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Día litúrgico: Miércoles de la octava de Pascua
Texto del Evangelio ( Lc 24,13-35): Aquel mismo día iban dos de ellos a un
pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban
entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban
y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban
retenidos para que no le conocieran (…).
Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos
le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha
declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa
con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.
Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él desapareció de su lado.
(…) Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a
los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha
resucitado y se ha aparecido a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que había
pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.
Comentario: REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos del Papa
Francisco) (Città del Vaticano, Vaticano)
Con la resurrección de Jesús la Escritura se ha desvelado de un modo
nuevo
Hoy partiendo de lo inesperado, la Escritura se ha desvelado de un modo nuevo.
Obviamente, la nueva lectura de las Escrituras sólo podía comenzar después de la
resurrección, porque únicamente por ella Jesús quedó acreditado como enviado de
Dios. Ahora había que identificar ambos eventos —cruz y resurrección— en la
Escritura, entenderlos de un modo nuevo y llegar así a la fe en Jesucristo como el
Hijo de Dios.
Para los discípulos, la resurrección era tan real como la cruz. Se rindieron
simplemente ante la realidad: después de tanto titubeo y asombro inicial, ya no
podían oponerse a ella. Es realmente Él; vive y nos ha hablado, ha permitido que le
toquemos, aun cuando ya no pertenece al mundo de lo que normalmente es
tangible.
—La paradoja era indescriptible: Él era completamente diferente, no un cadáver
reanimado, sino alguien que vivía desde Dios de un modo nuevo y para siempre; y,
al mismo tiempo, sin pertenecer ya a nuestro mundo, estaba presente de manera
real, en su plena identidad.
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