V Domingo de Pascua , Ciclo C
CONFIDENCIA, MISTERIO, EXIGENCIA, PLENITUD
Padre Pedrojosé Ynaraja
Lo primero que se nos puede ocurrir al leer el fragmento evangélico de la misa del
presente domingo, mis queridos jóvenes lectores, es preguntarnos como ha sido
posible que nos llegara su contenido . Estamos acostumbrados a tomar apuntes o a
recurrir a algún artilugio de grabación magnética o digital. Evidentemente, ninguno
de los dos procedimientos existían en aquel tiempo. Que nos hayan llegado las
palabras de Jesús, que forman parte de lo que llamamos “oración sacerdotal”,
puede tener su explicación. Tal vez porque les faltaban todos estos cacharritos de
los que disponemos hoy, porque el silencio rodeaba al que hablaba, es decir privado
de músicas o ruidos de fondo que empobrecen la capacidad de concentración y el
tener mucha más memoria de la que tenemos nosotros. La edad del autor, es decir
su juventud y su cultura, pienso yo, también son razones que expliquen el que nos
hayan podido llegar las palabras del Maestro.
En el corto fragmento de hoy, el Señor se dirige a sus discípulos, haciéndolo
precisamente cuando acaba de marchar Judas. El detalle nos corrobora que se
acuerda con precisión de ello, que estaba muy atento a lo que les quería decir, ya
que habían observado que el estado de ánimo de esta noche, su contagiosa
emotividad, era muy especial. Algo importante le pasaba y deseaban enterarse. Lo
ha ido preparando desde hace tiempo, ha anunciado en varias ocasiones lo que le
ocurrirá en Jerusalén y precisamente esta noche están en el corazón de la ciudad y
en días importantes. ¿Qué les querrá decir y encomendar? Les ha hablado de
muchas cosas que resultaban nuevas para ellos y para las gentes, ¿añadirá algo
más?. Pues, sí. Dos cosas simples y sublimes.
En primer lugar que se acerca su glorificación, algo así como la concesión de un
premio nobel de la Trascendencia. Un premio que se le otorga a Él, pero que
comparte con su Padre ex aequo. Y esto ocurre por la íntima unión substancial, sin
perder la identidad personal, que hay en Dios. Se está refiriendo a lo que va a
pasar en el ahora de este tiempo pascual que se avecina y en el determinado lugar
de Jerusalén, capital del reino. ¿creéis que le entendieron? Pues ni ellos, ni
nosotros, somos capaces de comprenderlo. Pero lo escucharon y recordaron como
apreciada confidencia, con veneración. Como uno recuerda las últimas palabras qu
escuchó a su padre antes de morir. Del mismo modo debemos recibirlo y retenerlo
ahora nosotros. Una de las grandes riquezas de nuestra Fe, es ser depositarios de
comunicaciones íntimas de Dios, aunque no las lleguemos a entender. (Os pongo
un ejemplo personal, evidentemente, de mucho menor calado. Conservo con
aprecio un pergamino con un texto abisinio, idioma que desconozco y que, además,
sé que lo caligrafiaron en lenguaje críptico y lo aprecio mucho más que el dinero
que me tocó pagar por él, que tampoco fue tanto, dicho de paso).
En la segunda parte, sí que somos capaces de saber en qué terreno se sitúa el
Señor. Habla del Amor y de este sentimiento humano todos creemos saber algo.
Ahora bien, mencionado el tema, añade la intensidad con que lo debemos aceptar y
dar. Y aquí radica su grandeza y dificultad. No se trata de un aprecio cualquiera, de
un puro sentimentalismo, conmiseración o generosidad. Lo que nos pide es que
entre nosotros exista un amor como el que Él nos tiene. ¡anda ya!. Amar es un
“deporte” espiritual que no precisa equipo, ni títulos. Exige, eso sí, renuncia a
satisfacciones caprichosas y, en algún caso, hasta a legítimas complacencias. Aquí
uno debe detenerse y examinarse con radical sinceridad. El amor al prójimo supone
acogida cabe a sí, ternura generosa, aceptación. Sin gran dificultad descubriremos
cómo se nos exige. Pero cuando se trata de los demás, de los desconocidos que
habitan tal vez en las antípodas, que por lejanos que estén, son prójimo que
merece amor, que precisa alimentos, por ejemplo pan, aquí uno debe detenerse.
Algunos lo compran diariamente y tiran lo de la jornada anterior que no han
consumido, porque quieren que su bocadillo o el que acompañe en la mesa, sea del
día. Algo semejante ocurre con el agua limpia, sin contaminación biológica ni
química, de la que nosotros disponemos, pero de la que tantos millones carecen. Al
olvidar el grifo abierto y derrochar lo que está destinado a ser bebida, estamos
traicionando el mandamiento del Señor. O, sabiendo que la energía escasea, la
malgastamos, dejando encendidas lámparas que iluminan espacios que no lo
necesitan. Lo hacemos por puro decorativismo o, peor aún, por dejadez.
Simultáneamente, en algún lugar asistencial del Tercer Mundo, quizá se está
realizando una delicada operación quirúrgica, a la escasa luz de faroles de petróleo.
Hay otro aspecto del Amor que no podemos olvidar, es el aprecio, la atención, el
abrazo cordial, a aquel que es un pesado, que siempre se siente sumido en
angustias y que todos huyen lógicamente de él, pues, contagia impertinentemente
su mal humor. Lógica es la actitud, pero no es lo que el Maestro reclama.
Es tal la importancia del Amor, que advierte será el carnet de identidad de sus
discípulos. Amor implica unión. Unión con los compañeros. Unión con los de la
asociación o movimiento cristiano que hemos escogido, pero también con los que
han escogido otro diferente. La unión e indivisión entre los cristianos, fue una de las
grandes preocupaciones del cardenal Ratzinger que urgió en aquel Pentecostés del
96. Que continuó avivando como Papa Benedicto XVI, hasta su último discurso de
despedida. Unión que será el meollo de los convocados el próximo Pentecostés.
Cuando yo era joven, en mi etapa de bachillerato y en nuestro ambiente, solo
existían dos organizaciones: la Acción Católica y la Congregación Mariana. Las
disputas eran de antología. Hoy, y en un nivel más extenso, existen los que
llamamos “nuevos movimientos y comunidades” y los que dicen que no son ni
movimientos, ni comunidades, pero que a la hora de la verdad, se sienten, de
alguna manera, únicos, mejores o privilegiados. Que viven en su burbuja espiritual-
comunitaria, más o menos aislados e ignorando a los demás. Esta realidad de
desunión, que no podemos negar existe, es precisamente lo contrario de lo que el
Señor dice que será el documento de identidad de los suyos. Conque ¡venga, a
renovarlo tocan! Que tal vez lo tengamos caducado.