TERCER DOMINGO DE PASCUA
(Hechos 5:27-32.40-41; Apocalipsis 5:11-14; Juan 21:1-19)
Las primeras palabras del Francisco I llamaron la atención. Se refirió a sí mismo
como “obispo de Roma”. No quería enfatizar que es “papa”, el padre espiritual de
la Iglesia antigua del Occidente. Mucho menos deseaba ser considerado como el
“vicario de Cristo”, como si algún hombre pudiera reemplazar al Hijo de Dios. No,
desde el principio ha querido identificarse con Pedro, el impulsivo y pecaminoso,
pero últimamente fuerte, diligente, y amoroso futuro obispo de Roma que
encontramos en el evangelio hoy.
Cuando se describe a Simón Pedro llamando a sus compañeros a pescar, el
evangelista tiene más en cuenta que enredar peces. Pues, a través de los
evangelios se usa la palabra pescar como símbolo para evangelizar. Así el obispo
de Roma tiene que liderar el empeño de llevar la buena noticia al mundo.
Simplemente por adoptar el nombre Francisco el nuevo papa indica que va a tomar
en serio esta responsabilidad. Pues, además de ser conocido por su amor para los
pobres, san Francisco de Asís era gran reformador espiritual. En el siglo trece él
implementó una nueva manera de predicar. No restringió a sus frailes a las
iglesias sino les mandó a las calles para llegar a la gente común. El papa Francisco
reflejó los celos apostólicos de su patrono cuando habló a los sacerdotes en la misa
del Santo Crisma del Jueves Santo. Les pidió que salieran a las periferias para
encontrar a los pobres y los cautivos de malos patrones.
Como arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio era conocido en las calles.
Se acostumbraba a tomar el bus y a celebrar la misa en los barrios bajos. No tardó
mucho una vez que se nombró papa para ir a donde los marginados residen.
Celebró la misa de la Cena del Señor el Jueves Santo con los jóvenes en un centro
de detención. A ellos también les impartió el mensaje de servicio a los demás. Dijo
que tienen que ayudar al uno y otro como Jesús nos enseñó cuando lavó los pies de
los apóstoles. Vemos un afán semejante al servir en Simón Pedro cuando se tira,
plenamente vestido, al agua. Parece que él quiere ser el primero en la fila para
recibir órdenes del Señor.
Pero antes de tomar el puesto que Jesús tiene en cuenta para él, Pedro tiene que
probarse. Tres veces Jesús le pregunta si le ama. La insistencia de las preguntas
le recuerda penosamente de su fracaso a reconocer a Jesús la noche antes de su
muerte. No es que el Señor sea indispuesto a perdonar, sino sabe cómo si uno va
a servir bien la comunidad de fe, tiene que basar el servicio en el amor, no en el
pago y mucho menos en la adulación de la gente. Por esta razón el papa Francisco
no demora en describir su responsabilidad como presidir a todas las iglesias en la
caridad. Además les pide a todos a vivir la misma caridad. En su mensaje “a Roma
y al mundo” el Domingo de Pascua, declaró que la resurrección de Jesús nos ha
transformado de la esclavitud del pecado a la libertad del amor.
¿Quién sabe si su deseo para mostrar el afecto a todos en las plazas y calles va a
costarle la vida? Ya tiene los guardias preocupados por su seguridad. Pero no
tomar riesgo por el amor para Francisco sería como la timidez de los apóstoles la
mañana de la resurrección. Por eso predicó en su homilía de la Pascua que Pedro
aunque vio el sepulcro de Jesús vacío no se atrevió a creer que Jesús ha resucitado
como le han dicho las mujeres. Sin embargo, el mismo Pedro se arrepiente en este
evangelio. No se le opone a Jesús cuando le dice que un día él extenderá sus brazos
en una cruz dando su vida por el mismo Jesús.
“¿Dónde está la moqueta?” preguntaron algunos cuando el papa Francisco apareció
en el balcón la noche de su elección. La moqueta es la capa roja orlada con armiño
que los papas llevaban en ocasiones formales. Pero Francisco no quería mostrar el
lujo. Más bien, quería expresar su amor para todos, y particularmente para los
pobres, por presentarse en sólo la túnica blanca del papa. El papa Francisco quería
y quiere expresar su amor para todos.
Padre Carmelo Mele, O.P.