Ciclo C: VI Domingo de Pascua
Rosalino Dizon Reyes.
Andad según el Espíritu (Gal 5, 16)
El diablo incitó a un apóstol a la traición. El padre de la mentira llenó los corazones
de Ananías y Safira para que mintiesen descaradamete, aunque pertenecía el
matrimonio a la comunidad de creyentes que pensaban y sentían lo mismo y
poseían todo en común.
Estos ejemplos indican que nada podemos sin el otro Abogado además de Jesús.
Tenemos necesidad del Espíritu de la verdad que nos defienda del Príncipe de este
mundo. Satanás no debe tener ningún dominio sobre nosotros, al igual que no lo
tuvo sobre Jesús (Jn 14, 30). Armonía no puede haber entre Cristo y Belial (2 Cor
6, 15). No harán morada el Padre y el Hijo en nadie que ya es del diablo.
Para que seamos morada divina, los que pretendemos amar a Jesús debemos
escuchar, claro, y guardar sus palabras. Es el Espíritu Santo quien nos capacita
para esto, para percibir la presencia real del Resucitado. Nos enseña todo y nos
recuerda todo lo que Jesús ha dicho.
Sin esta enseñanza y este recuerdo, corremos asimismo el riesgo de seguir
pensando como hombres de este mundo. Así acabaremos colaborando con el
tentador que buscó desviarle a Jesús de su misión y sigue esforzándose en
hacernos tropezar. Hay peligro también de que dejemos de lado al Espíritu Santo y
la colegialidad y hagamos pasar opiniones y gustos o disgustos personales por
doctrinas infalibles. Imitaremos así a aquellos falsos hermanos que querían
imponer la circuncisión.
Nos es necesario el Espíritu Santo para no confundir la paz que da Jesús con la paz
propia del mundo. La «paz romana» mundana, por ejemplo, se basaba en
conquista, destrucción, explotación, opresión, terror. La paz cristiana, en cambio,
significa humillación, obediencia hasta la muerte de cruz, no apagar el pábilo
vacilante.
El Espíritu Santo nos consuela a los pobres semejantes a cañas cascadas. Nos
transporta adonde podemos tener una visión de la Ciudad Santa, brillante y
trayendo la gloria de Dios, para que nos alentemos y nos convenzamos de que el
Cordero degollado vencerá al final a la gran Ramera y a la Bestia y a todos sus
secuaces, también a los mercaderes promotores del consumismo, con la marca de
la Bestia para comprar y vender. Si bien ellos aún nos persiguen, ya llegará el día
de su sentencia perpetua al abismo.
Necesitamos al Espíritu Santo sobre todo para que aceptemos que la glorificación
de Jesús y sus seguidores consiste precisamente en sufrir a manos del Príncipe de
este mundo y de sus subalternos. Jesús no se manifiesta mediante teofanías
espectaculares según las expectativas mundanas que quizás estaban detrás de la
pregunta del que quería saber por qué estaba dispuesto Jesús a manifestarse a los
discípulos pero no al mundo (Jn 14, 22). Jesús se revela glorificado y atractivo en
su elevación sobre la tierra. Esta elevación significa también el juicio del mundo y
la expulsión de su Príncipe (Jn 12, 31-32).
A no ser que nos guíe el Paráclito a toda verdad, incluso a la verdad de la
crucifixión que el mundo no soporta, se nos escaparía el significado de la Cena del
Señor. Tampoco apreciaríamos algo que dijo san Vicente de Paúl: «Para las cosas
de Dios confío en los medios humanos tanto como en el diablo» (II, 325).
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)