Ciclo C: VI Domingo de Pascua
Mario Yépez, C.M.
No estamos solos
Lucas, en los Hechos de los apóstoles, presenta su versión sobre esta asamblea de
Jerusalén que también es recogida por las cartas de Pablo. Probablemente la
controversia fue mucho más fuerte de lo que Lucas narra aquí. El cristianismo
naciente se desarrollaba en diversas comunidades, lo que nos habla de una
progresión positiva, aunque era lógico que se empezarán a suscitar también ciertas
dificultades, sobre todo en la convivencia de los hermanos de origen judío con los
que procedían de la gentilidad, quienes luego de la misión de Pablo y Bernabé,
acogían con alegría y generosidad el anuncio del Evangelio. La gran preocupación e
interés de Lucas es subrayar ante todo la capacidad de discernimiento de los
dirigentes de la comunidad, especialmente los de Jerusalén, ante un problema que
podía causar serias dificultades para la evangelización. La fuerza de la palabra
“decidir“, revela un principio de autoridad que supera toda expectativa de poder
humano, pues quien concede este adecuado discernimiento es el Espíritu Santo que
acompaña a la comunidad y a sus dirigentes a considerar qué es lo mejor para la
evangelización. Este quizá fue la confrontación fundamental de los primeros
tiempos de la naciente iglesia, de los tiempos de aquellos testigos más cercanos al
acontecimiento Jesucristo, y que refleja justamente la diversidad de comunidades
cristianas que iban surgiendo y que necesitaban ciertas estructuras de organización
y de relación mutua, sin perder de vista que no es simplemente una acción humana
o de mera convivencia sino es el deseo de Dios y por ello es necesario confiar en
que el Espíritu Santo acompaña e ilumina el adecuado discernimiento de los líderes
comunitarios.
En la segunda lectura, continuamos con la revelación de Juan en este capítulo 21.
La Nueva Jerusalén, preparada por Dios baja del cielo y es manifestada al vidente,
a quien se revela en lenguaje cifrado, la decisión insondable de Dios de confirmar
su plan salvífico. La restauración de Israel en los Doce se abre hacia la restauración
de toda la humanidad. No hay solo una puerta para entrar, hay puertas disponibles
en clave de los cuatro puntos cardinales. Es una nueva ciudad para una nueva
manera de entender la relación con Dios. Por tanto, ya no es necesario un templo.
Los velos de separación entre lo santo y lo profano son eliminados, porque con
Jesucristo se nos ha manifestado una nueva manera de comprender a Dios. La
gloria de Dios es resplandor para los hombres y la confirmación de su presencia es
la lámpara que siempre está encendida, el Cordero. En esta revelación se
manifiesta vivamente que no hay división en la historia según el plan de Dios, no
hay marginación para ningún ser humano abierto a la fe, no hay templo que
restrinja una relación directa y plena con Dios.
El testamento de Jesús que recoge el evangelista Juan, se inicia con este discurso
acerca del mandamiento del amor. Hoy continuamos este primer discurso y que va
destacando ciertos rasgos importantes de la fe cristiana de esta comunidad joánica,
que aportó un discernimiento teológico profundo sobre la ética cristiana. No se
puede decir que amamos a Dios si no consideramos el cumplimiento de los
mandamientos. No puede haber distorsión entre fe que se confiesa y fe que se
demuestra. La motivación de esta observancia no pasa por un tema de mérito sin
más, sino en la posibilidad de que Dios haga morada en la vida del creyente. Por
Cristo, la presencia de Dios es posible en el corazón de quien cree. Pero, el
evangelista siempre reconoce que estamos ante un gran Misterio, por lo que
considera que aún hay muchas cosas que necesitan ser discernidas e incluso
conocidas, para lo cual se anuncia la venida del “Paráclito“, de aquel que pueda
seguir ayudando, esta vez a la comunidad cristiana, a seguir abriéndose a la
revelación del Misterio de Dios y de su salvación. Su misión es enseñar y recordar y
por tanto la disposición del creyente es escuchar y estar atento. La misión de Jesús
está llegando a su “consumaci￳n” y tiene que volver al Padre. Esto no de fácil
comprensión para sus discípulos y es algo de lo que tendrán que entender a la luz
de estas palabras revelatorias y de la acción del Espíritu Santo más adelante.
La Iglesia es una abierta comunidad de creyentes, pero no estamos solos en este
mundo, como si fuésemos itinerantes ilusos de un cambio radical de la sociedad. La
fuerza e iluminación del Espíritu Santo nos acompaña. Grandes dificultades siempre
las ha habido y siempre las habrá. Somos humanos y cometemos errores, incluso
podemos aferrarnos en la Iglesia a criterios tan terrenales que podemos olvidarnos
que quien rige nuestras decisiones y es el punto de orientación de nuestras
convicciones es Jesucristo. Nuestra fe descansa en el Hijo de Dios que es la lámpara
que nos permite ver de una forma nueva y distinta la relación del ser humano con
Dios. Es verdad que necesitamos en esta vida diversas mediaciones que nos
ayuden a expresar nuestra fe, pero el sentido de lo que creemos debe ayudar a
trascender constantemente estas propias realidades de mediación. Si nos fijamos,
se revelan tres preocupaciones en esta tres lecturas: los apóstoles necesitan
acordar una salida práctica al problema de la apertura y comunión con el mundo
gentil ya que éstos no cumplían la observancia de la ley; en la revelación del
vidente se manifiesta que hay una nueva ciudad preparada para los elegidos pero
en la que ya no es necesario ningún templo; finalmente, los discípulos ante el
testamento de Jesús y su vuelta al Padre, tienen una sensación de que se
encontrarán solos cuando se llegue a dar este apartamiento de Jesús de su lado.
Pero para estas preocupaciones se nos invita a trascender: no podemos crear
barreras para la evangelización lo que exige un adecuado discernimiento a la luz del
Espíritu Santo para favorecer con la respectiva responsabilidad la apertura a la fe;
propiamente hemos nacido también sin la necesidad de un templo como vehículo
concreto de relación con Dios pero lo hemos asumido en la medida que lo
consideramos como un lugar donde se expresa la fe viva de una comunidad reunida
con Jesús; finalmente, la vuelta del Padre no ha marcado ningún distanciamiento
con Jesús, sino más bien, se ha encaminado nuestro destino y es a la luz del
Espíritu Santo donde comprendemos mejor esto y lo que en definitiva nos impulsa a
continuar viviendo con esperanza.
Pidamos al Espíritu Santo que siga siendo el sostén de nuestra vida, dejémonos
interpelar por sus inspiraciones, no cerremos la acción del Espíritu especialmente
en lo que compete a nuestra vida cristiana y la corresponsabilidad con la
comunidad, que nos ayude siempre a trascender las realidades temporales y de
esta forma confirmemos nuestra fe en Jesús, la lámpara encendida que es reflejo
de que su deseo de salvación permanece y está latente día y noche hasta el final de
los tiempos. Unámonos al salmista y que nuestro comportamiento demuestre
siempre lo que confesamos con nuestros labios: “El Se￱or tenga piedad y nos
bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros, conozca la tierra sus caminos, todos los
pueblos tu salvaci￳n”.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)