“El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará”
Jn 14, 23-29
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Lectio Divina
LA PAZ DE JESÚS
A nosotros -siempre inquietos e inseguros, incluso cuando levantamos la voz para
hacernos valer- nos da hoy Jesús su paz, diferente a la que da el mundo, quizás
diferente a la que queremos. A buen seguro, más preciosa para el tiempo y para la
eternidad. Del mismo modo que en la última cena entregó su corazón y todos los
tesoros encerrados en él a sus discípulos, así hace con nosotros hoy, ofreciéndonos
la clave de su paz y dejándonos entrever su desenlace. La clave de la paz es el
amor, adhesión concreta a su Palabra, que hace de nosotros morada de Dios. Y el
desenlace es, ya desde ahora, la alegría. ¡Sencillo y arduo programa! Sin embargo,
está a nuestro alcance, porque nos ha entregado al Espíritu Santo, memoria
viviente de Jesús, lámpara para los pasos de nuestro camino y vigor en la fatiga del
compromiso cristiano.
Si abrimos la puerta del corazón a la paz del Señor, la mayoría de las veces se
produce, al principio, un alboroto en nuestro mundo interior: creíamos que los otros
ya no nos fastidiarían o molestarían más; pensábamos que el Espíritu nos había
calmado del todo; y, sin embargo... Su paz es un dinamismo de amor, no una
quietud estática: si le abrimos la puerta del corazón, podrán entrar en él todos los
hermanos, con todas sus preguntas apremiantes. Pensábamos que al menos nos
sentiríamos ricos por dentro para dar y, sin embargo, seguimos igual de pobres. Es
entonces cuando el «Padre de los pobres», el Espíritu Santo, se vuelve Paráclito en
nosotros y nos enseña, antes que nada, a escuchar sin preconceptos y sin
presunciones (porque somos pobres) a los otros; a recordar la Palabra de Jesús,
que se vuelve en nosotros luz que indica el camino de la paz a los hermanos. Es un
poco lo que sucedió también hace dos mil años en el concilio de Jerusalén... Se
trata de una obra continua, pues la paz de Jesús, ofrecida al corazón de cada
discípulo, debe propagarse por el mundo: a él está destinada, en efecto, una meta
de alegría y de gloria celestial, que es don de Dios. Pero a nosotros se nos ha dado
la tarea de prepararla desde ahora.
ORACION
En ti, y sólo en ti, Señor, encuentra reposo nuestro corazón inquieto y turbado. Tú
eres la verdadera paz que el mundo y sus vanidades no pueden ofrecer. Tú eres la
piedra preciosa, prenda de la herencia futura, que nadie podrá quitarnos jamás.
Concédenos el deseo ardiente de estar a la escucha de toda palabra tuya, para
estar siempre dispuestos a realizar lo que tú nos confíes, sin contar con nuestras
fuerzas, sino con el poder de tu Espíritu, que habita en nosotros. Sus gemidos
inefables nos abren a una incesante oración por cada hombre que sufre lejos de tu
rostro. Que su caridad nos conceda una verdadera solicitud, para que no pase
ningún pobre a nuestro lado sin encontrar consuelo y descanso.