IV Semana de Pascua
Martes
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas:
a.- Hch. 11, 19-26: Nace la comunidad de Antioquia.
La dispersión que produjo el martirio de Esteban, se termina convirtiendo en una
gran bendición para la Iglesia primitiva. Algunos hombres de Chipre y Cirene,
predicaron la palabra en Antioquía (v. 20). Es posible que sean Lucio de Cirene y
Simeón llamado el Niger (cfr. Hch. 13). Es posible que ambos, domiciliados en
Antioquía, predicaran el evangelio y comandaran la comunidad. Hay que decir, que
estos fueron misioneros anónimos, que fundaron lo mismo en Antioquía, que Éfeso,
Alejandría y Roma (cfr. Hch. 18,21; 18,24; 28,14). La iglesia madre de Jerusalén
envía a Bernabé a Antioquia, quien vio el don que había hecho Dios a esa
comunidad, y los exhorta a permanecer unidos en el Señor con un propósito firme.
El mensaje de estos misioneros, no fue otro que el kerigma cristiano: Jesús es el
Señor. En la mentalidad helenista había muchos señores, la fórmula cristiana, es
presentar a Jesús como el único Señor. Los gentiles dieron el nombre de
“cristianos”, ungidos, a los seguidores de Cristo (v.26). Con esto se quiere decir,
que el cristianismo, ya no es una secta judía, sino que el cristianismo ha adquirido
personalidad y consistencia propia. Es una realidad nueva en el mundo religioso de
entonces y recordemos que según la mentalidad judía, las cosas sin nombre, no
existen. Al poco tiempo, se agrega Saulo de Tarso a esta misión, y luego de
permanecer un año allí, muchos se agregaron a la Iglesia. Pablo estaba en Tarso,
luego de su conversión, enviado por los hermanos (cfr. Hch. 9, 30). Recordemos
que fue Bernabé, quien presentó a Pablo a los apóstoles (cfr. Hch. 9,27), pero al
convertirlo Lucas en puente entre los apóstoles y Pablo, está legitimando la misión
de éste último. De este modo, se incrementa el rebaño de Cristo, Antioquia se
convierte en la segunda Iglesia, luego de Jerusalén, puente para el trabajo
apostólico con los griegos, como la iglesia madre, lo era para los judíos.
b.- Jn. 10, 22-30: Yo doy vida eterna a mis ovejas.
El evangelio tiene como contexto la visita de Jesús al templo, en la fiesta de la
Dedicación del templo de Jerusalén (cfr.1Mac.1, 41s; 1,11-13; 1,41-50; 1,60-64;
1,56-58; 1,59; Dn. 11,31s; 1Mac. 2,1-4.35; 1Mac. 4,46-51; 2Mac.10,1-4). La
pregunta de los judíos es directa: “¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú
eres el Cristo, dínoslo abiertamente” (v. 24). Jesús ya les había respondido con
auto revelación como Buen Pastor (cfr. Jn.10, 14-18), no había nada que esperar
ya les había dicho que era el Cristo, porque como ocurre con frecuencia, no ponían
atención a sus palabras (cfr. Jn. 4,34). Su visión sigue siendo terrena, valorando a
Jesús según sus criterios (cfr. Jn.7, 24; 8,15). La respuesta de Jesús les remite a
sus obras que ha hecho en el nombre del Padre, pero tampoco creen a ellas,
porque no son ovejas de su rebaño (v.26). Ellas dan testimonio de las palabras de
Jesús y la imagen del Buen Pastor, contesta a sus inquietudes sobre su condición
de mesías (cfr. Jn.10, 1-18). Pero ellos no escuchan, son incapaces de aceptarle
como revelación de Dios o ver la revelación de Dios en sus obras, muchos menos
podrán creer en Él, es el Mesías. En cambio, el rebaño de Dios escucha su voz, y
responde a su llamada, pero los judíos no oyen su voz. (cfr. Jn.10,3-4.14.16).
