrenda a Dios, en defensa de los
inocentes, en apoyo de los justos y por la liberación de los oprimidos, entonces
también nosotros podremos decir con Jesús: “Está cumplido”.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura