DOMINGO II DE PASCUA (C)
Homilía del P. Joan M. Recasens, subprior de Montserrat
7 de abril de 2013
Hch 5, 12-16 / Ap 1, 0-11a. 12-13. 17-19 / Jn 20, 19-31
Paz a vosotros. Con estas palabras que Jesús dirigió a sus discípulos después de su
resurrección, me complace también a mí decirlas a todos y a cada uno de vosotros al
comenzar esta homilía del segundo domingo de Pascua.
Durante todo el tiempo pascual, estos cincuenta días que son como una sola
celebración, es especialmente importante para nosotros cristianos captar, profundizar
y sobre todo vivir lo que es la Pascua como hecho central de la fe y por tanto de la
vida cristiana. Y con toda seguridad que el camino mejor para conseguirlo es el de
escuchar y asimilar las lecturas de la Palabra de Dios que desde hoy hasta el séptimo
domingo de Pascua iremos leyendo en nuestras celebraciones litúrgicas dominicales.
En las celebraciones de estos domingos de Pascua, habitualmente se lee como
primera lectura un fragmento de los Hechos de los Apóstoles para que nos ayuden a
comprender mejor la vida de las primeras comunidades cristianas, de cómo vivían, qué
era para ellas lo más importante, como crecían en número, cómo expresaban la fe en
el resucitado y sobre todo cómo se manifestaba en ellas la presencia del Espíritu de
Jesús.
En el fragmento de hoy se nos ha dicho que los apóstoles obraban muchos milagros y
prodigios entre el pueblo y que todos se reunían unánimemente en el pórtico de
Salomón para escuchar el mensaje de salvación y manifestar su fe. Y subraya el autor
sagrado que cada vez se les añadían más hombres y mujeres que se convertían a la
fe en el Señor.
Es importante para nosotros este recuerdo de la primera comunidad cristiana, la
Iglesia naciente. No porque en ella todo fuera perfecto, ni por ser para nosotros un
modelo a copiar al pie de la letra. Era una comunidad humana y por tanto con sus
cualidades y sus defectos, y era una comunidad de su tiempo, no del nuestro. Pero sí
que aquella comunidad puede ayudarnos a entender, a revivir, a vivir mejor nuestra
comunidad cristiana, nuestra iglesia de hoy.
La tercera lectura de todos estos domingos, normalmente se toma del evangelio de
san Juan. De hecho, si todos los evangelios son como unas catequesis dirigidas a la
comunidad cristiana para orientarla y para responder a cuestiones concretas, más que
ningún otro, el evangelio de Juan une una preocupación de fidelidad a Jesucristo con
una preocupación de presentarlo como vivo, presente y activo en la comunidad y en
cada uno de los cristianos.
El evangelio de hoy responde precisamente a una de estas preocupaciones de las
comunidades de segunda generación, que ya no eran testigos presenciales de
aquellos hechos ni de sus contemporáneos y que algunas veces se veían sacudidas
por las dudas.
Juan, en el fragmento del evangelio que hoy se nos ha proclamado nos narra las
primeras apariciones de Jesús a sus apóstoles después de la resurrección. Estando
reunidos en casa con las puertas cerradas se les aparece el Señor resucitado. Para
ellos resultaba duro creer que hubiera resucitado. Al inicio atribuyeron las apariciones
del Señor resucitado a visiones fantasiosas de las mujeres. Pero en el momento que
ellos tuvieron la misma experiencia y cedieron a la evidencia, surgió el empirismo de
Tomás. La noche de la primera aparición del Señor resucitado él no estaba en casa
con los demás y cuando le comunican lo que ha pasado, para poder creer lo que le
decían exige pruebas tangibles: tocar, ver, palpar, poner los dedos y las manos a las
llagas. Ofrecidas estas pruebas ocho días después, no necesitará tocar ni palpar,
simplemente creerá y saldrá del fondo de su corazón una gran manifestación de fe:
Señor mío y Dios mío. Jesús le dirá: ¿Porque me has visto has creído? Y dirigiéndose
también a nosotros dirá: Dichosos los que crean sin haber visto.
Las apariciones no dejarán lugar a dudas, pero Jesús respetará siempre la libertad del
hombre para creer o no creer. A nosotros el hecho de la resurrección nos llega por
medio de los testigos directos y el proceso no será ver y palpar para creer, sino que
será el de oír y dar fe a lo que se nos ha dicho. La fe siempre será, sin embargo, un
acto libre de la voluntad ya que no se cree por razones sino que se tiene razones para
creer.
Hermanos, hoy que constatamos lo contrario de lo que ocurría en las primeras
comunidades cristianas que crecían en número, las nuestras parece que disminuyen y
que las dudas y las deserciones aumentan, más que nunca debemos procurar ser
testigos con nuestras vidas y nuestro comportamiento, que a pesar de las muchas
dificultades que nos rodean, creamos firmemente que el Señor está entre nosotros y
que como dijo aquella noche a los apóstoles, nos dice también a nosotros ahora: Paz
a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Llenos de su espíritu y ayudados con su gracia, tratemos de ser portadores de paz y
de esperanza en nuestro mundo tan falto de fe y de amor y será así como el mensaje
de Pascua se podrá hacer realidad para todos aquellos que buscan, esperan y desean
un mundo más justo y más prometedor donde reine plenamente el mensaje del Cristo
resucitado.