PAPA FRANCISCO
REGINA COELI
Plaza de San Pedro
IV Domingo de Pascua, 21 de abril de 2013
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El cuarto domingo del tiempo de Pascua se caracteriza por el Evangelio del Buen
Pastor, que se lee cada año. El pasaje de hoy refiere estas palabras de Jesús: «Mis
ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida
eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, lo
que me ha dado, es mayor que todo, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi
Padre. Yo y el Padre somos uno» ( Jn 10, 27-30). En estos cuatro versículos está
todo el mensaje de Jesús, está el núcleo central de su Evangelio: Él nos llama a
participar en su relación con el Padre, y ésta es la vida eterna.
Jesús quiere entablar con sus amigos una relación que sea el reflejo de la relación
que Él mismo tiene con el Padre: una relación de pertenencia recíproca en la
confianza plena, en la íntima comunión. Para expresar este entendimiento
profundo, esta relación de amistad, Jesús usa la imagen del pastor con sus ovejas:
Él las llama y ellas reconocen su voz, responden a su llamada y le siguen. Es
bellísima esta parábola. El misterio de la voz es sugestivo: pensemos que desde el
seno de nuestra madre aprendemos a reconocer su voz y la del papá; por el tono
de una voz percibimos el amor o el desprecio, el afecto o la frialdad. La voz de
Jesús es única. Si aprendemos a distinguirla, Él nos guía por el camino de la vida,
un camino que supera también el abismo de la muerte.
Pero, en un momento determinado, Jesús dijo, refiriéndose a sus ovejas: «Mi
Padre, que me las ha dado…ᄏ (cf. 10, 29). Esto es muy importante, es un misterio
profundo, no fácil de comprender: si yo me siento atraído por Jesús, si su voz
templa mi corazón, es gracias a Dios Padre, que ha puesto dentro de mí el deseo
del amor, de la verdad, de la vida, de la belleza… y Jesús es todo esto en plenitud.
Esto nos ayuda a comprender el misterio de la vocación, especialmente las
llamadas a una especial consagración. A veces Jesús nos llama, nos invita a
seguirle, pero tal vez sucede que no nos damos cuenta de que es Él, precisamente
como le sucedió al joven Samuel. Hay muchos jóvenes hoy, aquí en la plaza. Sois
muchos vosotros, ¿no? Se ve… Eso. Sois muchos j￳venes hoy aquí en la plaza.
Quisiera preguntaros: ¿habéis sentido alguna vez la voz del Señor que, a través de
un deseo, una inquietud, os invitaba a seguirle más de cerca? ¿Le habéis oído? No
os oigo. Eso... ¿Habéis tenido el deseo de ser apóstoles de Jesús? Es necesario
jugarse la juventud por los grandes ideales. Vosotros, ¿pensáis en esto? ¿Estáis de
acuerdo? Pregunta a Jesús qué quiere de ti y sé valiente. ¡Pregúntaselo! Detrás y
antes de toda vocación al sacerdocio o a la vida consagrada, está siempre la
oración fuerte e intensa de alguien: de una abuela, de un abuelo, de una madre, de
un padre, de una comunidad… He aquí porqué Jesús dijo: ᆱRogad, pues, al Se￱or
de la mies —es decir, a Dios Padre— para que mande trabajadores a su mies»
( Mt 9, 38). Las vocaciones nacen en la oración y de la oración; y sólo en la oración
pueden perseverar y dar fruto. Me complace ponerlo de relieve hoy, que es la
«Jornada mundial de oración por las vocaciones». Recemos en especial por los
nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma que tuve la alegría de ordenar esta
mañana. E invoquemos la intercesión de María. Hoy hubo diez jóvenes que dijeron
«sí» a Jesús y fueron ordenados sacerdotes esta ma￱ana… Es bonito esto.
Invoquemos la intercesión de María que es la Mujer del «sí». María dijo «sí», toda
su vida. Ella aprendió a reconocer la voz de Jesús desde que le llevaba en su seno.
Que María, nuestra Madre, nos ayude a reconocer cada vez mejor la voz de Jesús y
a seguirla, para caminar por el camino de la vida. Gracias.
Muchas gracias por el saludo, pero saludad también a Jesús. Gritad «Jesús»,
fuerte… Recemos todos juntos a la Virgen.
© Copyright 2013 - Libreria Editrice Vaticana