MONS. RUBEN OSCAR FRASSIA
VIERNES SANTO – CATEDRAL DIOCESANA
29 de marzo
Queridos hermanos:
Nos encontramos hoy para entrar en el misterio de Cristo, en la conciencia que
Cristo tiene de por qué Él ha venido a nosotros, que ha sido enviado por el Padre,
que ha cargado sobre sus espaldas las miserias y los pecados de todos los
hombres. El cordero capturado, que se hace víctima libremente para salvarnos. El
gran gesto de amor del Padre, al permitir y ver el sacrificio que hace su Hijo, el
gran amor de Cristo, hace la voluntad del Padre y en el Huerto de los Olivos, bien
sabemos, transpiraba gotas de sangre y decía “Padre, si es posible, aparta de mí
este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”
Amor, obediencia, sacrificio;
Esperanza que Dios nos vuelve a dar.
Esperanza que en muchos no está perdida.
Esperanza que el pecado es redimido.
Esperanza que las ataduras y el silencio que provoca la muerte, no tiene la última
palabra sino que siempre la Palabra es Vida, la vida de Dios.
Después de participar del relato de la Pasión, hay algo que podemos ver y pensar,
algo que tiene que ser central para nosotros: la verdad de Cristo que va redimiendo
todas las situaciones de los demás.
Ante la presencia de Cristo, se definen las cosas. “Si hablo mal, dímelo, pero si no
¿por qué me pegas?”, una gran verdad. Otra gran verdad: los dirigentes judíos de
aquél entonces cambiaron el argumento y después dijeron, mentirosamente,
“nosotros sólo obedecemos al Rey César, el romano”, sabiendo que eso no es
verdad. Y así cada una de las cosas que la presencia de Dios devela y nos muestra
la Gran Verdad.
Si hay una tragedia grande en el mundo, es haber perdido el gusto y el olor por la
verdad. El mundo nos ha metido en las cosas que son transitorias, de paso,
ocasionales, mediáticas, superficiales, medias verdades, medias mentiras, ¡así en
todo! En lo institucional, en lo político en lo interpersonal. ¡Y mintamos!, ¡total qué
problema hay!, ¡más o menos!, ¡qué importa!, ¡total no se dan cuenta!
Por eso hermanos, la esperanza que Cristo nos trae en ese gran amor suyo, que es
la aceptación de su sacrificio salvador y redentor, que también penetre en nosotros.
Y quiera Dios que tengamos la honestidad, la responsabilidad y la madurez de
querer vivir en la Verdad.
Él ya habló, nos toca ahora testimoniarlo nosotros.