Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
¿Hacia a dónde vamos?
Delante de mí, caminaba a toda prisa una madre con su pequeña hija de
escasos seis años tomadas de la mano. Por cada paso que daba la madre, la
niña alargaba entre dos o tres para no quedarse rezagada. Al llegar a la
esquina, antes de cruzar la calle, la pequeña preguntó jadeando: Mamá, ¿a
dónde vamos? No hubo más respuesta que el reemprender la marcha. Este
hecho ha iluminado diversos momentos de mi vida cuando le he preguntado a
Dios hacia a dónde se dirige la Iglesia. Aparentemente sólo existe como
respuesta un lejano eco de aquel: “Sígueme” que a orillas del mar de Galilea,
Jesús profirió a Pedro.
Este domingo del buen pastor coincide prácticamente con el inicio del
pontificado del Papa Francisco. El despliegue informativo que ha suscitado este
hecho excedió todo pronóstico, tanto, que resultaba imposible leer tantos
análisis y artículos de opinión. Lo que no se puede negar es que supo imponer
desde el primer momento su estilo de pobreza evangélica, de sencillez y de
amor por los enfermos y necesitados. ¿Hacia dónde se dirige la Iglesia?
Cristo conduce a la Iglesia y sostiene con su gracia a su Vicario. Jesús nos
invita a caminar sin miedo porque no estamos solos, enfrentamos un momento
histórico muy complicado, pero avanzamos bajo su patrocinio, llenos de
esperanza. Jesús es el buen pastor que no nos revela hacia dónde nos lleva,
pero sí me da la seguridad de que me guía por caminos seguros. La Iglesia es
siempre nueva y no deja de responder a las necesidades del mundo.
Avanzamos hacia un período de renovación apostólica apasionante y
comprometedora. La dimensión misionera en cada uno de los bautizados tiene
que salir a relucir para realizar las obras de misericordia con mayor decisión.
En segundo lugar, debemos felicitar al Papa Francisco porque ha tenido el
acierto de ser auténtico, sin imitaciones. Su misión esencial de pastorear a las
ovejas la está realizando con valentía y decisión. Ha hecho suyas las palabras
de Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn.
10,27). Y por si fuera poco, nos está lanzando constantemente el reto de salir
al encuentro del necesitado sin miedo ni egoísmo.
Finalmente, su testimonio es un nuevo rayo de luz en medio de tanta confusión
y oscuridad. Habrá que seguir sus catequesis, sus mensajes a las naciones y
sus directrices a la Iglesia universal. “La iglesia debe reavivar la conciencia de
volver a proponer al mundo la voz de Aquel que ha dicho: “Yo soy la luz del
mundo; el que me sigue no caminará en tinieblas”. El Papa sabe que su deber
es hacer que resplandezca ante los hombres de hoy, la luz de Cristo”.
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