II Domingo de Cuaresma, Ciclo C
¡¡¡ Jesús vive en nuestra historia !!!
Jesús murió por nosotros y Dios lo resucitó para nosotros, reza la Biblia.
Jesús no se fue al cielo… al cielo de la imaginaria popular. Jesús el que murió tan
cruelmente en la cruz camina en nuestra historia en su actual realidad de
resucitado.
No lo vemos, ni lo sentimos ni tocamos porque vive en una dimensión más allá de
la historia (dimensión transhistórica) pero no en un más allá físicamente lejano. El
cielo real es un estado y no un lugar.
La visibilidad de Jesús resucitado en sus apariciones registradas en los
Evangelios, es un “quiebre” del tiempo y el espacio históricos. Es una excepción a
las leyes de nuestra naturaleza en nuestro estado actual. Es un hecho
extraordinario en nuestra historia humana. Es un milagro de Dios, como todo
milagro, es a favor de nosotros los seres humanos según la sabiduría y voluntad
divina.
La realidad milagrosa de las apariciones de Jesús inmediatamente resucitado fueron
a favor de la humanidad entera, para fortalecer la Fe en su Resurrección a quienes
habían sido elegidos para iniciar la comunicación no sólo del hecho de su
Resurrección sino de su permanencia en nuestra historia para animar-orientar-
recrear una nueva convivencia humana hasta el fin de la historia. No nueva
naturaleza sino nueva en criterios y actitudes de vida. Lo que llamamos el Hombre
Nuevo.
Esta compañía real en cada uno de los seres humanos no podía ser en la
excepción del milagro…, en una permanente interrupción del desarrollo normal de
la historia en apariciones visibles. Hubiera sido una aberración del Creador del
tiempo y espacio para los seres creados…cosa impensada en Dios. Las hubo. Pero
las necesarias según sabiduría divina y no simple contento o curiosidad. En su amor
y sabiduría Dios salva al hombre –recrea sin anular lo creado- salva en la historia, a
través de la historia.
Su compañía en el tiempo presente, en la cotidianidad de la vida humana, el
mismo Jesús se la había prometido al grupo elegido para iniciar en el mundo entero
el proceso de reconocimiento de su presencia después de su muerte y resurrección.
Lo hizo cada vez que les adelantaba su condena y muerte en cruz y hasta
escandaloso rechazo de discípulos más allegados como fue la reacción de Simón
Pedro con la consecuente reprimenda de Jesús por no aceptar el incomprensible
plan de Dios. La preanunció con insistencia porque preveía lo que pasó cuando,
condenado a muerte, con el abandono salvo Su Madre, unas pocas mujeres y el
discípulo en la fidelidad de una sólida y auténtica amistad. Ante tamaña dispersión
de quienes estaban llamados a ser los pregoneros de su muerte y resurrección, al
amor de Jesús se le impuso reagruparlos con una presencia visible en apariciones
como flash, en noche oscura de turbación y miedo en que habían caído. Es un gesto
extraordinario –es milagroso y por lo tanto no habitual. Para los mismos
reagrupados y reanimados por la visibilidad de su Resurrección les adelantó en
largas enseñanzas el encuentro no visible pero real, puesto en práctica cuando
volvieron a la vida habitual de cada apóstol o discípulo.
La historia de los orígenes cristianos muestra que hasta los mismos apóstoles
beneficiados en un primer momento con las apariciones milagrosas, en el curso de
su propia historia personal prosiguieron su mayor encuentro con Jesús Resucitado
en relaciones más profundas de persona a persona, en mayor e íntimo
conocimiento de su pensamiento de Maestro, a través de la normalidad de los
habituales hechos que en sus vidas iban surgiendo. Eso sí, movidos por un hondo
deseo de encontrarse con El…con actitudes de vida que han quedado para la
humanidad de todas la épocas como paradigmas para encontrarse personalmente
con el que murió y resucitó, Jesús, el Señor. A tal punto que ha quedado el axioma:
quién busca a Jesús Resucitado lo encuentra 1 .
Miguel Esteban Hesayne – Obispo
mehm@fibertel.com.ar
1 Tema a desarrollar en próximas homilías