Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Conviene que se vaya
Las despedidas resultan siempre tristes y melancólicas porque nos privan de la persona
amada. Hay vacíos difíciles de llenar y los buenos recuerdos hacen más penoso el vacío
que dejan. Sólo nos alegramos cuando se van los indeseables, los malos y los perversos.
En la fiesta de la ascensión de Jesús a los cielos ocurre todo lo contrario, después de su
pasión y muerte, durante cuarenta días se apareció a los discípulos en varias ocasiones y
les dio pruebas de que estaba vivo, de que no era un fantasma y les habló del reino de
los cielos, es decir, de la vida futura. Un día los condujo a un lugar cercano a Betania y
mientras los bendecía, se fue elevando hasta que una nube lo ocultó de sus ojos. Ellos
regresaron a su casa llenos de gozo (Lc. 24,52).
¿Cómo podían estar felices los apóstoles sabiendo que Jesús se había ido
definitivamente? Difícil de entender, a no ser que no se quedaran realmente solos.
Veamos.
La ascensión no deja un vacío, sino otro tipo de presencia. Cristo ya no está en un
cuerpo material, pero está presente sacramentalmente en la Eucaristía. “Este es mi
cuerpo que se da por vosotros; haced esto en conmemoración mía” (I Cor. 11,24). Su
presencia no es un simple recuerdo del pasado, sino que se trata de una presencia real,
viva y eficaz. Dios no es una consecuencia de la razón o un puro pensamiento, sino que
el Hijo de Dios se Encarnó para entrar en comunicación con el hombre. ¿Quién hay que
tenga un Dios tan cercano como lo está Cristo en su Iglesia? ¿Quién puede afirmar con
plena seguridad: “Aquí está Dios”, como lo afirma el cristiano respecto a la Eucaristía?
La ascensión nos trae el auxilio del Espíritu Santo, dulce huésped del alma, el Espíritu
de la Verdad que con sus siete dones nutre, fortalece, ilumina y conserva la vida del
cristiano, hasta llegar a gozar de la presencia eterna de Dios en el cielo en compañía de
los seres queridos, comenzando por la Santísima Virgen María. Por eso Jesús les dijo a
los apóstoles en la última cena: “Os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya;
porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito” (Jn. 16,7). Después de la
ascensión de Cristo quedan resueltas muchas preguntas sobre el sentido de la vida,
“buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Col. 3,1) y
evitar el mal, aunque la vida parezca premiar a los cínicos, a los orgullosos y a los que
sostienen que Dios no se ocupa de los sucesos humanos. La dicha está en el vivir la
“otra” presencia de Cristo: “Pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra
alegría nadie os la podrá quitar” (Jn. 16,22).
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