Ciclo C: IV Domingo de Pascua
Pedro Guillén Goñi, C.M.
Iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte (Lc 1, 79)
Forman parte de nuestra experiencia la tarde azul y la noche negra de desaliento y
desesperanza, de temor y vergüenza, de fracaso y humillación, de vacilación y
negación. Pero al alborear un nuevo día, una vez más se nos ofrece vida nueva,
«por la entrañable misericordia de nuestro Dios».
Podemos comenzar de nuevo los que nos hemos echado atrás. Solo pide Jesús que
renovemos nuestro amor. Luego nos invita otra vez a seguirle y a colaborar con él.
Y si nos lamentamos de que seamos las más desgraciadas ovejas dispersas sin
pastor,—debido a que se le hirió a nuestro Pastor o porque los nombrados para
pastorearnos están incapacitados por heridas, algunas autoinfligidas—, entonces se
nos recuerda que no perecerán para siempre las ovejas de Jesús y nadie las
arrebatará de su mano. Se nos asegura además que, al fin y al cabo, nuestro
Pastor es el Cordero que fue degollado y cuya sangre nos lava y nos purifica para el
culto incesante ante el trono de Dios, sin que pasemos en su templo ni hambre ni
sed ni daño alguno ni tristeza.
Así que ningún discípulo tiene razón para desesperarse. Será como san Pablo y san
Bernabé, pastores y colaboradores misioneros de Jesús. Quedará lleno de alegría y
del Espiritu Santo. No se dejará vencer ni por la envidia ni por ningún insulto o
rechazo ni por la persecución. Se mostrará alentado por la gracia de Dios y
exhortará a otros a ser fieles a la misma. Se dedicará a los forasteros y les dará
motivo para que se alegren, sin dejar de cooperar con señoras distinguidas y
señores prominentes, aunque inconstantes. Contribuirá a la difusión de la Palabra
del Señor.
Se supone, claro, que el seguidor de Jesús sabe tomar su asiento en la asamblea y
escuchar primero las Escrituras antes de abrir la boca. Se alimenta de la palabra
de Jesús y de su eucaristía para que tenga intimidad con él y conozca muy bien la
voz de su Pastor. Se deja amaestrar y domar por Jesús. Quien no está en sintonía
con el buen Pastor ni reconoce su voz no puede ser del rebaño cristiano; es la oveja
expuesta al peligro de ser abandonada por el asalariado y devorada por el lobo.
No, no faltan hoy día mercenarios, a quienes no les interesan la ovejas, ni lobos
empeñados en arruinarlo todo—como no faltan tampoco pastores ejemplares,
imitadores fieles de los apóstoles y con las entrañas del Pastor supremo. Y no es
del todo improbable, dice san Vicente de Paúl, que los lobos rapaces surjan de
entre los hermanos, aquellos que rehúsan salir de su concha (XI, 396-397),—
segura quizás, pero solitaria y oscura—, y se resisten a ser penetrados por la luz de
las naciones, la gloria del pueblo Israel.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)