VIERNES SANTO. CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
29 de marzo de 2013
Jn 18, 1-19, 42
He aquí al hombre . Con estas palabras Poncio Pilato presenta a Jesús ante la gente.
Lo hace como si presentara un arquetipo. Pero, ¿es este el hombre que salió de las
manos del Creador, hecho a imagen y semejanza de Dios (cf. Gén 1, 27)? El hombre
salido de las manos de Dios estaba coronado de gloria y de dignidad (cf. Sal 8, 6). En
cambio, el que presenta Pilato tiene un aspecto lamentable, débil después de haber
sido azotado, y con la sangre que se derrama de la frente debido a las espinas de la
corona que lleva; este hombre tiene una apariencia ridícula con el manto de púrpura
que le han puesto para burlarse.
Hermanos y hermanas: este Jesús a quien Pilato presenta es el hombre , el prototipo
del ser humano, pero no tal y como había salido de las manos del Creador, tal como
Dios lo había pensado con amor, sino el hombre con toda su debilidad y su mortalidad;
el hombre despreciado, víctima de la violencia de los otros, marginado y oprimido de
muchas maneras; el hombre que espera la ejecución de la pena de muerte; el hombre
cargado de dolores o gravemente enfermo; el hombre pobre que no cuenta para nada.
Este Jesús que presenta Pilato es, también, el hombre con el vestido ridículo del
egoísmo, del orgullo y de la falta de amor; el hombre con el rostro desfigurado por el
pecado. Digo hombre , pero ya me entendéis que me refiero al ser humano: hombre y
mujer. La caricatura de hombre que Pilato presenta al pueblo es una muestra de la
seriedad de la encarnación del Hijo de Dios, que llega hasta la máxima humillación por
amor, por solidaridad con cada ser humano, sea quien sea. Jesús se convierte así en
la síntesis de todo el mal que hay en el corazón humano y de todo el dolor infligido a
los seres humanos. Y los clavará en la cruz. Por ello, a la luz de la fe, el hombre que
Poncio Pilato muestra con esa apariencia desfigurada tiene la fuerza interior para
llevar a cabo su misión, para restablecer la imagen verdadera del hombre . Tras ser
víctima del mal y del pecado, por medio de esta humillación y de la cruz, el ser
humano puede reencontrar la gloria y la dignidad que Dios le dio al inicio, sólo hay que
dejar entrar a Jesús en la propia vida. Por eso el evangelio según san Juan ve la
pasión y la cruz como la inauguración de la nueva creación y el inicio del reino
mesiánico.
El relato de la Pasión tiene otra escena relativa al vestido de Jesús que nos puede
ayudar a completar la del atuendo burlesco. Para crucificarlo, le quitan los vestidos.
Desnudo en la cruz es el nuevo Adán, el prototipo del ser humano tal como Dios la ha
querido al crearlo. Su desnudez, sin embargo, desfigurada por el sufrimiento y por la
sangre, nos muestra como se ha revestido de nuestra desnudez pecadora para
revestirnos con el manto de su gracia y hacernos hombres y mujeres nuevos.
Adán y Eva, según el libro del Génesis, pecaron por querer prescindir de la palabra
divina y ser ellos el criterio máximo de la existencia humana; se querían realizar
independientemente de Dios y descubrieron su fragilidad, experimentaron su
desnudez. Entonces, dice el libro, sintieron vergüenza, y entrelazaron hojas de higuera
y se las ciñeron (cf. Gn 3, 7). Y las llevaron hasta que Dios, continúa diciendo el texto,
en su solicitud por el ser humano, a pesar del pecado en que había caído, les
proporcionó unas túnicas de piel (cf. Gn 3, 21). Dios no había abandonado a la
humanidad a su suerte, sino que le indicaba que en el futuro podría recobrar la
dignidad perdida. Y ese momento llega cuando Jesús, con su cruz, renueva a las
personas por dentro.
El vestido que le quitan a Jesús no estaba hecho de parches cosidos, como el de
Adán y Eva. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo . Como
si fuera ya un signo de la humanidad nueva que él recrea con su donación en la cruz.
El evangelista tiene interés en subrayar el hecho de la túnica toda de una sola pieza .
La túnica no es un vestido elegante, de fiesta, es lo que cubre directamente el cuerpo
para protegerlo. Esta túnica de Jesús que los soldados no rasgan, es como un
mensaje legado a los cristianos para que custodiemos íntegramente la Palabra y la
obra de Jesús como camino de sentido para la existencia humana y como oferta de
salvación de todo lo que nos oprime. Lo tenemos que hacer, tal como enseñan los
Padres de la Iglesia sobre la túnica de una pieza , desde la unidad entre los
bautizados, como una comunidad unida por el amor de Cristo. No está a nuestro
alcance llegar a ello; porque una unidad así sólo puede ser obra de Jesucristo, que ha
dado la vida para que seamos uno. Pero para que nos pueda otorgar la gracia de
construir una comunidad eclesial sin divisiones, nosotros tenemos que aportar nuestro
trabajo, empezando por unificar nuestra personalidad en torno a él. Esta unificación
interior es básica para poder vivir los unos para los otros, tal como lo ha hecho
Jesucristo hasta entregar la vida por amor.
Esta tarde del Viernes Santo, ante la cruz y considerando todo lo que significa la
pasión del Señor para nuestro bien y el de toda la humanidad, nos damos cuenta de la
necesidad que tenemos de una mayor conversión y de una humildad más grande para
amarlo de verdad y ser discípulos auténticos suyos. ¡Que él, el Crucificado, nos haga
este don!