SANTA MISA Y CANONIZACIONES
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Plaza de San Pedro
VII Domingo de Pascua 12 de mayo de 2013
Queridos hermanos y hermanas:
En este séptimo domingo del Tiempo Pascual, nos reunimos con alegría para
celebrar una fiesta de la santidad. Damos gracias a Dios que ha hecho resplandecer
su gloria, la gloria del Amor, en los Mártires de Otranto, la Madre Laura Montoya y
la Madre María Guadalupe García Zavala. Saludo a todos los que habéis venido a
esta fiesta —de Italia, Colombia, México y otros países— y os lo agradezco.
Miremos a los nuevos santos a la luz de la Palabra de Dios que ha sido proclamada.
Una palabra que nos invita a la fidelidad a Cristo, incluso hasta el martirio; nos ha
llamado a la urgencia y la hermosura de llevar a Cristo y su Evangelio a todos; y
nos ha hablado del testimonio de la caridad, sin la cual, incluso el martirio y la
misión pierden su sabor cristiano.
1. Los Hechos de los Apóstoles , cuando hablan del diácono Esteban, el protomártir,
insisten en decir que él era un hombre «lleno del Espíritu Santo» (6,5; 7,55). ¿Qué
significa esto? Significa que estaba lleno del amor de Dios, que toda su persona, su
vida, estaba animada por el Espíritu de Cristo resucitado hasta el punto de seguir a
Jesús con fidelidad total, hasta hasta la entrega de sí mismo.
Hoy la Iglesia propone a nuestra veneración una multitud de mártires, que en 1480
fueron llamados juntos al supremo testimonio del Evangelio. Casi 800 personas,
supervivientes del asedio y la invasión de Otranto, fueron decapitadas en las
afueras de la ciudad. No quisieron renegar de la propia fe y murieron confesando a
Cristo resucitado. ¿Dónde encontraron la fuerza para permanecer fieles?
Precisamente en la fe, que nos hace ver más allá de los límites de nuestra mirada
humana, más allá de la vida terrena; hace que contemplemos «los cielos abiertos»
–como dice san Esteban – y a Cristo vivo a la derecha del Padre. Queridos amigos,
conservemos la fe que hemos recibido y que es nuestro verdadero tesoro,
renovemos nuestra fidelidad al Señor, incluso en medio de los obstáculos y las
incomprensiones. Dios no dejará que nos falten las fuerzas ni la serenidad. Mientras
veneramos a los Mártires de Otranto, pidamos a Dios que sostenga a tantos
cristianos que, precisamente en estos tiempos, ahora, y en tantas partes del
mundo, todavía sufren violencia, y les dé el valor de ser fieles y de responder al
mal con el bien.
2. La segunda idea la podemos extraer de las palabras de Jesús que hemos
escuchado en el Evangelio: «Ruego por los que creerán en mí por la palabra de
ellos, para que sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo
sean en nosotros» ( Jn 17,20). Santa Laura Montoya fue instrumento de
evangelización primero como maestra y después como madre espiritual de los
indígenas, a los que infundió esperanza, acogiéndolos con ese amor aprendido de
Dios, y llevándolos a Él con una eficaz pedagogía que respetaba su cultura y no se
contraponía a ella. En su obra de evangelización Madre Laura se hizo
verdaderamente toda a todos, según la expresión de san Pablo (cf. 1 Co 9,22).
También hoy sus hijas espirituales viven y llevan el Evangelio a los lugares más
recónditos y necesitados, como una especie de vanguardia de la Iglesia.
Esta primera santa nacida en la hermosa tierra colombiana nos enseña a ser
generosos con Dios, a no vivir la fe solitariamente - como si fuera posible vivir la fe
aisladamente -, sino a comunicarla, a irradiar la alegría del Evangelio con la palabra
y el testimonio de vida allá donde nos encontremos. En cualquier lugar donde
estemos, irradiar esa vida del Evangelio. Nos enseña a ver el rostro de Jesús
reflejado en el otro, a vencer la indiferencia y el individualismo, que corroe las
comunidades cristianas y corroe nuestro propio corazón, y nos enseña acoger a
todos sin prejuicios, sin discriminación, sin reticencia, con auténtico amor, dándoles
lo mejor de nosotros mismos y, sobre todo, compartiendo con ellos lo más valioso
que tenemos, que no son nuestras obras o nuestras organizaciones, no. Lo más
valioso que tenemos es Cristo y su Evangelio.
3. Por último, una tercera idea. En el Evangelio de hoy, Jesús reza al Padre con
estas palabras: «Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el
amor que me tenías esté en ellos y yo en ellos» ( Jn 17,26). La fidelidad hasta la
muerte de los mártires, la proclamación del Evangelio a todos se enraízan, tienen
su raíz, en el amor de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo (cf. Rm 5,5), y en el testimonio que hemos de dar de este amor en
nuestra vida diaria. Santa Guadalupe García Zavala lo sabía bien. Renunciando a
una vida cómoda – cuánto daño hace la vida cómoda, el bienestar; el
aburguesamiento del corazón nos paraliza – y, renunciando a una vida cómoda
para seguir la llamada de Jesús, enseñaba a amar la pobreza, para poder amar más
a los pobres y los enfermos. Madre Lupita se arrodillaba en el suelo del hospital
ante los enfermos y ante los abandonados para servirles con ternura y compasión.
Y esto se llama «tocar la carne de Cristo». Los pobres, los abandonados, los
enfermos, los marginados son la carne de Cristo. Y Madre Lupita tocaba la carne de
Cristo y nos enseñaba esta conducta: non avergonzarnos, no tener miedo, no tener
repugnancia a tocar la carne de Cristo. Madre Lupita había entendido que significa
eso de «tocar la carne de Cristo». También hoy sus hijas espirituales buscan
reflejar el amor de Dios en las obras de caridad, sin ahorrar sacrificios y afrontando
con mansedumbre, con constancia apostólica ( hypomonē ), soportando con valentía
cualquier obstáculo.
Esta nueva santa mexicana nos invita a amar como Jesús nos ha amado, y esto
conlleva no encerrarse en uno mismo, en los propios problemas, en las propias
ideas, en los propios intereses, en ese pequeño mundito que nos hace tanto daño,
sino salir e ir al encuentro de quien tiene necesidad de atención, compresión y
ayuda, para llevarle la cálida cercanía del amor de Dios, a través de gestos
concretos de delicadeza y de afecto sincero y de amor.
Fidelidad a Jesucristo y a su Evangelio, para anunciarlo con la palabra y con la vida,
dando testimonio del amor de Dios con nuestro amor, con nuestra caridad hacia
todos: los santos que hemos proclamado hoy son ejemplos luminosos de esto, y
esto nos ofrecer sus enseñanzas, pero que también cuestionan nuestra vida de
cristianos: ¿Cómo es mi fidelidad al Señor? Llevemos con nosotros esta pregunta
para pensarla durante la jornada: ¿Cómo es mi fidelidad a Cristo? ¿Soy capaz de
«hacer ver» mi fe con respeto, pero también con valentía? ¿Estoy atento a los
otros? ¿Me percato del que padece necesidad? ¿Veo a los demás como hermanos y
hermanas a los que debo amar? Por intercesión de la Santísima Virgen María y de
los nuevos santos, pidamos que el Señor colme nuestra vida con la alegría de su
amor. Así sea.
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