EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Viernes de la segunda semana de Pascua
Libro de los Hechos de los Apóstoles 5,34-42.
Entonces se levantó uno de ellos, un fariseo llamado Gamaliel, que era doctor de la
Ley y persona muy estimada por todo el pueblo. Mandó que hicieran salir a aquellos
hombres durante unos minutos
y empezó a hablar así al Consejo: «Colegas israelitas, no actúen a la ligera con
estos hombres.
Recuerden que tiempo atrás se presentó un tal Teudas, que pretendía ser un gran
personaje y al que se le unieron unos cuatrocientos hombres. Más tarde pereció,
sus seguidores se dispersaron y todo quedó en nada.
Tiempo después, en la época del censo, surgió Judas el Galileo, que arrastró al
pueblo en pos de sí. Pero también éste pereció y todos sus seguidores se
dispersaron.
Por eso les aconsejo ahora que se olviden de esos hombres y los dejen en paz. Si
su proyecto o su actividad es cosa de hombres, se vendrán abajo.
Pero si viene de Dios, ustedes no podrán destruirlos, y ojalá no estén luchando
contra Dios.» El Consejo le escuchó
y mandaron entrar de nuevo a los apóstoles. Los hicieron azotar y les ordenaron
severamente que no volviesen a hablar de Jesús Salvador. Después los dejaron ir.
Los apóstoles salieron del Consejo muy contentos por haber sido considerados
dignos de sufrir por el Nombre de Jesús.
El día entero en el Templo y por las casas no cesaban de enseñar y proclamar a
Jesús, el Mesías.
Salmo 27(26),1.4.13-14.
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién he de temer?
Amparo de mi vida es el Señor,
¿ante quién temblaré?
Una cosa al Señor sólo le pido,
la cosa que yo busco
es habitar en la casa del Señor
mientras dure mi vida,
para gozar de la dulzura del Señor
y cuidar de su santuario.
La bondad del Señor espero ver
en la tierra de los vivientes.
Confía en el Señor, ¡ánimo, arriba!,
espera en el Señor.
Evangelio según San Juan 6,1-15.
Después Jesús pasó a la otra orilla del lago de Galilea, cerca de Tiberíades.
Le seguía un enorme gentío a causa de las señales milagrosas que le veían
hacer en los enfermos.
Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos.
Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
Jesús, pues, levantó los ojos y, al ver el numeroso gentío que acudía a él,
dijo a Felipe: «¿Dónde iremos a comprar pan para que coma esa gente?»
Se lo preguntaba para ponerlo a prueba, pues él sabía bien lo que iba a
hacer.
Felipe le respondió: «Doscientas monedas de plata no alcanzarían para dar
a cada uno un pedazo.»
Otro discípulo, Andrés, hermano de Simón Pedro, dijo:
«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados.
Pero, ¿qué es esto para tanta gente?»
Jesús les dijo: «Hagan que se siente la gente.» Había mucho pasto en
aquel lugar, y se sentaron los hombres en número de unos cinco mil.
En tonces Jesús tomó los panes, dio las gracias y los repartió entre los que
estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, y todos recibieron
cuanto quisieron.
Cuando quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los
pedazos que han sobrado para que no se pierda nada.»
Los recogieron y llenaron doce canastos con los pe da zos que no se habían
comido: eran las sobras de los cinco panes de cebada.
Al ver la señal que Jesús había hecho, los hombres decían: «Este es sin
duda el Profeta que había de venir al mundo.»
Jesús se dio cuenta de que iban a tomarlo por la fuerza para proclamarlo
rey, y nuevamente huyó al monte él solo.
Comentario del Evangelio por:
Cardenal Joseph Ratzinger [Benedicto XVI, papa desde 2005 a 2013]
Meditaciones de Semana Santa, 1969
“Dadles vosotros de comer” (Mateo 14,16)
En el pan de la eucaristía recibimos la multiplicación infatigable de los panes del
amor de Jesucristo, que es tan rico como para saciar el hambre por los siglos, y que
también busca ponernos, a nosotros mismos, al servicio de esta multiplicación de
panes. Algunos panes de nuestra vida podrían parecer inútiles, pero el Señor los
necesita y los pide.
Los sacramentos de la Iglesia son, como la Iglesia misma, el fruto del grano de
trigo que muere (Juan 12,24). Para recibirlos debemos entrar en el movimiento
mismo del que ellos provienen. Este movimiento consiste en perderse a sí mismo,
sin lo cual uno no podría encontrarse: “Porque quien quiera salvar su vida, la
perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8,35).
Esta palabra del Señor es la fórmula fundamental de la vida cristiana...; la forma
característica de la vida cristiana está en la cruz. La apertura cristiana al mundo,
tan preconizada en nuestros días, sólo puede hallar su modelo en el costado abierto
del Señor (Juan 19,34), expresión de este amor radical, la única capaz de dar
salvación.
Sangre y agua brotaron del costado atravesado de Jesús crucificado. Lo que a
primera vista es símbolo de su muerte, símbolo de su error más completo,
constituye al mismo tiempo un nuevo comienzo: el Crucificado resucita y no muere
nunca. De las profundidades de la muerte surge la promesa de la vida eterna.
Sobre la cruz de Jesucristo resplandece ya la claridad victoriosa de la mañana de
Pascua. Es por eso que vivir bajo la señal de la cruz es sinónimo de vivir bajo la
promesa de la alegría pascual.
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”