V Domingo de Pascua, Ciclo C
“Conocerán que sois mis discípulos”
Las lecturas de este domingo V de Pascua nos ponen en contacto con el carácter
misionero de la Iglesia, y a la vez nos recuerdan que la vida del cristiano tiene un
cimiento fundamental: el amor, único criterio que verifica la experiencia religiosa,
que da autenticidad a la misión y credibilidad al Evangelio. El valor central para
cualquier vida humana y la puerta de acceso al misterio del Dios que se manifiesta
en Jesús.
Hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios
Con frecuencia confundimos el amor con esa sensaci￳n de “estar bien”, “estar a
gusto”, una experiencia meramente sensible, afectiva, superficial. Esa que cuando
aprietan las dificultades desaparece de inmediato. No es el amor el antídoto que
quite el dolor. La vida humana corre paralela a esas dos realidades, que la van
marcando. Dios, la adhesión a Él, no evita el sufrimiento: al Reino no se accede sin
haberse curtido, como humanos, en el dolor o la dificultad. La vida cristiana vivida
en integridad trae, si cabe, un plus: experimentar la integridad del Evangelio
supone un ir “contra corriente” que incomoda. Trascender las categorías
superficiales de lo humano, apostar por un estilo de vida, unos valores profundos y
exigentes. El Reino de Dios, para construirse, pide un esfuerzo amasado en amor.
Lo que Dios había hecho por medio de ellos
No se pierde el amor que damos, o el dolor con que en ocasiones lo revestimos
para ofrecerlo a otros. ¡No se pierde el amor! Como el trigo enterrado que
pudriendo da vida, toda pizca de amor ofrecida engendra bien, aporta vida, abre
futuro. A nosotros o a otros, ¡qué más da! ¿No lo hemos experimentado en
ocasiones? Dios nos necesita y se sirve de nosotros para que lo bueno se extienda.
Somos capaces de obras grandes, que Él hace a través de nuestra frágil
humanidad. El bien no surge de la nada sino que se da por gestos sencillos de
personas sencillas.
Un cielo nuevo y una tierra nueva
Desde siempre hemos pensado que era tarea nuestra realizarlo. Nos decepciona ver
que todavía no llega ése tiempo, y da la sensación de que está cada vez más lejos.
Nos defraudan los políticos en quienes parece que hemos delegado su construcción.
Nos desencantan muchos proyectos humanos que, cuando los hay, desaparecen
como humo envueltos en palabras o trampas. ¿Llegará algún día? La Escritura
termina anunciando su venida como un regalo, que se recibe más que se merece.
“Ahora hago el universo nuevo”. Ya está aquí envuelto en fragilidades. Es cuesti￳n
de disponerse a acogerlo, de afinar la vista para reconocerlo y apuntarse a él. De
superar la visión corta que sólo presenta lo feo y negativo. ¿Te atreves a mirarlo?
La morada de Dios con los hombres
El Apocalipsis hace referencia a la Iglesia, nuevo Cenáculo. Pero es más. Hay
muchas señales que indican que Dios ya ha puesto su morada en esta tierra. Tal
vez en la bondad del ser humano, capaz de obras grandes. En experiencias de
entrega y generosidad. En la gente que apuesta por la verdad y la belleza. En el
silencio de un corazón que ama y que busca. El mundo nuevo no sale demasiado en
la prensa pero ya existe tímidamente. La Pascua nos pone en la pista de la obra
nueva de Dios en este mundo viejo. Todo está habitado por Él, que nos sale al
encuentro en lo que vivimos.
Que os améis unos a otros…
¡Qué pocas cosas hay realmente importantes en la vida! El desprendimiento, los
años o el sufrimiento nos hacen tomar conciencia de ello. Lo que merece la pena es
el amor. Y no es que sea una obligación darlo: es que es una necesidad para
recibirlo. “Que os améis” dice el Se￱or en el momento trascendental de su vida, y
ése es el mandato principal que de Él hemos recibido y a Él nos remite como si
fuera un sacramento. Y éste debiera ser el mayor criterio para examinar la plenitud
de nuestra vida: el amor que damos, que nos damos “unos a otros” y no
guardamos de forma egocéntrica.
… Como yo os he amado
¡Es una medida inalcanzable! Pero una aventura apasionante escalar semejante
calidad y plenitud de amor. El amor de Jesús, amar “como” Él, supone asumir el
dolor, acercarse a los demás, comprender a los otros, esforzarse en acoger. No es
un amor que se queda en palabras sino que va a hechos concretos. Que sabe de
desprendimiento y de cruz. Que apunta a la Pascua. Por eso siempre debemos
preguntarnos: “﾿c￳mo amaría Jesús?”
Conocerán que sois mis discípulos
Siempre nos ronda la tentación de confundir el signo de identidad de los discípulos
de Jesús. Hemos puesto demasiadas normas -algunas muy pesadas y otras un
tanto discriminatorias- donde sólo debe estar el amor. Cumplir mandamientos no
resulta del todo difícil; quedarse en lo externo es muy cómodo. La raíz y el centro,
la razón de nuestra fe es exclusivamente el amor: el que experimentamos de Dios
(“Él nos am￳ primero”) y el que vivimos con pasi￳n y exigencia: ᄀdel amor seremos
examinados al final!
Tal vez no sean momentos fáciles los que vivimos. Pero son tiempos en los que
amar al estilo de Jesús es un desafío. Porque creemos que el amor da sentido y
plenitud a lo humano seguimos anunciando el Evangelio. ¡El Resucitado nos anima
y acompaña!
Fr. Javier Garzón Garzón
Real Convento de Predicadores (Valencia)
Con permiso de: dominicos.org