DOMINGO III DE PASCUA (C)
Homilía del P. Damià Roure, monje de Montserrat
14 de abril de 2013
Hch 5, 27-41 / Ap 5,11-14 / Jn 21,1-19
Un amigo mío hacía esta comparación: hablar de religión es parecido a cuando
alguien quiere hablar de los vidrieras de una catedral. Para aquellos que se
encuentran dentro de la catedral, las ventanas resplandecen como el sol. Para
aquellos que se encuentran fuera del edificio sólo son visibles un conjunto de trozos
grises de vidrio. ¿No nos puede pasar lo mismo con la Pascua?
La Resurrección de Cristo abre en nuestra vida una ventana llena de vidrieras, a
través de los cuales pasa una luz que viene de arriba y que ilumina hasta lo más
profundo de nuestro corazón... Es verdad que nuestro día a día a veces nos resulta
gris, y lleno de muchas dificultades, pero hoy Jesús, que se ha identificado con
nuestras pobrezas, nos dice en el evangelio: "Vamos, almorzad".
El Evangelio nos ha recordado aquella mañana en que los amigos más íntimos de
Jesús, conmocionados por la muerte de su maestro, después de una noche de pesca
y una madrugada infructuosa, encontraron a alguien que les pedía comida. ¿Qué
podían contentarle, si no habían pescado nada?
Las palabras de aquel desconocido les dieron ánimos: intentadlo de nuevo, y ellos
echaron las redes otra vez y no las podían sacar de tanto pescado como había.
Cuando bajaron de la barca vieron un fuego encendido y a aquel desconocido que les
calentaba pan y les pedía de los peces que habían pescado para poder compartirlos
juntos. Entonces, aquel discípulo que Jesús amaba dijo a Pedro: «Es el Señor».
Descubrieron al Resucitado en aquel hombre que les ayudaba y les animaba a
compartir lo que tenían.
Él ya les tenía a punto unas tostadas y pescado a la brasa. Y ellos aportaron el
resultado de su esfuerzo y compartieron lo que tenían, convencidos de que, quien les
había preparado la comida, era su maestro, Jesús, el Señor.
Es el mismo Señor Resucitado quien, después de almorzar, pregunta a Pedro si
realmente la ama. Y es impresionante oír cómo Jesús, ante el amor de Pedro, le
confía la misión de dedicar su amor en servir a los demás, con un servicio lleno de
desprendimiento.
Una actitud que nos es pedida a todos: a cada uno en relación con los demás, con los
más cercanos, la familia, los compañeros de trabajo, los conocidos y, sobre todo, los
más necesitados. Hoy nosotros participamos también de esta invitación de Jesús a ser
responsables desde el amor, a vivir una cultura del diálogo, a hacer juntos el camino
para crear una comunidad donde cada uno sea bien aceptado. Este amor gratuito es
el fundamento de la comunidad cristiana. Ayudémonos, pues a hacer camino, y demos
gracias a Dios en esta Eucaristía.