Ciclo C: VI Domingo de Pascua
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos
Continuando con las instrucciones de Jesús a sus apóstoles, en su despedida
después de la Última Cena, Juan (14, 23-29) añade tres de la máxima importancia.
Están relacionadas con el Mandamiento Nuevo del Amor, del que nos habló antes
(Jn 13, 34-35) y que vimos en el evangelio del domingo pasado (HP 423). Son: 1,
la Santísima Trinidad, que habitará en nosotros; 2, el Espíritu Santo que el Padre
Dios va a enviarnos en el nombre (a pedido) de Jesús; y 3. La paz, shalom en
arameo, que es sinónimo de plenitud, armonía y felicidad, y que es el resultado de
nuestra unión con Dios y comunión con el Espíritu.
El referente de todo lo dicho es el amor (el Mandamiento del Amor), pero antes de
proseguir Jesús nos advierte que se trata del amor verdadero. No del montón de
cosas. que nosotros llamamos amor, sino del amor que se concreta y manifiesta en
el cumplimiento de los mandamientos del Señor. Quien guarda mis mandamientos,
dice Jesús, es amado por el Padre, recibe el Espíritu Santo y es inhabitado por la
Santísima Trinidad. Al Espíritu Santo, de quien Juan habló ya algo en el c. 3 y va
hablar bastante en los capítulos 15 y 16, Jesús llama Paráclito (Consolador y
Defensor). Y será como su Memoria y Voz ante los discípulos (la iglesia), quien lo
haga presente, recordándoles las cosas que les dijera y ayudándoles a sacar las
consecuencias de fe y praxis para completar la doctrina de Jesucristo y de la
Iglesia.
En relación con la frase “vendremos a él (tú, yo y nosotros) y haremos mansión en
él, Jesús nos está hablando de la inhabitación de la Santísima Trinidad en nosotros:
en lo más hondo de nosotros, primero, pero también dando fundamento y forma a
los principios que mueven nuestra vida y sociedad. Por ejemplo, los principios de la
unidad en la diversidad y del trabajo en comunidad (o equipo de trabajo). Esta
breve referencia a la Santísima Trinidad es una de las muchas que se encuentran
en el Nuevo Testamento (Mt 3 16-17; 28, 19; Juan 14, 16-17; etc.). Dada la
importancia de la divina Trinidad en la Revelación cristiana, uno se pregunta por
qué los cristianos no tenemos una vida más trinitaria. Fe, oración, vida interior,
sacramentos, etc., todo debiera estar marcado y siendo expresamente realizado
desde, con y para Dios Trinidad.
Respecto a la paz que nos da Jesús (Jn 14,27), digamos que es fruto del Espíritu,
que habita en nosotros. El Señor la regala cuando, por nuestra forma de vida, nos
hacemos merecedores de ella. La llamamos paz interior, pero nos lleva a vivir en
plenitud y con serenidad, tranquilidad y dominio de nosotros mismos. También a
construirla en el entorno y en la sociedad, prefiriéndola a cualquier otra solución.
No es como la paz que da el mundo, que resulta del miedo a la violencia y la
guerra, sobre todo en nuestros días, pero, como ciudadanos, sí nos toca trabajar
por la tranquilidad en el orden y el bienestar externos, el consenso político entre
partidos y/o entre estados (la ONU), el tratamiento psiquiátrico, etc.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)