Vienen de la gran tribulación
Vivir no es sólo vivir. Vivir es luchar a sangre y fuego. Vivir es crecer y todo
crecimiento desarticula, desajusta, incomoda. Es caminar sabiendo que se deja atrás
algo y se enfrenta a situaciones imprevistas, inéditas muchas de ellas. En cristiano es
amarrarse a la Cruz, cocerse a Ella y dejar que en el camino las huellas queden
marcadas con sangre.
La visión del Apocalipsis describe el paso de la multitud de los salvados marcada con el
sello de la tribulación. Es su origen. Las “vestiduras blancas” y las “palmas en sus
manos” son contraseñas de vencedores. No se arrugaron ante el victimario, no cedieron
a la tentación de lo fácil. Sus vidas estaban crucificadas con Cristo, como dirá Pablo.
La confrontación en la Sinagoga con sus hermanos Judíos, permite a los dos apóstoles
sacudir el polvo y lanzarse al anuncio de Jesucristo entre los pueblos de la gentilidad.
Pero esto pasará por persecuciones, calumnias, vejaciones de todo tipo, martirio
amasado en el pan de cada día. Entonces, ser cristiano no es nada fácil.
El evangelio nos abre las manos del Padre. De ahí, nadie nos podrá arrebatar, arrancar.
Es promesa de Jesús para sus predilectos. Para ello nos exige “escuchar su voz”,
“seguirle”, apropiarnos de su propia vida, vida eterna que pasa por el duro tamiz de la
Cruz. Esa tribulación, el día a día, es la escuela de los seguidores de Jesús.
Cochabamba 21.04.13
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com