“El que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna y que yo lo resucite en el último día”
Jn 6, 35-40
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Jesús dijo a la gente: Yo soy el pan de Vida. Jesús comienza proclamándose Pan de vida. Y
lo es, conforme a otros pasajes de San Juan, porque es el pan que confiere y nutre esa vida.
Así nos dice luego: El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá
sed.
Es un pensamiento que expresa una misma realidad: la necesidad de creer en Jesús, pero fe
con y entrega a Él. La Sabiduría invita a los hombres a venir a ella, a incorporarse a su vida.
Así Jesús se presenta aquí evocando la Sabiduría. Es Jesús la eterna Sabiduría a la que hay
que venir, incorporarse y vivir de El (San Juan 15:5; 7:37.38).
Por eso, el que está creyendo en El en un presente actual y habitual, éste está unido a Jesús,
Sabiduría y Vida, por lo que, nutriéndose de Él, no tendrá ni más hambre ni sed, de lo que es
verdadera hambre y sed del espíritu.
Esto no exige ni supone que no pueda haber progreso y desarrollo en esta vida que da al alma
Jesús-Sabiduría. El mismo San Juan lo enseña en varios pasajes de su evangelio. Pues el agua
de la gracia es fuente de buenas obras (San Juan 4:14), y Jesús exige el que se dé mucho fruto
(San Juan 15:8).
Es el mismo pensamiento que, vinculando allí esta fe a la voluntad del Padre, como dice
Jesús, mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree, tenga la vida eterna; por lo que es evocado
con ella el que será resucitado en el último día por Jesús. Ésta es la voluntad de mi Padre: que
el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna y que yo lo resucite en el último día.
El pensamiento está expuesto con dos formas del presente: el que ve al Hijo y cree tiene la
vida eterna. No basta ver al Hijo con el hecho de sus milagros y rúbrica divina es necesario
creer en El, en que es el Hijo de Dios, y entregársele como a tal. El que, así viendo a Jesús,
está creyendo en El, tiene la vida eterna. No dice que no pueda perderla. Habla en el supuesto
de una fe actual y operante. Así posee la vida eterna. Lo que le evoca la plenitud escatológica
de vida: ser resucitado en la resurrección final.
Más Jesús, al llegar aquí, dice a los judíos, en un paréntesis de amargura y reproche, que
ustedes me han visto — con el halo de sus milagros — y sin embargo, no creen.
Si ellos se resisten en venir a Jesús, aparte de su culpa, han de saber que hay, en el fondo de
ello, un misterio profundo. No les basta ser hijos de Abraham ni pertenecer al Israel carnal
para pensar en salvarse, como se estimaba en ciertos medios judíos, de los que el mismo
evangelio se hace eco (Mt 3:8-10; Lc 3:8). Es el plan del Padre. Es un misterio de
predestinación: Todo lo que me da el Padre viene a mí. Teológicamente no se trata de una
“predestinación” definitiva, sino del hecho de venir o no venir a Jesús de los judíos, y esto
según la naturaleza de las cosas.
El que está creyendo en Jesús, supone la hipótesis de mantenerse en esa fe actuante. Pero no
quiere decir que no se pueda perder (San Juan 6:66), o que otros no la puedan adquirir, del
mismo modo que San Juan se expresa en otros casos (San Juan 15:1-7). El pensamiento que
aquí se destaca es que la gracia de la fe, por la que se llega a Jesús, Vía y Vida, aparece como
la ejecución misericordiosa y gratuita de un designio providencial, de una gracia preveniente
y gratuita.
Pero también se acusa la libertad y culpabilidad de los que, viendo a Jesús como al Hijo de
Dios, no creen en El. Si así no fuese, no sería este el reproche que Jesús dirige por esto a los
judíos ustedes me han visto y sin embargo, no creen ni podría ser reproche, sino excusa de
ellos por una imposibilidad sobrenatural debida a que el Padre, sin culpa de ellos, no les
concedía esta gracia. La gracia del Padre no falta — ven a Jesús —, Pero el plan del Padre es,
pues, éste: que todo lo que ha de salvarse pase por Jesús. Todo lo que el Padre le dio a Jesús,
con esta voluntad consiguiente, viene a Jesús para que se salve.
Pero ¿cuál es la actitud de Jesús ante estos que el Padre le envía? Esta es su enseñanza: al que
venga a mí yo no lo rechazaré. Jesús da la razón profunda de su conducta frente a estos que el
Padre le dio. La razón de su vida es obedecer al Padre y cumplir su obra (San Juan 4:34). Por
eso El bajó del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y la
voluntad del Padre, dice él mismo, es que no pierda nada de lo que me ha dado, sino que lo
resucite en el último día.
Si la voluntad del Padre es que todo pase por Jesús, es también su voluntad que se pase por El
para salvar a los que pone en sus manos. Y como esta fe en Jesús da la vida eterna, se evoca
aquí, como complemento definitivo y plenario de la misma, la misión igualmente
complementaria y plenaria de Jesús en esta obra de vida eterna: el que El mismo resucite a
estos creyentes en El, y así lo dice la final de este hermoso y esperanzador evangelio que yo
lo resucite en el último día.
Jesús dijo en una ocasión; - Mi alimento es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar
a cabo su obra – (San Juan 4,34). Dejemos que el Padre celestial lleve a cabo su tarea en
nosotros, porque es seguro y cierto que él tiene un plan y un proyecto de realizar en nosotros,
esa es la obra de nuestra santificación, porque quiere posesionarnos por su Espíritu, y seguro
que todo lo bueno que Él quiere surgirá en nosotros.
Santa Teresita del Niños Jesús escribió: Que cosas tan hermosas haría Dios en las almas, si
las almas se dejaran hacer.
La alegría de Cristo resucitado vivan en sus corazones
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant