Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor, Vigilia Pascual
En esta noche santa celebramos la vigilia Pascual, la primera, más aún, la “madre”
de todas la vigilias del año litúrgico. En ella, como canta varias veces el Pregón, se
recorre el camino de la humanidad, desde la creación hasta el acontecimiento
culminante de la salvación, que es la muerte y resurrección de Cristo.
La luz de Aquél que “resucit￳ de entre los muertos: el primero de todos” (1 Co
15,20) vuelve “clara como el día” (cf. Sal 138,12) esta noche memorable,
considerada justamente el ‘coraz￳n’ del a￱o litúrgico. En esta noche la Iglesia
entera vela y medita las etapas importantes de la intervención salvífica de Dios en
el universo. Vislumbramos en esta noche pascual, el alba del día que no se acaba,
el día de Cristo resucitado, que inaugura la vida nueva, “un cielo nuevo y una tierra
nueva” (2 P 3,13; cf. Is 65,17; 66,22; Ap 21,1).
¡Oh sublime misterio de esta Noche Santa! Noche en la cual revivimos ¡el
extraordinario acontecimiento de la Resurrección! Si Cristo hubiera quedado
prisionero del sepulcro, la humanidad y toda la creación, en cierto modo, habrían
perdido su sentido. Pero Tú, Cristo, ¡has resucitado verdaderamente!
“¡Qué noche tan dichosa! S￳lo ella conoci￳ el momento en que Cristo resucit￳ de
entre los muertos”. Así hemos cantado en el Preg￳n pascual, al comienzo de esta
Vigilia solemne, madre de todas las Vigilias.
Después de la noche trágica del Viernes Santo, cuando el “poder de las tinieblas”
(cf. Lc 22, 53) parecía prevalecer sobre Aquel que es “la luz del mundo” (Jn 8, 12),
después del gran silencio del Sábado Santo, en el cual Cristo, cumplida su misión
en la tierra, encontró reposo en el misterio del Padre y llevó su mensaje de vida a
los abismos de la muerte, ha llegado finalmente la noche que precede el “tercer
día”, en el que, según las Escrituras, el Se￱or habría de resucitar, como Él mismo
había preanunciado varias veces a sus discípulos.
“¡Qué noche tan dichosa en que une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino!”
(Pregón pascual).
Esta es la noche por excelencia de la fe y de la esperanza. Mientras todo está
sumido en la oscuridad, Dios – la Luz – vela. Con Él velan todos los que confían y
esperan en Él.
¡Oh María!, Señora Nuestra de la Soledad, esta es por excelencia tu noche.
Mientras se apagan las últimas luces del sábado y el fruto de tu vientre reposa en la
tierra, tu corazón también vela. Tu fe y tu esperanza miran hacia delante.
Vislumbran ya detrás de la pesada losa la tumba vacía; más allá del velo denso de
las tinieblas, atisban el alba de la resurrección.
Madre, haz que también velemos en el silencio de la noche, creyendo y esperando
en la palabra del Señor. Así encontraremos, en la plenitud de la luz y de la vida, a
Cristo, primicia de los resucitados, que reina con el Padre y el Espíritu Santo, por
los siglos de los siglos. ¡Aleluya!
En el jubiloso encuentro de esta Vigilia hemos querido dirigir el pensamiento a la
Bienaventurada Virgen María con la intensidad de sentimientos que inspira la
Pascua, en su advocaci￳n de “Nuestra Se￱ora de la Soledad, porque como es
sabido de muchos, estamos en el año jubilar para celebrar 200 años como Patrona
de esta Ciudad. Providencialmente nuestras celebraciones, que comenzaremos el
próximo lunes, todo el mes de abril, mes de nuestra señora de la Soledad,
coinciden con el tiempo Pascual… María es el ‘éxito’ más alto del misterio pascual,
es la mujer perfectamente ‘lograda’ tanto en el orden de la naturaleza como en el
de la gracia, porque Ella supo meditar, comprender y vivir ese misterio más que
ninguna otra criatura humana. Para el cristiano es imposible gustar el sentido de la
Pascua prescindiendo de cómo lo vivió María, victoriosa, con Cristo y por Cristo,
sobre el antiguo adversario.
Que María, testigo gozosa del acontecimiento de la Resurrección, nos ayude a todos
a caminar “en una vida nueva”; que haga a cada uno consciente de que, estando
nuestro hombre viejo crucificado con Cristo, debemos considerarnos y
comportarnos como hombres nuevos, personas que “viven para Dios, en Jesucristo”
(cf. Rm 6, 4.11).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)