DOMINGO 6º DE PASCUA (C)
Lecturas: Hch 15,1-2.22-29; S.66;Ap 21,10-14.22-23;
Jn 14,23-29 Homilía por el P.José R. Martínez
Galdeano, S.J.
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“Me voy y volveré a ustedes”
Hoy también, como el pasado domingo, el evangelio
es un fragmento del llamado “serm￳n de la Cena”,
conversación, instrucciones y oración de Jesús al Padre al
final de la Última Cena. Jesús les prepara para asumir los
acontecimientos que pronto sucederán, su pasión, muerte y
resurrección. En este momento está insistiendo en que no
les va a dejar; sin embargo también dice que les deja y van
a sufrir momentos muy duros. Para los discípulos y en aquel
momento son cosas difíciles de entender. A nosotros nos
resultan fáciles porque tenemos fe y conocemos ya todo lo
que sucedería después.
“El que me ama guardará mi palabra…; el que no me
ama no guardará mis palabras”. Una persona, que había
estado un tiempo alejada de Dios, con pecados muchos y
graves, había cambiado, pero no se confesaba; decía que
no podía porque no estaba arrepentida. Lo que le pasaba
era que confundía el sentimiento con el acto de voluntad. Es
error frecuente. Dicha persona no sentía amargura,
vergüenza, rechazo de sus pecados; sin embargo sí sabía y
aceptaba haber hecho el mal y haber ofendido a Dios, y
había rechazado todo aquello como indigno y reprobable de
quien es amado de Dios; por fin por esos motivos había
rechazado esa conducta y la prueba estaba en que ahora
tenía otra muy distinta. Los hechos eran la prueba de que sí
se había arrepentido.
Lo decisivo son las obras. A veces Dios nos concede
el favor de tener sentimientos buenos, que nos impulsan y
facilitan la limosna, la oración, el arrepentimiento y otros
actos morales buenos. Tales sentimientos son buenos y
conviene fomentarlos pues nos ayudan a la virtud, y son en
general gracias de Dios para ello; pero no son voluntarios,
no siempre nos son posibles y no son estrictamente
necesarios para la práctica de las virtudes. El que da
limosna porque en ese pobre está Jesucristo, hace un acto
de caridad bueno y meritorio, aunque no sienta compasión.
Así mismo el empleador que, consciente de su obligación
cristiana de ser justo, paga unas horas extraordinarias, está
haciendo un acto que muestra que ama a Dios.
Cuando ustedes vienen a misa, oran por la Iglesia,
dan gracias a Dios, piden por su familia, agradecen un
favor, ayudan, dicen la verdad, perdonan, dan limosna…
porque ésa es la conducta propia de un cristiano, ustedes
están guardando la palabra del Señor y eso es prueba de
que le aman.
Recuerden que los evangelios de la Pascua una y otra
vez manifiestan que a Jesús resucitado lo tenemos cerca y
que por tanto no carecemos de la suerte de los que vieron y
oyeron a Jesús con sus ojos y oídos de carne. En este texto
también nos lo asegura Jesús: “El que ama guardará mi
palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos
morada en él”. Estará tan cercano, que estará dentro de
cada uno de nosotros. Y repite y amplifica la idea
prometiendo el Espíritu Santo, que nos ayudará con su
enseñanza y el recuerdo de su doctrina. Debemos dar
gracias a Dios por esta presencia del Señor en nuestra alma
y hacer uso de ella con frecuencia. Las jaculatorias, que son
breves peticiones de ayuda, expresiones de acción de
gracias, de reconocimiento o de perdón, son un fácil y
hermoso medio para vivir la compañía con Cristo y con toda
la Trinidad.
Esta promesa de su presencia les dice Jesús a sus
discípulos que les dará “su paz”. Es una paz que nadie ni
nada pueden dar. Es una paz que brota desde el fondo del
corazón y lo transforma todo disolviéndolo en el amor de
Dios, que está allí dentro en el fondo del alma. Por eso no
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deben tener miedo. Y Jesús insiste en que se va, pero
vuelve.
Y a￱ade una frase no tan fácil de entender: “Si me
amaran se alegrarían de que vaya al Padre”. Es claro que
no hay que tomar estas palabras al pie de la letra; estarían
en contra del clima de intimidad y cariño intenso de todo el
momento. Manifiestan sólo que al amor que le tienen le
falta la luz necesaria de la fe perfecta. No caen en la cuenta
de que por el sufrimiento, sí, va al Padre, lo cual constituye
su plena felicidad, su destino eterno y la plenitud de su
existencia: “el Padre es mayor que yo”.
Se lo dice entonces, “antes de que suceda”; “para
que cuando suceda –en las próximas horas– sigan ustedes
creyendo”. La fe de los discípulos no es todavía perfecta.
Por eso tienen miedo; siguen sin estar seguros de que la
cruz es el camino necesario para Jesús por voluntad del
Padre para realizar su misión, para salvar al mundo de su
pecado y que a los tres días resucitará y volverá. La
experiencia de Jesús resucitado y la venida del Espíritu
Santo culminarán la preparación de los discípulos para ser
testigos de Cristo resucitado ante los hombres.
También nosotros vemos que nos falta para la fe
perfecta. Nos falta ver en la cruz el camino necesario para
“ir al Padre” y eso hasta dar la vida. Oremos cuando
sufrimos, para aceptar la cruz, para llevarla en paz y no
quejarnos a Dios por ella. Despertemos a la verdad de que
Jesús nos acompaña y de que no nos faltará el Espíritu
Santo para acercarnos a Él y vivir su presencia. Caminemos
tras el camino de los santos. Así Santa Teresa:
Dulce Jesús mío, aquí estáis presente.
Las tinieblas huyen, Luz resplandeciente;
oh, Sol refulgente, Jesús Nazareno,
véante mis ojos, muérame yo luego.
Gloria, gloria al Padre, gloria, gloria al Hijo,
gloria para siempre igual al Espíritu.
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Gloria de la tierra suba hasta los cielos.
Véante mis ojos, muérame yo luego. Amén
“Hay un doble aspecto en el misterio pascual: por su
muerte nos libera del pecado, por su resurrección nos
abre el camino a una nueva vida. Esta es, en primer
lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de
Dios (Ro 4,25) ‘a fin de que, al igual que Cristo fue
resucitado de entre los muertos, así también nosotros
vivamos una nueva’ vida (Ro 6,4)” [Cat. Igl. Cat. 654]
“Concédenos, Dios todopoderoso, continuar
celebrando con fervor estos días de alegría en honor
de Cristo resucitado, y que los misterios que estamos
recordando transformen nuestra vida y se
manifiesten en nuestras obras” (Colecta del domingo
VI de Pascua).
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