DOMINGO DE PASCUA – VIGILIA PASCUAL
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
30 de marzo de 2013
Is 55, 1-11
Queridos hermanos y hermanas:
Ha resucitado , dicen los dos hombres con vestidos refulgentes (Lc 24, 1-12). Es la
Buena Noticia más grande del mundo. Ha resucitado: es el grito que empapa de
alegría esta noche. Dejemos, en este año de la fe, que este anuncio resuene primer
exactamente dentro de nosotros y nos llene de alegría: "Realmente el Señor ha
resucitado!"; vive como vencedor de la muerte y liberador del pecado, de todo lo que
nos esclaviza y oprime. Pero, después de dejarlo resonar en nuestro interior, llevemos
este anuncio a los demás. De una manera particular, hacedlo vosotros, los jóvenes
que estáis aquí y los Escolanes: hablad de ello a vuestros amigos. Salid a los cruces
de nuestras relaciones personales, los contactos de nuestros correos y de nuestros
tweets, y llamemos a todos los sedientos a acoger gratuitamente el don de Jesucristo,
que vive para siempre (cf. Ap. 1, 18)
Hacia la mitad de la liturgia de la Palabra, hemos escuchado esta invitación del profeta
Isaías: Oíd, sedientos todos, acudid por agua . En nuestro tiempo, ¡hay tanta gente
espiritualmente sedienta esperando que alguien les ofrezca algo que les sacie! ¿Quién
de nosotros puede decir que no está sediento? ¿Quién no tiene un deseo ardiente que
no acaba de satisfacer? Por ejemplo, ¿quién no tiene sed de ser amado hasta el
fondo, de ser feliz, de tener buena salud? ¿Quién no tiene sed de una plenitud de vida
que permita superar la muerte? Por otra parte, en nuestro contexto social, son muchos
los que tienen sed de esperanza, de justicia, de poder salir de las situaciones difíciles;
los que tienen sed de una sociedad más solidaria, de una economía más humana, de
un mundo con más paz, con menos agresividad; sed de superación de soledades y de
marginaciones... ¡Son tantas las formas de sed que podemos experimentar!
Las formas de sed, son una realidad. Y el hambre espiritual, también. Pero, ¿no será
una quimera buscar el saciarlas en Jesús? Los apóstoles -nos decía el evangelio (Lc
24, 1-12)- pensaban que era una quimera el anuncio de la resurrección que les hacían
las mujeres que habían ido al sepulcro y no habían encontrado el cuerpo de Jesús . La
experiencia posterior de los apóstoles y el testimonio de tantos y tantas que han
acogido el don pascual de Jesucristo, nos enseña que no es una quimera . Sino una
realidad. Que Jesús es realmente el Salvador; que nos acoge tal como somos, que
nos va transformando por dentro para ayudarnos a ser nosotros mismos, con la
libertad filial que el Padre nos ha dado. Que Jesús es, también, el que nos ofrece unas
enseñanzas capaces de transformar la sociedad para hacerla mejor.
La llamada del profeta, pues, sigue siendo muy válida. Y nosotros tenemos que
continuar haciendo esta invitación a nuestros contemporáneos. El profeta hablaba de
los esfuerzos inútiles para saciar la sed con cosas que no la sacian, de esfuerzos
inútiles para comprar un pan que no alimenta y unas comidas que no dan hartura .
¡Cuántos hay que buscan en técnicas de auto ayuda o en teorías aparentemente
transformadoras y no llegan a quedar saciados! La invitación del profeta continúa
resonando en esta noche santa de Pascua: Oíd sedientos todos, acudid por agua . Y la
tenemos que hacer llegar a los demás, a todos los que tiene sed espiritual, a todo el
que se siente pobre, a quien quisiera cambiar en profundidad, a quien ya no confía en
nada ni en nadie.
A quienes se abran a la llamada, el profeta les promete que escucharán una Palabra
que les dará vida, que encontrarán una fuente de agua que apagará la sed, que les
será ofrecido un pan y un vino que los saciará de vida . La luz de Cristo resucitado que
brilla esta noche de una manera esplendente nos hace entender desde una
perspectiva nueva la promesa del profeta Isaías. La Palabra que es prometida es toda
la Palabra divina traspasada por la persona de Jesucristo y leída desde su misterio
pascual. Una Palabra portadora de luz, de fuerza, de esperanza, de amor, que nos
ayuda a hacernos personas en plenitud, a convivir con los demás y a abrir caminos de
transformación a favor de los pobres y los que sufren cualquier tipo de carencia.
La invitación a acercarse al agua nos remite de modo particular al agua del bautismo.
A esa agua que, gracias a la cruz gloriosa de Jesucristo y por la invocación del Espíritu
Santo, nos purifica interiormente y nos hace ser hijos de Dios, hermanos de Jesús. La
mayoría de los que estamos aquí ya nos acercamos a esta agua hace tiempo; pero
hoy, conscientes del dinamismo espiritual que nos aporta la fe cristiana, renovaremos
el compromiso bautismal que tomamos entonces. Y Jesucristo renovará también la
alianza que hizo con nosotros ese día. Pero Benet, Arnau y Aarón se acercarán por
primera vez. Benet y Arnau, miembros de la Escolanía, han aprendido a conocer la
persona de Jesús, aunque deberán ir creciendo en la vivencia de su relación con él,
una relación que quedará sellada por el bautismo que voluntariamente acogen, tal
como dirán ante nuestra asamblea. Aarón, en cambio, que es pequeño, deberá recibir
la ayuda de sus padres y padrinos para ir creciendo en su relación con Cristo que lo
incorpora gratuitamente a su vida y a su filiación divina. Como comunidad cristiana,
todos nosotros los llevaremos en la oración.
El profeta, hablaba todavía de un pan y un vino que permiten saborear platos
sustanciosos . En la plenitud pascual, este pan y este vino son los de la Eucaristía,
transformados por el Espíritu Santo, en el cuerpo y la sangre del Señor y que nos
permiten entrar en una relación fraterna y amistosa con Jesucristo. Esta es la
grandeza de la existencia cristiana, penetrada toda ella de la presencia de Cristo
resucitado, el cual por obra del Espíritu Santo y por el ministerio de la Iglesia, nos hace
vivir con simplicidad una relación filial y gozosa con Dios Padre que nos ama
entrañablemente. También Benet y Arnau recibirán por primera vez el sacramento de
la Eucaristía.
En esta noche pascual, nuestro pensamiento se va a la Tierra Santa, que es la cuna
de nuestra fe. La tierra donde se levantó la cruz del Señor y donde tuvo lugar la
resurrección, ahora vive una situación dramática y llena de convulsiones. Nos
sentimos hermanos de los cristianos que viven en ella. Por ello, atendiendo a los
deseos del Santo Padre y además de llevarlos en la oración, os proponemos ayudar a
las comunidades cristianas de Oriente Medio, con vuestra aportación a la colecta que
haremos al final de esta Vigilia, y que servirá para sostener las actividades sociales,
asistenciales, sanitarias, educativas y culturales que la Iglesia lleva a cabo en aquellas
tierras.
Ahora, en esta noche Santa, entraremos en la parte bautismal y eucarística de esta
Vigilia. Agradezcamos tanta generosidad de parte de Dios, reafirmemos nuestra
adhesión a Cristo resucitado y sintámonos urgidos a invitar a los demás a poder hacer
la misma experiencia: que todos los sedientos puedan encontrar el agua que sacia el
corazón y la inteligencia, el agua que brota en el interior del creyente para la vida
eterna (cf. Jn 4, 13).