EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Lunes de la Octava de Pascua
Libro de los Hechos de los Apóstoles 2,14.22-33.
Entonces, Pedro poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: "Hombres de
Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a
explicarles lo que ha sucedido.
Israelitas, escuchen: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes
realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen,
a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios,
ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles.
Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era
posible que ella tuviera dominio sobre él.
En efecto, refiriéndose a él, dijo David: Veía sin cesar al Señor delante de mí,
porque él está a mi derecha para que yo no vacile.
Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo. También mi cuerpo
descansará en la esperanza,
porque tú no entregarás mi alma al Abismo, ni dejarás que tu servidor sufra la
corrupción.
Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu
presencia.
Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza que el patriarca David murió y
fue sepultado, y su tumba se conserva entre nosotros hasta el día de hoy.
Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo
se sentaría en su trono.
Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue
entregado al Abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción.
A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos.
Exaltado por el poder de Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo
ha comunicado como ustedes ven y oyen.
Salmo 16(15),1-2a.5.7-8.9-10.11.
Protégeme, Dios mío,
porque me refugio en ti.
Yo digo al Señor:
"Señor, tú eres mi bien,
no hay nada superior a ti".
El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz,
¡tú decides mi suerte!
Bendeciré al Señor que me aconseja,
¡hasta de noche me instruye mi conciencia!
Tengo siempre presente al Señor:
él está a mi lado, nunca vacilaré.
Por eso mi corazón se alegra,
se regocijan mis entrañas
y todo mi ser descansa seguro:
porque no me entregarás la Muerte
ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro.
Me harás conocer el camino de la vida,
saciándome de gozo en tu presencia,
de felicidad eterna a tu derecha.
Evangelio según San Mateo 28,8-15.
Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del
sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: "Alégrense". Ellas se
acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.
Y Jesús les dijo: "No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me
verán".
Mientras ellas se alejaban, algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los
sumos sacerdotes todo lo que había sucedido.
Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una
gran cantidad de dinero,
con esta consigna: "Digan así: 'Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron
su cuerpo, mientras dormíamos'.
Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de
apaciguarlo y de evitarles a ustedes cualquier contratiempo".
Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido
entre los judíos hasta el día de hoy.
Comentario del Evangelio por:
San Pedro Crisólogo (c.406-450), arzobispo de Ravenna, doctor de la
Iglesia
Sermón 76,2-3; CCL 24A, 465-467
“Id, avisad a mis hermanos (...). Allí me verán.”
El ángel dijo a las mujeres (...): “Y ahora id enseguida a decir a sus discípulos:
"Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le
veréis”. “Ya os lo he dicho” (Mateo 28,7). Al decir esto, el ángel no se dirigía a
María Magdalena ni a la otra María, sino que a estas dos mujeres, Él encomendaba
la misión para la Iglesia, él estaba enviando a la Esposa en busca del Esposo.
Mientras ellas se marchaban, el Señor salió a su encuentro y las saludó
diciéndoles: “Os saludo, alegraos” (griego)... Él le había dicho a sus discípulos: “No
saludéis a nadie en el camino” (Lucas 10,4); ¿cómo es que en el camino Él acudió
al encuentro de estas mujeres y las saludó con tanta alegría? Él no espera ser
reconocido, no busca ser identificado, no se deja cuestionar, sino que se adelanta
con gran ímpetu hacia este encuentro...
Esto es lo que provoca la fuerza del amor; ésta fuerza es más fuerte que todo, la
que todo sobrepasa. Al saludar a la Iglesia, es al mismo Cristo al que saluda,
porque Él la ha hecho suya, ésta es su carne, su cuerpo, como lo atestigua el
apóstol Pablo: “Él es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia” (Col. 1,18). Sí, es
a la Iglesia en su plenitud a la que personifican estas dos mujeres... Él dispone que
estas mujeres ya han alcanzado la madurez de la fe: ellas dominaron sus
debilidades y se apresuraron hacia el misterio, ellas buscan al Señor con todo el
fervor de su fe. Este es el motivo por el que merecen que Él se entregue a ellas al ir
a buscarlas y decirles: “Os saludo, alegraos”. Él les deja no solo tocarle, sino
también aferrarse a Él en la misma medida de su amor... Estas mujeres son en el
seno de la Iglesia, un ejemplo de predicación de la Buena Noticia.
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”