IV DOMINGO DE PASCUA, Ciclo C
El Papa Pablo VI decretó que el cuarto Domingo de Pascua, Domingo del Buen
Pastor, se celebrara anualmente la Jornada Mundial de oración por las vocaciones al
sacerdocio y a la vida consagrada. Así, pues, la Iglesia nos invita este Domingo a
elevar todos juntos nuestras fervientes plegarias al Dueño de la mies (ver Mt 9,38)
por todos aquellos que antes de haber nacido (ver Jer 1,5) han sido sellados y son
llamados a ser en Cristo buenos pastores para Su pueblo, ya sea mediante el
sacerdocio ministerial o también mediante la vida consagrada a Él.
En el pasaje de este Domingo el Señor nos dice que Él es el Buen Pastor que
conoce a sus ovejas y las suyas lo conocen a Él. En sentido bíblico el conocimiento
no es un conocimiento puramente racional o intelectual, sino que entraña un
profundo amor, una relación interior, una íntima aceptación de aquel que es
conocido. El fundamento de la relación entre el Señor Jesús y el discípulo es este
conocimiento mutuo, dinámico: “se ama lo que se conoce, y (…) se conoce lo que
se ama”, decía San Agustín. Así va construyéndose entre el Se￱or y su discípulo
una profunda e indisoluble unidad y comunión de vida. Esta comunión íntima, fruto
de tal conocimiento, se expresa naturalmente por parte del discípulo en la
obediencia amorosa: quien conoce a Cristo escucha a su voz, hace lo que Él le pide
(ver Jn 2,5), pone por obra lo que Él le manda, con prontitud y alegría. De este
modo entra también a participar de la misma comunión que Él, el Hijo, vive con el
Padre: “igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre”.
San Cirilo de Alejandría dice que “El distintivo de la oveja de Cristo es su capacidad
de escuchar, de obedecer, mientras que las ovejas extrañas se distinguen por su
indocilidad. Comprendemos el verbo “escuchar” en el sentido de consentir a lo que
se le ha dicho. Y las que lo escuchan las reconoce Dios, porque “ser conocido”
significa estar unido a Él. Nadie es totalmente ignorado por Dios. Porque, cuando
Cristo dice: “Yo conozco mis ovejas”, quiere decir: “Yo los acogeré y las uniré a mí
de una forma mística y permanente”. Se puede decir que al hacerse hombre, Cristo
se ha emparentado con todos los hombres, tomando su misma naturaleza. Todos
estamos unidos a Cristo a causa de su encarnación. Pero aquellos que no guardan
su parecido con la santidad de Cristo, se le han hecho extra￱os”.
Quien oye la voz de Jesús, acepta y sigue su Palabra contenida en su Evangelio. Y
la acepta en su totalidad y sin suavizarla, ni disminuirla; mucho menos, discutirla o
cambiarla en alguna de sus partes. Quien oye la voz de Jesús, oye la voz del Papa,
quien es su Vicario, su Representante aquí en la tierra, y también, la voz de los
Obispos y de los Sacerdotes que están en plena comunión con el Papa.
Cuando escuchamos la voz del Buen Pastor y prestamos atención a lo que nos pide
y nos exige, a lo que nos aconseja y nos enseña, a lo que nos corrige y nos
reclama… cuando lo oímos en lo bueno y en lo que creemos que no es tan bueno,
porque no nos gusta… entonces podemos decir que lo estamos siguiendo de
verdad. Y siguiéndolo, podremos llegar “a la Vida Eterna y no pereceremos jamás”,
porque no hemos quedado a merced del lobo.
Por esto San Gregorio Magno nos exhorta diciendo: “Vean si son verdaderamente
ovejas suyas, vean si de verdad lo conocen, vean si perciben la luz de la verdad.
Me refiero a la percepción no por la fe, sino por el amor y por las obras. Pues el
mismo evangelista Juan afirma también: “Quien dice: ‘Yo conozco a Dios’, y no
guarda sus mandamientos, miente”. Así, pues, todo el que quiera entender lo que
oye, apresúrese a practicar lo que ya puede comprender, (pues) el Señor no fue
conocido mientras habl￳, pero se dej￳ conocer cuando fue alimentado”.
A quienes escuchan su voz el Señor les promete la vida eterna (ver Jn 10,28). ¡La
vida eterna! Todo ser humano anhela que su vida se prolongue más allá de la
muerte, una vida que sea feliz, en la que ya no exista el sufrimiento ni la muerte.
Lleva en sí un como “germen de eternidad”, que le lleva a resistirse ante la idea de
su definitiva disolución o la de sus seres amados (Cfr. GS 18). El ser humano
anhela el Infinito para sí y para los que ama, y anhela la eterna comunión con
quienes ama, porque Dios ha sembrado en su corazón ese deseo, porque Dios que
es Amor lo ha creado para el amor y porque lo ha llamado a participar de su
comunión divina de amor por toda la eternidad.
Los aliento a cultivar siempre con esmero la devoción a Nuestra Señora de la
Soledad, de tal modo que Ella nos conduzca a Cristo, el Buen Pastor. Que Ella nos
conceda conocerlo, amarlo e imitarlo..
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)