Ciclo C: V Domingo de Pascua
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos
El mandamiento nuevo del amor es sin duda lo más importante que Jesús nos dio
en su despedida de los apóstoles después de la Última Cena. Nos lo transcribe el
evangelista Juan (Jn 13, 34-35), casi al final del capítulo en el que tan
originalmente nos habla de la última Pascua de Jesús (Jn 13, 1-38). Les recuerdo
que los sinópticos prefirieron poner la despedida de Jesús en el día de su Ascensión
al Padre, con las instrucciones últimas, que dio a los apóstoles antes de partir (Mt
28,18-20). Y que Juan convirtió esas instrucciones en cuatro largos e importantes
“discursos” (capítulos 14, 15, 16 y 17), que les dio mientras iban caminando del
cenáculo al huerto de Getsemaní.
Por tratarse de una despedida y por las circunstancias especiales que la rodearon
(Jn. 13, 1-30), hubo conmoción y pena en los apóstoles. También en Jesús, que
reaccionó pronto y les fue haciendo ver el lado positivo del acontecimiento, de lo
que iba a pasar, según nos lo cuenta Juan, que estuvo allí. Este es mi momento de
gloria, les dijo (y nos dijo), y el momento de la mayor gloria tributada nunca a
Dios. Es por ello que el Padre Dios me va a glorificar y me va a sentar a su derecha
en el cielo (Jn 13, 31-32). Por la cruz a la luz, solemos decir. Es cabalmente lo que
le pasó a Jesús y lo que Él dijo: cuando sea levantado en la cruz (su pasión y
muerte) seré exaltado por Dios (resurrección, ascensión y vida eterna para cuantos
crean en Él (Jn 12, 32).
A los apóstoles -y a nosotros, que quedamos para Su venida -, nos dejó, salido de
su corazón, el mandamiento nuevo del amor (Jn 13, 34-35). El amor que es vivir en
comunión (ámense los unos a los otros); el amor que tiene en Jesucristo su fuente,
modelo y término (ámense los unos a los otros como yo les he ha amado): y el
amor que es la señal de ser discípulo de Jesús (por el amor que se tengan los unos
a los otros reconocerán todos que son discípulos míos y a Mí me reconocerán como
su Maestro). Gran y hermosa tarea la de vivir y enseñar a vivir así el amor. Como
forma, estilo y estado de vida. Tal fue en Jesús y lo ha sido en los santos que, como
San Vicente de Paul, han sido amor y han vivido para la caridad.
Lamentablemente, olvidando que la caridad es mucho más que una virtud que se
pone en práctica de vez en cuando, la redujimos a hacer caridades (limosna y
beneficencia). Olvidamos que la caridad (el amor) es el estado de vida del cristiano,
quien, como decía San Vicente, debe vivir continuamente ocupado en la práctica
real del amor o en disposición de ello. Y olvidamos que, como indicó Jesús, el signo
distintivo de quien quiere ser su discípulo es que nos amemos y que la gente vea
que nos amamos. Es decir, vivir la comunión. Al respecto Jesús hizo dos cosas:
lavar los pies a sus discípulos y darse a sí mismo en comida, como eucaristía.
Darnos a Dios en el servicio de los empobrecidos debiera ser lo que nosotros
hagamos. Siendo comprensivos, solidarios y bondadosos con todos.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)