Ciclo C: VI Domingo de Pascua
Pedro Guillén Goñi, C.M.
El evangelio de San Juan, siguiendo la dinámica de los domingos precedentes, nos
sitúa las palabras de Jesucristo en el diálogo que sostiene con sus discípulos antes
de experimentar su muerte en cruz.
En el discurso de preparación a sus discípulos para que comprendieran el sentido de
su despedida y de encuentro con su Padre, Jesús insiste en tres aspectos que son
esenciales tenerlos presente para identificarnos plenamente con Él: la Palabra, el
amor, el Espíritu Santo.
La Palabra: es la voz revelada de Dios a los hombres desde la creación. La Palabra,
según atestiguan los escritos de San Juan en su cuarto evangelio, se encarna en
María Santísima, se hace hombre como nosotros para nuestra salvación y
redención. Jesús predica, siente necesidad de anunciar la Palabra y así nos ilumina
con su presencia y testimonio. Nos corresponde adoptar una actitud de escucha
para discernirla en nuestro mundo. La palabra del hombre se adormece y se
marchita con el tiempo y, ante tantas ofertas, es difícil distinguir la sincera, la
verdadera, la que no busca interés. La Palabra de Dios nos vivifica y santifica y nos
conduce por caminos que nos llevan a la plenitud y a la salvación.
El amor: es la esencia de nuestra identidad cristiana. El amor de Dios es infinito y
se manifiesta especialmente al enviar a su propio Hijo para que sea el fiel reflejo de
nuestro encuentro con Él y con los hombres. ¿Cómo podemos corresponder al amor
de Dios aun desde nuestra propia debilidad y fragilidad humana? El evangelio de
San Juan nos da algunos criterios: mantenernos en diálogo permanente, en
escucha sostenida, en intimidad y en oración con Él; participar y recibir los
sacramentos, sobre todo la Eucaristía y la Reconciliación, como signos de encuentro
y de adhesión a Él y a los cristianos; impulsar la caridad, la comprensión mutua, la
aceptación, la tolerancia y la solidaridad como actitudes fundamentales de relación
interpersonal que cristalizan en el mundo en que vivimos la presencia de Cristo y
nos hacer ver en los demás el reflejo de Dios. En realidad supone mantener un
equilibrio en la balanza del encuentro con el Señor entre nuestra vida trascendente
que siempre apunta hacia el misterio espiritual de su presencia que nos llama y la
vida inmanente que nos orienta hacia ese esfuerzo por vivir la caridad desde el
servicio y la entrega a los hombres.
El Espíritu: es la fuerza divina que nos impulsa a comprender y profundizar en la
Palabra, a orientar nuestra vida desde la presencia de Dios y a fomentar la
fraternidad en nuestras relaciones interpersonales. Agita nuestros corazones
adormecidos y renueva nuestra vida para ir creciendo en perfección y en santidad.
Nos mantiene en permanente alerta para superar las ambigüedades de la vida y
crecer en autenticidad y en esperanza. Revitaliza nuestra vida para superar la
tentación de la rutina y crecer en renovación permanente y en santidad.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)