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Día litúrgico: Miércoles de la octava de Pascua
Texto del Evangelio ( Lc 24,13-35): Aquel mismo día iban dos de ellos a un
pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban
entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban
y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban
retenidos para que no le conocieran (…).
Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos
le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha
declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa
con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.
Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él desapareció de su lado.
(…) Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a
los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha
resucitado y se ha aparecido a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que había
pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.
Comentario: Rev. D. Xavier PAGÉS i Castañer (Barcelona, España)
Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron
Hoy «es el día que hizo el Señor: regocijémonos y alegrémonos en él» (Sal
117,24). Así nos invita a rezar la liturgia de estos días de la octava de Pascua.
Alegrémonos de ser conocedores de que Jesús resucitado, hoy y siempre, está con
nosotros. Él permanece a nuestro lado en todo momento. Pero es necesario que
nosotros le dejemos que nos abra los ojos de la fe para reconocer que está
presente en nuestras vidas. Él quiere que gocemos de su compañía, cumpliendo lo
que nos dijo: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt
28,20).
Caminemos con la esperanza que nos da el hecho de saber que el Señor nos ayuda
a encontrar sentido a todos los acontecimientos. Sobre todo, en aquellos momentos
en que, como los discípulos de Emaús, pasemos por dificultades, contrariedades,
desánimos... Ante los diversos acontecimientos, nos conviene saber escuchar su
Palabra, que nos llevará a interpretarlos a la luz del proyecto salvador de Dios.
Aunque, quizá, a veces, equivocadamente, nos pueda parecer que no nos escucha,
Él nunca se olvida de nosotros; Él siempre nos habla. Sólo a nosotros nos puede
faltar la buena disposición para escuchar, meditar y contemplar lo que Él nos quiere
decir.
En los variados ámbitos en los que nos movemos, frecuentemente podemos
encontrar personas que viven como si Dios no existiera, carentes de sentido.
Conviene que nos demos cuenta de la responsabilidad que tenemos de llegar a ser
instrumentos aptos para que el Señor pueda, a través de nosotros, acercarse y
“hacer camino” con los que nos rodean. Busquemos cómo hacerlos conocedores de
la condición de hijos de Dios y de que Jesús nos ha amado tanto, que no sólo ha
muerto y resucitado para nosotros, sino que ha querido quedarse para siempre en
la Eucaristía. Fue en el momento de partir el pan cuando aquellos discípulos de
Emaús reconocieron que era Jesús quien estaba a su lado.
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