PAPA FRANCISCO
REGINA CÆLI
Plaza de San Pedro
Lunes del Ángel, 1 de abril de 2013
Queridos hermanos y hermanas:
¡Buenos días y feliz Pascua a todos vosotros! Os agradezco por haber venido
también hoy tan numerosos, para compartir la alegría de la Pascua, misterio central
de nuestra fe. Que la fuerza de la Resurrección de Cristo llegue a cada persona —
especialmente a quien sufre— y a todas las situaciones más necesitadas de
confianza y de esperanza.
Cristo ha vencido el mal de modo pleno y definitivo, pero nos corresponde a
nosotros, a los hombres de cada época, acoger esta victoria en nuestra vida y en
las realidades concretas de la historia y de la sociedad. Por ello me parece
importante poner de relieve lo que hoy pedimos a Dios en la liturgia: «Señor Dios,
que por medio del bautismo haces crecer a tu Iglesia, dándole siempre nuevos
hijos, concede a cuantos han renacido en la fuente bautismal vivir siempre de
acuerdo con la fe que profesaron» ( Oración Colecta del Lunes de la Octava de
Pascua ).
Es verdad. Sí; el Bautismo que nos hace hijos de Dios, la Eucaristía que nos une a
Cristo, tienen que llegar a ser vida, es decir, traducirse en actitudes,
comportamientos, gestos, opciones. La gracia contenida en los Sacramentos
pascuales es un potencial de renovación enorme para la existencia personal, para la
vida de las familias, para las relaciones sociales. Pero todo esto pasa a través del
corazón humano: si yo me dejo alcanzar por la gracia de Cristo resucitado, si le
permito cambiarme en ese aspecto mío que no es bueno, que puede hacerme mal a
mí y a los demás, permito que la victoria de Cristo se afirme en mi vida, que se
ensanche su acción benéfica. ¡Este es el poder de la gracia! Sin la gracia no
podemos hacer nada. ¡Sin la gracia no podemos hacer nada! Y con la gracia del
Bautismo y de la Comunión eucarística puedo llegar a ser instrumento de la
misericordia de Dios, de la bella misericordia de Dios.
Expresar en la vida el sacramento que hemos recibido: he aquí, queridos hermanos
y hermanas, nuestro compromiso cotidiano, pero diría también nuestra alegría
cotidiana. La alegría de sentirse instrumentos de la gracia de Cristo, como
sarmientos de la vid que es Él mismo, animados por la savia de su Espíritu.
Recemos juntos, en el nombre del Señor muerto y resucitado, y por intercesión de
María santísima, para que el Misterio pascual actúe profundamente en nosotros y
en este tiempo nuestro, para que el odio deje espacio al amor, la mentira a la
verdad, la venganza al perdón, la tristeza a la alegría.