Expone, luego la realidad acerca de la comunión de vida eterna que establece con
sus ovejas, que se traduce, en conocimiento del Pastor y escuchar su voz. Estas
son las condiciones para vivir esa comunión entre el Pastor y su rebaño. Es el
propio Jesús, quien da razones para constituirse en verdadero y único Pastor del
rebaño de Dios: una razón, es que conoce sus ovejas y ellas le conocen y siguen.
Este conocimiento que crea comunión de vida, relación activa y efectiva, amorosa y
familiar, personal e íntima con el Otro. Encontramos así la descripción del auténtico
creyente que escucha a su Pastor y Maestro (cfr. Jn.1, 41; 3,8.29; 4,42; 5,24.28;
6,45; 8,38.43; 10,3.16), es el que posee vida eterna (cfr. Jn. 3,15.16.36; 4,14.36;
5,24.39; 6,27.40.47.54.68), porque sigue a Jesús (cfr. Jn.1, 37.44; 8,12; 10,4-5),
no perecerá jamás (cfr. Jn.3,16; 6,12.27.39; 10,10). Quiere Jesús llevar esta
relación, al mismo grado, que tiene de conocimiento mutuo con su Padre. Les da
vida eterna, por lo mismo, no perecerán jamás, porque nadie se las arrebatará de
su mano. Esta enseñanza insiste en creer en ÉL como Mesías, según sus categorías
dará vida eterna, y nadie los podrá arrebatará de su mano (vv.27-28). Es el Padre
quien se las confió, nadie se las puede arrebatar; esa vida es don del Padre. No hay
poder más grande que el de Dios, por lo que está garantizada la unión del creyente
con Dios; el Padre de Jesús es más grande que todo otro poder (v.29). Que Israel
celebre la presencia de Dios en la Dedicación del templo, y que Jesús participe en
ella, les enseña a los judíos, que desde ahora hay otro modo de presencia de Dios
entre ellos. Es más, pueden estar seguros que están en las manos del Padre, si
creen en Jesús. Mientras los judíos celebran la nueva consagración de su templo,
prueba tangible que ellos le pertenecían a Dios y que este Dios les pertenecía,
Jesús insiste en que la fe del creyente en su palabra, lo vincula a ÉL y a su Padre
Dios. “El Padre y yo somos uno” (v.30), con lo que Jesús viene a enseñar, que ya
no hay que mirar al templo para contemplar la presencia de Dios, puesto que Él
delante de los judíos se declara, como el nuevo templo, presencia de Dios en medio
de ellos (Jn.1,14). El Resucitado abre las puertas de su rebaño para que
ingresemos en él. La esperanza que nace de su Resurrección transforma en
testigos a los que lo aman, y su voz resuena en lo interior de cada creyente.
Santa Teresa de Jesús, destaca el conocimiento de sí mismo desde el misterio de
Dios. “Podría alguna pensar que si tanto mal es tornar atrás, que mejor será nunca
comenzarlo, sino estarse fuera del castillo. Ya os dije al principio, y el mismo Señor
lo dice, que quien anda en el peligro en él perece, y que la puerta para entrar en
este castillo es la oración. Pues pensar que hemos de entrar en el cielo y no entrar
en nosotros, conociéndonos y considerando nuestra miseria y lo que debemos a
Dios y pidiéndole muchas veces misericordia, es desatino. El mismo Señor dice:
Ninguno subirá a mi Padre, sino por Mí; no sé si dice así, creo que sí; y quien me ve
a Mí, ve a mi Padre. Pues si nunca le miramos ni consideramos lo que le debemos y
la muerte que pasó por nosotros, no sé cómo le podemos conocer ni hacer obras en
su servicio; porque la fe sin ellas y sin ir llegadas al valor de los merecimientos de
Jesucristo, bien nuestro, ¿qué valor pueden tener? ¿Ni quién nos despertará a amar
a este Señor?” (2M 1,11)