VII Semana de Pascua
Miércoles
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas:
a.- Hch. 20, 28-38: Despedida de los presbíteros de Efeso.
En este discurso, Pablo pide a los presbíteros, celo, humildad y renuncia al
egoísmo. El deseo implícito de Pablo, es traspasar su responsabilidad y
ejemplaridad de vida, en la fundación y gobierno de las comunidades a los
presbíteros de la Iglesia. Dios los llamó, para apacentar el rebaño de su Hijo, que
adquirió con su muerte y resurrección. Es el Espíritu Santo, el responsable de la
elección de los dirigentes de las comunidades (cfr. Hch. 13, 1). Si bien, la imagen
del rebaño, es conocida en el AT, en el Nuevo, es la comunidad cristiana, el nuevo
rebaño del Señor Jesús (cfr. Lc. 15,4; Jn. 10; 1 Pe. 2, 25). Luego, ese título pasará
a los apóstoles y más tarde a los encargados por la comunidad local (cfr. Jn. 21,
15-17; 1 Cor. 9,7; 1 Pe. 5, 2-3). La Iglesia les ha sido confiada por Cristo, no son
sus amos o dueños, Él la adquirió con su propia sangre, esta es la razón de la
redención y origen de la comunidad eclesial. Pablo, advierte sobre la culpa en los
desvíos doctrinales que puedan sufrir como comunidad, porque esos peligros
provienen del exterior y del interior, persecuciones y herejías. Su trabajo consistió
en predicar, se ganó el pan con la labor de sus manos, no fue gravoso para nadie;
fue humilde en el trato y en la presentación de la doctrina en forma pública y en las
casas. ÉL representa a la Iglesia apostólica y legítima de Cristo, cosa que los
maestros gnósticos que se habían infiltrado, también en el judaísmo, no pueden
invocar. Los presbíteros deben ser como Pablo, un soporte para la comunidad en lo
doctrinal y en lo pastoral para sus comunidades, evitando la dispersión y la herejía
(v. 28. 31). Si bien, los responsables son los dirigentes, es Dios quien debe velar
por ellos. ÉL debe continuar la obra comenzada por ellos con la recepción de la
palabra de gracia divina que les ha confiado y el cuidado pastoral. La gracia es la
actualización de la obra de Dios realizada en Cristo dentro de la comunidad eclesial,
que edifica al creyente y a la propia Iglesia. Santificados son los creyentes, familia
de Dios, con derecho a la herencia prometida desde antiguo (cfr. Dt. 33, 3-4).
Finalmente, Pablo nos comunica que conoce la palabra de Jesús mientras estaba
vivo, y no sólo la conocía sino la seguía. Por primera vez Lucas, relaciona a Pablo
con la predicación terrena de Jesús, es decir, no sólo lo vio Resucitado, sino que
conoce su predicaci￳n: “Mayor felicidad hay en dar que en recibir” (v. 35). Con una
palabra, no suya, sino de Jesús, Pablo se despide de la comunidad. Palabra que
suena a bienaventuranza, que beatifica no actitudes sino directamente a las
personas. Quien la pone en práctica, da generosamente, libre de todo egoísmo, sólo
por amor, vive la nueva condición de hijos de Dios.
b.- Jn. 17, 6. 11-19: Padre, santifícalos en la verdad.
Dentro de la oración sacerdotal de Jesús al Padre, ÉL pide la protección del Padre,
para sus discípulos, y para los que creerán en ÉL en el futuro. La idea es que los
proteja, de todo aquello que los pudiera hacer desistir de su fe y de la vida nueva
de cristianos, no pide les retire el sufrimiento y la muerte (v. 11). El Nombre de
Dios, significa su manifestación, el mismo Jesús, es ahora manifestación del poder
de ese Santo Nombre de Dios en la tierra. Por esa manifestación del Nombre de
Dios, quiere que sus discípulos sean protegidos de no perder la fe; otra
manifestación del Nombre de Dios, es la del amor. El Nombre de Dios es amor, lo
que pide Jesús, es que se mantengan en el amor mutuo, amor que hace partícipes
a los hombres, de la misma comunión que existe entre el Padre y el Hijo. La unidad
de la Iglesia, debe ser manifestación de este amor trinitario. Durante el ejercicio de
su ministerio, Jesús, los cuidó y protegió a aquellos que el Padre le confió, excepto
el hijo de la perdición, o sea Judas, el que lo traicionó. En el evangelio de Juan,
este hijo de la perdición, representa el mal (cfr. Jn. 2, 3; 13, 18). Ahora, se
presenta el ministerio terreno de Jesús, y el que vivirán los apóstoles en el futuro,
porque ÉL vuelve al Padre, luego de su misterio pascual. Esta última parte, la
vivirán en la tristeza, por la partida de Jesús, pero asimismo en la alegría de saber
que ÉL, es el enviado del Padre que les ha comunicado la palabra de la vida, es
decir, el evangelio. Si bien, Jesús vuelve al Padre, luego de su resurrección, los
discípulos deberán permanecer en el mundo, para dar frutos de santidad en favor
del testimonio de la fe recibida. El riesgo que tienen los discípulos, es precisamente
perder la fe, en medio de un mundo, dominado por el demonio, de ahí que Jesús,
insiste en su oración al Padre: líbralos del mal. Ser santificados en la verdad,
equivale a consagrar a los discípulos en la verdad, para que realicen la misión de
evangelizar a todo el mundo. Pero no lo podrán realizar, sino desde la palabra que
Jesús les ha comunicado. La santificación, que Jesús quiere para sus discípulos, es
en la verdad, que Él les enseñó con su palabras y obras. La santificación, en
definitiva, de los discípulos comienza con el misterio pascual de muerte y
resurrección de Jesucristo, entrega total, que hace de su existencia al Padre, por la
redención de la humanidad, cuyo resultado es la misión que ahora ellos deben
realizar de cara a la sociedad actual.
Santa Teresa de Jesús, vive en la verdad del amor de Dios y que Jesucristo selló en
su alma. “Qued￳me una verdad de esta divina Verdad que se me represent￳, sin
saber cómo ni qué, esculpida, que me hace tener un nuevo acatamiento a Dios,
porque da noticia de su majestad y poder, de una manera que no se puede decir.
Sé entender que es una gran cosa. Quedóme muy gran gana de no hablar sino
cosas muy verdaderas, que vayan adelante de lo que acá (6) se trata en el mundo,
y así comencé a tener pena de vivir en él. Dejóme con gran ternura y regalo y
humildad. Paréceme que, sin entender cómo, me dio el Señor aquí mucho. No me
quedó ninguna sospecha de que era ilusión. No vi nada, mas entendí el gran bien
que hay en no hacer caso de cosas que no sea para llegarnos más a Dios, y así
entendí qué cosa es andar un alma en verdad delante de la misma Verdad. Esto
que entendí, es darme el Se￱or a entender que es la misma Verdad.” (V 40,3).