II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, Ciclo C
"Dichosos los que crean sin haber visto"
Pautas para la homilía
Los apóstoles protagonistas de las lecturas son también los que durante la semana
santa han aparecido con más fuerza: Pedro y Juan, al apóstol que negó al Señor
pero luego se arrepintió y fue perdonado y el discípulo amado que recostaba su
cabeza sobre el hombro de Cristo en la Última Cena.
Un punto importante es ver como se nos describe la actividad de esta primera
comunidad de los apóstoles en su andanza postpascual; se nos muestra como una
continuidad de la actividad del Jesús hecho hombre: Pedro realiza multitud de
milagros y a él le llevan los enfermos, como hacían con Cristo; de la misma manera
Juan profetiza, recordándonos la predicación profética de Cristo, la predicación del
Reino de Dios. Y es que ambos se han convertido en testimonios del Resucitado,
sus vidas y sus actos sólo quieren transmitir esa vivencia. Y sobre esa vivencia se
edifica la Iglesia, porque sólo es a través de este testimonio de los apóstoles que
podemos llegar al Resucitado.
Es por ello que queremos dedicar estas pautas de la homilía a lo que hemos
llamado el testimonio de la Iglesia para la fe del creyente.
No nos puede sorprender que la Iglesia nos proponga la lectura de este Evangelio
en el domingo de la Octava de Pascua. En él se nos explica la “relación” entre los
discípulos y el Resucitado en dos apariciones. La primera tiene lugar “al atardecer
de ese mismo día, el primero de la semana” (Juan 20, 19) cuando sólo diez de los
discípulos, asustados y encerrados, son testigos de la aparición de Cristo y reciben
de Él el Espíritu Santo. De la misma manera en el momento de la creación “Yahvé
formó al hombre con el polvo de la tierra; luego sopló en su nariz un aliento de
vida, y el hombre tuvo aliento de vida” (Génesis 2,7). El encuentro con el
Resucitado es siempre una nueva creación para el hombre por medio del Espíritu
Santo. Y es a través de ese Espíritu Santo que la Iglesia recibe el ministerio de
perdonar los pecados como nos recuerda el Evangelio de hoy.
La segunda aparición se realiza al cabo de ocho días, una semana más tarde,
cuando los discípulos se reúnen de nuevo en el mismo lugar. Entre ellos esta vez
también se encuentra Tomás, a diferencia de la vez anterior. Éste había
desaparecido en el momento crucial, pero era el mismo que en la pasión de Jesús
animaba a los otros discípulos para mostrar su solidaridad con el Maestro:
“vayamos también nosotros a morir con Él” (Juan 11, 16). Estos dos días, el
primero y el octavo, son el testimonio de que ya desde el principio los cristianos se
reunían regularmente para encontrarse con el Señor Resucitado. De hecho el
encuentro con el Resucitado no se da fácilmente en la soledad ni un solo día al año
adornados con nuestras “mejores galas”. El encuentro con Cristo pasa por el
testimonio de los Apóstoles y la comunión con la Iglesia que los tiene como
fundamentos. Ni si quiera Tomás, que con tanta radicalidad le siguió en vida, se
escapa a esta regla. El gran contacto con Cristo resucitado, incluso el tangible,
puede ser experimentado con aquellos que se encuentran “congregados en un
mismo Espíritu” (Hechos 5,12). Y no se trata de ningún tipo de “solidaridad de
clase”, sino de experiencia de la Iglesia, una Iglesia que no siempre puede ser
perfecta pero que hace tangible en ella las llagas del Resucitado para suscitar la fe.
El problema de Tomás no es la duda de si Jesús se apareció o no, sino si sus
compañeros apóstoles dicen la vedad o no, si en verdad han visto el Resucitado. El
problema es fiarse de los hermanos. Muchas veces nuestro problema es más
cercano al de Tomás de lo que podemos pensar; el problema es si reposamos o no
nuestra fe sobre el testimonio apostólico de la Iglesia. Porque a través de él se nos
ha transmitido el Resucitado. Quizás por esto Jesús hace inmediatamente la
afirmación por primera vez en el Evangelio de “Bienaventurados los que creyeron
sin ver”.
En la tradición de la Iglesia el octavo día es considerado otra vez como el primero,
es como volver al principio, es como volver al paraíso. No sin razón por ello, ya en
los tiempos antiguos, los nuevos bautizados en la noche de Pascua que eran
revestidos con túnicas blancas las llevaban durante toda la semana, para
experimentar en ellos la nueva creación, su nuevo renacer en Cristo por el agua y
el Espíritu, su renacer a la verdad que los Apóstoles les habían retransmitido. Por
ello este domingo es llamado domingo “in Albis” (en blanco) y es también para
nosotros el comienzo de un nuevo viaje al paraíso…
Fr. Dominik Jurczak O.P.
Convento de Sta. Sabina (Roma)
Con permiso de: dominicos.org