¿Y TÚ QUÉ PIDES PARA PODER CREER EN JESÚS?
DOMINGO 2º. PASCUA 2013 C
Siempre me he preguntado ¿qué hacía Tomás, uno de los diez apóstoles fuera de
la comunidad de los que aún contra toda esperanza esperaban la vuelta de Jesús a
los suyos? ¿Dónde escondía su soledad y probablemente su dolor? ¿Por qué ese
personalismo suyo que pasaba sobre la fe de sus compañeros de camino que un día
habían recibido la invitación para seguir al Maestro? ¿Por qué los borraba de un
plumazo y quería pruebas para él solo? ¿Por qué escogió como prueba de su fe
precisamente el tocar las llagas del resucitado? Son preguntas para las que no
tengo respuesta, pero el “caso Tomás” está a la vista, como representante de
muchos, muchísimos que o han abandonado la fe en Jesús y en la comunidad de los
creyentes, o aún no les ha llegado la luz del resucitado. Hay muchos que a la
sombra de su propia personalidad, dudan en acercarse a la comunidad y sólo se
gozan en una cierta credibilidad, que no fe madura y concienzuda en el resucitado
que antes fue muerto en la cruz.
Es verdad que la Iglesia, nuestra Madre tiene muchas fallas, muchas manchas que
hay que lavar, pues la cara de nuestra Madre tiene que lucir limpia e inmaculada
como su Esposo amado, Cristo Jesús para que pueda atraer a todos los hombres,
pero a pesar de sus yerros y sus deshonras, la Iglesia tiene muchos tesoros que
ofrecer a los hombres, de manera que dejando su soledad, su silencio y su
personalismo, puedan encontrarse con una Iglesia que ha recibido de su maestro
los grandes tesoros conquistados por él en su entrega, su muerte y su resurrección.
Está en primer lugar el envío que Cristo le hace a su esposa amada para que vaya
por el mundo atrayendo a los hombres al corazón mismo de nuestro Dios que en su
grande amor nos envió a su Hijo como Salvador único y verdadero.
Luego, la Iglesia puede ofrecer a los hombres el don del Espíritu Santo que le fue
confiado por Cristo en el mismísimo día de su encuentro con los que le esperaban y
luego en Pentecostés para que los hombres no carezcan de la gracia, de la fuerza y
del impulso misionero, para que nadie se sienta excluido de ese mandato de
llegarse a todos los hombres, y llamarlos a la unidad y a la paz. Ahora que soplan
vientos de guerra entre las dos coreas, nuestra oración tiene que hacerse más
cercana al corazón de Jesús, pero impulsados por la gracia del Espíritu Santo.
Y entre los grandes, grandísimos tesoros de la Iglesia, está el perdón de los
pecados, ese don encantador que tendría que ser un patrimonio de la humanidad,
no solo de la Iglesia, pues un solo pecado perdonado en la Iglesia, equivale a algo
más grandioso que la creación entera salida de las manos de Dios. Cierto que ahora
cuando los hombres se saltan por todos los mandamientos, un perdón de los
pecados sería infructuoso, pero los mandamientos del Señor están ahí, no pueden
ser desconocidos, y me refiero en este momento a ese en concreto que dice NO
MATARÁS, aplicado a tantas madres que se toman la libertad de acribillar en su
entraña una vida que ciertamente no pidió venir, pero que está ahí, pidiendo a
gritos que se le respete ese derecho ineludible de todo ser humano, el derecho a la
vida.
¡Ya veis que no es poco lo que la Iglesia tiene que ofrecer a los que dudan, a los
que agazapados no se atreven a dar la cara! Podéis salir confiados, Cristo no
rehusará volver a repetir el prodigio obrado en Tomás de dejarse acercar a él, y
tocarle, ahora en otra forma, ahora en la Eucaristía, donde se sigue dando vivo a
todos los que lo invocan, pero mejor aún, acercarse a través de la Iglesia, de su
Bautismo, por el que nos han llegado todas las gracias, del sacramento del Perdón,
y luego, hacerse sacramento de solidaridad, de ayuda, de perdón y de
reconciliación entre todos los hombres para formar esta gran comunidad humana
en camino al Buen Padre Dios.
Felicidades a todos los que dudan pero que ya están ya en el camino y Cristo les
saldrá al encuentro como lo hizo como aquél padre que salía todos los días a recibir
al hijo que se había ido pero que pudo recobrar sano y salvo. Tomás, sigue
acompañando y diciendo con todos los hombres que no creen: “Señor mío y Dios
mío”, invitándolos a unirse a Cristo Jesús Salvador y la Iglesia santa de Dios.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios
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