Encuentros con la Palabra
Solemnidad de la Ascensión – Ciclo C (Lucas 24, 46-53
Ustedes deben dar testimonio de estas cosas
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
En el libro de Jean Canfield y Mark Victor Hansen, Sopa de pollo para el alma , publicado
en 1995, se cuenta una historia parecida a esta: Era una soleada tarde de domingo en
una ciudad apartada de la capital del país. Un buen amigo mío salió con sus dos hijos a
pasear un rato para aprovechar la belleza del paisaje y el aire fresco de la tarde. Llegaron
a las afueras de la ciudad, donde estaba acampado un pequeño circo que ofrecía sus
funciones con mucho éxito. Mi amigo le preguntó a sus hijos si querían disfrutar del
espectáculo aquella tarde. Los niños, sin dudarlo, dieron un brinco de alegría y se
dispusieron a gozar. Mi amigo se acercó a la ventanilla y preguntó: –¿Cuánto cuesta la
entrada? – Diez mil pesos por usted y cinco mil por cada niño mayor de seis años –
contestó el taquillero. – Los niños menores de seis años no pagan. ¿Cuántos años tienen
ellos? – El abogado tiene tres y el médico siete, así que creo que son quince mil pesos –
dijo mi amigo. – Mire señor – dijo el hombre de la ventanilla – ¿se ganó la lotería o algo
parecido? Pudo haberse ahorrado cinco mil pesos. Me pudo haber dicho que el mayor
tenía seis años; yo no hubiera notado la diferencia. – Sí, puede ser verdad – replicó mi
amigo – pero los niños sí la hubieran notado.
Dar testimonio de las cosas de Dios en medio de este mundo, es la tarea que nos dejó el
Señor antes de su Ascensión a los cielos. “Comenzando desde Jerusalén, ustedes deben
dar testimonio de estas cosas. Y yo enviaré sobre ustedes lo que mi Padre prometió. Pero
ustedes quédense aquí, en la ciudad de Jerusalén, hasta que reciban el poder que viene
del cielo. Luego Jesús los llevó fuera de la ciudad, hasta Betania, y alzando las manos los
bendecía. Y mientras los bendecía, se apartó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos,
después de adorarlo, volvieron a Jerusalén muy contentos. (...)”.
En cada circunstancia de nuestra vida, tenemos que descubrir la mejor manera de dar
testimonio del Señor. No siempre es fácil. Ya sea porque es más cómodo asumir actitudes
distintas a las que se esperan de un seguidor del Señor, o porque nuestras limitaciones y
nuestro pecado nos hacen incapaces para responder con amor, con perdón, con
misericordia. Es especialmente difícil dar testimonio de las cosas de Dios delante de los
que tenemos más cerca. Ellos nos conocen y saben muy bien dónde nos talla el zapato.
En esos casos, tenemos que pedirle a Dios que nos regale su gracia para ser fieles.
Muchos hombres y mujeres, a lo largo de la historia de la Iglesia, han dado testimonio de
las cosas de Dios, con su propia vida. A nosotros tal vez no se nos pida tanto. Pero,
ciertamente, podemos escoger el camino fácil de pasar agachados cuando los demás
esperan de nosotros un comportamiento coherente con nuestra vida cristiana, o asumir
las consecuencias que trae el ser discípulos de un maestro que estuvo dispuesto a dar su
vida por los demás, antes de apartarse del camino que Dios, su Padre, le señalaba.
El Señor nos dejó como sus representantes aquí en la tierra para continuar su obra en medio
de nuestras familias y de la sociedad en la que vivimos. Pidámosle que en los momentos
clave, seamos capaces de responder como él lo espera. Porque, aunque algunos no lo
crean, la diferencia sí se nota...
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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