Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Volvió a latir tu corazón
Por hoy, dejemos reposar el mundo de las ideas para elevarnos al ámbito de la
mística, donde el tiempo parece que no existe y la intuición predomina y
resplandece. Ante un hecho único como la resurrección de Cristo, garantía de
la fe que profesamos, escuchemos al maestro Henry Kronfle que comparte su
encuentro con el resucitado expresado con la dulzura de la palabra hecha
soneto:
Sobró la fe en un hecho comprobado / por el tacto, el oído y la visión, / cuando
fuiste, al final, resurrección/ y redimiste al hombre del pecado.
Yo no toqué la llaga en tu costado, / ni oí tu voz, ni vi tu aparición. / Sé que
volvió a latir tu corazón / por todo el gran amor que nos has dado.
La luz de tu enseñanza está encendida. / Morirse para siempre no es la suerte /
del hombre que ha nacido para verte.
y al tornarte inmortal, tras tu partida, / dando vida a la vida con tu vida, / diste
muerte a la muerte con tu muerte.
¡Magistral lección de teología! La primera estrofa nos evoca la carta de san
Juan testimoniando su encuentro con Jesucristo vivo: “Lo que hemos oído, lo
que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras
manos acerca de la Palabra de vida os lo anunciamos para que vuestro gozo
sea completo. Este es el mensaje que hemos oído de él y que os anunciamos:
Dios es Luz y es Amor”. (Primera carta de san Juan)
Nosotros tampoco hemos tocado la llaga del costado, pero sabemos que ha
vuelto a latir su corazón y prueba de ello la tenemos en tantas personas que
siguen dando su vida por Cristo. Como ejemplo, tenemos el testimonio de las
miles de familias y jóvenes que anualmente salen de misiones en semana
santa para compartir la fe y predicar a Cristo. Allí es donde la presencia de
Cristo se hace vida y llega al interior de cada casa, aldea o parroquia. Su
alegría es prueba de que el amor de Dios existe porque nos hace
auténticamente felices.
“Morirse no es la suerte del que ha nacido para verte”. La redención fue el
motivo por el cual el Hijo de Dios entregó su vida en el Calvario. La vida eterna
nos aguarda para los que creemos que el amor de Dios superó el escándalo de
la cruz. Este tercer domingo de pascua, Cristo se aparece a orillas del mar de
Galilea para confirmar a Pedro en su misión de ser piedra y pastor de la Iglesia.
Para confirmarnos a cada uno en la vocación universal a la santidad de vida.
La última palabra lo sintetiza todo: “Sígueme”. Él nos precede y va dejando las
huellas para que no nos perdamos. Te seguiré, oh Señor, por tus sendas de
amor y devolveré al mundo su dignidad.
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