SOLEMNIDAD DE LA VIRGEN DE MONTSERRAT
Homilía de Mons. Lluís Martínez Sistach, cardenal arzobispo de Barcelona
27 de abril de 2013
Nos hemos reunido con alegría y devoción en esta entrañable Basílica de la Virgen de
Montserrat, a los pies de la Moreneta, para celebrar la Eucaristía en la solemnidad de
nuestra Patrona de Cataluña. Hoy hacemos presentes en esta celebración a la
multitud de cristianos de nuestro país y amantes de la Virgen de Montserrat que a
menudo suben a la Montaña para invocar la protección de la Moreneta.
Este año celebramos esta solemnidad en un contexto eclesial diferente. En la Iglesia
ha habido recientemente dos acontecimientos muy importantes. El once de febrero, el
Papa anunciaba la renuncia a su ministerio de Obispo de Roma y Sucesor de San
Pedro. Este anuncio era insólito durante casi seis siglos. Los Papas tienen derecho a
renunciar a su ministerio, pero este derecho casi no se había ejercido. Benedicto XVI
motivó su voluntad consciente y libre, diciendo que no podía ya ejercer su ministerio
para servir bien y adecuadamente a la Iglesia. Había aceptado este ministerio que
Dios le pidió para servir a la Iglesia y lo había hecho hasta donde él, en conciencia
ante Dios, consideraba que podía.
Esta voluntad de Benedicto XVI pone de relieve su amor profundo a la Iglesia que
siempre había deseado servir y que ahora consideraba que no podía hacerlo ni bien ni
adecuadamente. Significa, también, una gran humildad y una adecuada coherencia.
Pienso que esta decisión de Benedicto XVI ha sido un auténtico testimonio para todos,
en el sentido de no servirnos de la Iglesia, sino servir a la Iglesia, siguiendo a Jesús
que no vino para ser servido, sino para servir.
El otro evento ha sido la elección del Papa Francisco. Con motivo de la sede vacante,
el pueblo de Dios rogó insistentemente por la Iglesia y por la elección del nuevo
Obispo de Roma y Sucesor de Pedro. Todos tenemos experiencia de esta oración, a
imitación de la primera comunidad de Jerusalén que oraba por el apóstol Pedro. Todos
vosotros -como toda la Iglesia- participasteis en el cónclave con vuestro amor a la
Iglesia de Roma y la Iglesia una y única de Cristo, y con vuestra oración. Los
cardenales electores trabajamos, oramos y deseamos ser fieles a las mociones del
Espíritu Santo que ciertamente actuó eficazmente y pronto el Cónclave ofreció una
"fumata bianca", eligiendo al Papa Francisco, que a los pocos días ya se ha ganado el
corazón de los miembros de la Iglesia y la simpatía de una multitud de personas de
buena voluntad. Francisco, a imitación de San Francisco de Asís, nos ha ilusionado,
nos hace respirar un aire renovado con sus gestos, sus acciones y sus palabras. Él
desea que la Iglesia transparente a Jesucristo, único Salvador y que la Iglesia sea
pobre para los pobres. Nuestros hermanos del continente sudamericano, después de
quinientos años de presencia de la Iglesia, nos ha dado un Obispo de Roma y un Papa
para toda la Iglesia universal. Estamos muy contentos y damos gracias a Dios que es
quien lleva la Iglesia por los caminos que Él desea.
Cataluña está llena de las huellas que los cristianos hemos dejado y estamos dejando.
Los cristianos debemos reflexionar constantemente sobre el servicio que la Iglesia
debe hacer a la sociedad catalana. El servicio más importante que la Iglesia tiene que
ofrecer es el anuncio de Jesús y de su Evangelio que tiene en cuenta las necesidades
espirituales y materiales de las personas. Es el servicio del amor. Como María que fue
decididamente a ayudar a su prima Isabel que esperaba un hijo y se quedó con ella
tres meses hasta el nacimiento de Juan.
Esta actitud de María, la Madre del Hijo de Dios, es la que estamos imitando los
cristianos en este tiempo de crisis económica con graves consecuencias para
muchísimas personas, familias e instituciones de bienestar social. Hay que poner de
relieve el trabajo que están realizando Cáritas, parroquias, congregaciones religiosas y
otras instituciones de Iglesia para ayudar a personas y familias sin subsidio de paro,
sin trabajo -pienso especialmente en los jóvenes de los que un 53% no tienen trabajo
ni encuentran su primer trabajo-, sin vivienda o con los problemas de los desahucios,
sin autoestima, etc.
Este servicio de la Iglesia, a imitación de María, es posible gracias a muchísimos
voluntarios que en este tiempo de crisis han aumentado, como también han
aumentado el número de personas que dan dinero o especies y también a las diversas
iniciativas que surgen en las parroquias y realidades eclesiales. Como pastor de la
Iglesia me complace muchísimo agradecer toda esta riqueza de servicios y ayudas a
los necesitados y especialmente la gran riqueza del amor con el que se hacen estos
servicios y estas ayudas. Porque tanto o más importante es el amor con que se da
cuando damos algo.
Sin embargo la crisis económica y financiera tiene una causa importante que es la
crisis de valores y de fe cristiana. Cuando el hombre abandona Dios, se pierde a sí
mismo. Cuando las personas quieren construir una sociedad sin Dios, acaban
deshumanizándose, porque olvidan la gran pregunta de Dios a Caín, que atraviesa
toda la historia humana: "¿Dónde está Abel, tu hermano?" (Gn 4,9).
La caridad y ayuda fraterna es un elemento constitutivo de la Iglesia, junto con la
evangelización y la celebración de la fe. La solidaridad es una clave de interpretación
de la autenticidad de las otras dos dimensiones esenciales de la Iglesia. En la Iglesia
de los primeros cristianos era constitutivo ejercer la caridad organizada. El emperador
Juliano, el Apóstata, en el siglo IV, decidió restaurar el paganismo, la antigua religión
romana, pero también quiso reformarlo. En esta perspectiva se inspiró ampliamente en
el cristianismo, y escribía en una de sus cartas que el único aspecto que le
impresionaba del cristianismo era la actividad caritativa de la Iglesia. Así, un punto
determinante para su nuevo paganismo fue dotar a la nueva religión de un sistema
paralelo al de la caridad de la Iglesia.
El Papa emérito Benedicto XVI, en su visita a la Obra del Nen Déu de Barcelona, el 7
de noviembre de 2010, nos dijo: "En estos momentos, en que muchos hogares
afrontan serias dificultades económicas, los discípulos de Cristo hemos de multiplicar
los gestos concretos de solidaridad efectiva y constante, mostrando así que la caridad
es el distintivo de nuestra condición cristiana”. Pidámoselo a la Moreneta con palabras
de nuestro poeta: “Rosa de caritat, foc que sense consumir escalfa, traieu de
Catalunya l’esperit de discòrdia i ajunteu tots els seus fills amb cor de germans”.
("Rosa de caridad, fuego que sin consumir calienta, apartad de Cataluña el espíritu de
discordia y juntad a todos sus hijos con corazón de hermanos").