III Domingo de Pascua, Ciclo C
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
El evangelio del tercer domingo de Pascua recoge la manifestación de Jesús
resucitado a sus discípulos junto al lago de Genesaret y el encargo que hace a
Pedro de apacentar su rebaño (Jn 21,1-19).
La manifestación de Jesús en el lago (Jn 21,1-14)
El Señor se hace presente a los discípulos que están desorientados pero, a pesar
de todo, conservan cierta unidad entre ellos. El desánimo sugirió a cada uno volver
a sus quehaceres, buscando una seguridad personal y abandonando la empresa
común, pero mantuvieron las relaciones. Se ayudan en lo material, colaborando en
los trabajos de la pesca, aunque con poco éxito.
En esta escena encontramos los amigos de la primera hora, con los que Jesús
inició su aventura (Pedro, Tomás, Natanael, los hijos del Zebedeo y otros dos). El
primero de la lista es Pedro. Dato importante para la comunidad, que tiene que
madurar la disponibilidad a la colaboración en torno a Pedro para vencer las
dificultades del momento.
Aunque la noche sea larga, aunque el trabajo parezca pesado y sin fruto, aun
cuando el tiempo triste le sugiera a cada uno irse a su casa, sigue siendo necesaria
la colaboración de todos. En esta perseverancia común, en la fatiga aceptada
conjuntamente, la presencia del Señor, que parecía perdida, vuelve a manifestarse.
El Señor se hace presente por la mañana, aunque bien podía haber estado toda la
noche entre ellos, sin que se dieran cuenta.
El texto recuerda a la Iglesia que el Señor siempre está cerca, como compañero
y amigo generoso. Hay que obedecer siempre a su palabra, abriendo los ojos del
corazón para descubrirle. Jesús se manifiesta con tres signos complementarios:
En primer lugar, premia con su presencia la constancia de quienes han
perseverado unidos, en grupo, a pesar de las dificultades.
En segundo lugar, premia con una pesca abundante el esfuerzo de quienes siguen
sus indicaciones, aunque no las terminen de comprender; en contraste con su largo
e infructuoso trabajo nocturno.
En tercer lugar, se manifiesta a los suyos con su acostumbrada benignidad y
amistad, como quien siempre sale al encuentro, reparando nuestras fuerzas,
sirviéndonos, ofreciéndonos el alimento que necesitan nuestros cuerpos cansados.
Jesús y Pedro (Jn 21,15-19)
Hemos comentado la primera parte del evangelio que se lee el tercer domingo
de Pascua: la pesca milagrosa. Ahora nos detendremos en la segunda parte, que
puede omitirse por razón de brevedad, en la que Cristo encarga a Pedro el cuidado
de sus ovejas.
Jesús pregunta por tres veces a Pedro sobre su amor y por tres veces le encarga
el pastoreo de su rebaño. La misión pastoral que el Señor confía a Pedro no se basa
en cualidades humanas (ni aun en la misma capacidad de gobierno), sino en la
relación de confianza e intimidad con el Señor.
En Jn 10 se recoge la enseñanza de Jesús sobre el Buen Pastor: camina delante de
las ovejas, que reconocen su voz; conoce a cada una por su nombre y las cuida y
alimenta; las protege y da su vida por ellas. El Buen Pastor es Jesús, que ahora
pide a Pedro que continúe su obra, que haga lo mismo que Él ha hecho.
Jesús había dicho: «Tengo otras ovejas que no están en este redil; también a
estas tengo que atraerlas para que escuchen mi voz y se forme un solo rebaño con
un solo pastor» (10,16). Pedro tendrá que llegar a ellas para que escuchen la
palabra de Jesús, para que lleguen a formar parte de su pueblo (en otro lugar le
había encargado lo mismo diciendo: «Te haré pescador de hombres»).
Amar a Jesús conlleva hacer lo que hizo Él y culmina cuando el que recibe su
llamada está dispuesto a dar la vida por el rebaño, como hizo Él. Por eso el texto
termina con un anuncio del martirio de Pedro (vv. 18-19).
La comunidad está llamada a descubrir la presencia de Jesús en aquellos signos
que Él mismo ha querido regalarnos: el pan y la palabra, el don del Espíritu en el
agua bautismal, y la presencia de Pedro ejercitando el ministerio que Jesús le ha
encargado.
Jesús encarga a Pedro un ministerio, un servicio que consiste en apacentar el
rebaño desde el amor. Esta tarea conlleva prueba, hasta la necesidad de dar la vida
por las ovejas, si fuera necesario. La comunidad debe estar entonces especialmente
unida a Pedro, como hicieron los primeros cristianos. Recordemos que, mientras
Pedro era juzgado en el tribunal, «la Iglesia oraba incesantemente por él» (Hch
12,5).