PAPA FRANCISCO
REGINA COELI
Plaza de San Pedro
III Domingo de Pascua, 14 de abril de 2013
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Quisiera detenerme brevemente en la página de los Hechos de los Apóstoles que se
lee en la Liturgia de este tercer Domingo de Pascua. Este texto relata que la
primera predicación de los Apóstoles en Jerusalén llenó la ciudad de la noticia de
que Jesús había verdaderamente resucitado, según las Escrituras, y era el Mesías
anunciado por los Profetas. Los sumos sacerdotes y los jefes de la ciudad intentaron
reprimir el nacimiento de la comunidad de los creyentes en Cristo e hicieron
encarcelar a los Apóstoles, ordenándoles que no enseñaran más en su nombre.
Pero Pedro y los otros Once respondieron: «Hay que obedecer a Dios antes que a
los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús... lo ha exaltado con su
diestra, haciéndole jefe y salvador... Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu
Santo» ( Hch 5, 29-32). Entonces hicieron flagelar a los Apóstoles y les ordenaron
nuevamente que no hablaran más en el nombre de Jesús. Y ellos se marcharon, así
dice la Escritura, «contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de
Jesús» (v. 41).
Me pregunto: ¿dónde encontraban los primeros discípulos la fuerza para dar este
testimonio? No sólo: ¿de dónde les venía la alegría y la valentía del anuncio, a
pesar de los obstáculos y las violencias? No olvidemos que los Apóstoles eran
personas sencillas, no eran escribas, doctores de la Ley, ni pertenecían a la clase
sacerdotal. ¿Cómo pudieron, con sus limitaciones y combatidos por las autoridades,
llenar Jerusalén con su enseñanza? (cf. Hch 5, 28). Está claro que sólo pueden
explicar este hecho la presencia del Señor Resucitado con ellos y la acción del
Espíritu Santo. El Señor que estaba con ellos y el Espíritu que les impulsaba a la
predicación explica este hecho extraordinario. Su fe se basaba en una experiencia
tan fuerte y personal de Cristo muerto y resucitado, que no tenían miedo de nada
ni de nadie, e incluso veían las persecuciones como un motivo de honor que les
permitía seguir las huellas de Jesús y asemejarse a Él, dando testimonio con la
vida.
Esta historia de la primera comunidad cristiana nos dice algo muy importante,
válida para la Iglesia de todos los tiempos, también para nosotros: cuando una
persona conoce verdaderamente a Jesucristo y cree en Él, experimenta su
presencia en la vida y la fuerza de su Resurrección, y no puede dejar de comunicar
esta experiencia. Y si esta persona encuentra incomprensiones o adversidades, se
comporta como Jesús en su Pasión: responde con el amor y la fuerza de la verdad.
Rezando juntos el Regina Caeli , pidamos la ayuda de María santísima a fin de que la
Iglesia en todo el mundo anuncie con franqueza y valentía la Resurrección del
Señor y dé de ella un testimonio válido con gestos de amor fraterno. El amor
fraterno es el testimonio más cercano que podemos dar de que Jesús vive entre
nosotros, que Jesús ha resucitado. Oremos de modo particular por los cristianos
que sufren persecución; en este tiempo son muchos los cristianos que sufren
persecución, muchos, muchos, en tantos países: recemos por ellos, con amor,
desde nuestro corazón. Que sientan la presencia viva y confortante del Señor
Resucitado.
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