Solemnidad. Domingo de Pentecostés
PENTECOSTEs
Padre Pedrojosé Ynaraja
Como en tantas otras ocasiones ocurre, el texto evangélico pone el acento en un
hecho que no fue exclusivo o único. Jesús resucitado les había dicho en otras
ocasiones a los discípulos: recibid el Espíritu Santo. Se lo aseguraba de antemano.
Lo que celebramos hoy solemnemente, es una importante realidad: la inhabitación
del Espíritu Santo, en aquel que ha aceptado por la Fe a Jesucristo.
Continúo, mis queridos jóvenes lectores, con mi costumbre de detallaros los lugares
donde acontecieron los hechos a los que se refieren las lecturas de la misa de hoy.
Dejando aparte lo que os decía más arriba, sin duda, un determinado e importante
día del calendario judío, el de Shavuot, recibieron muchos fieles de la comunidad de
Jerusalén, un portentoso don del Espíritu.
Los orígenes de esta fiesta enraízan en la celebración y ofrecimiento a Dios de las
primeras espigas de trigo. Lo era de las primicias, cincuenta días después de la de
las primeras espigas de cebada, cereal por entonces de inferior precio y utilidad. A
este contenido, las espigas, no especialmente importante para el Israel que
ocupaba ya la Tierra Prometida, se le añadió el de la conmemoración de la entrega
de la Ley en el Sinaí. Se celebra aun hoy en día, con oraciones propias de la fecha y
consumiendo frutos simbólicos. Obviamente, nada de cereales, ni acudir al Templo,
que hace siglos fue destruido y sus sacerdotes dispersados. Se come con gozo,
especialmente, leche y derivados, queso por ejemplo.
Situémonos en los orígenes de nuestra fiesta cristiana. En un tal día de shavuot,
cincuenta días aproximadamente después de la muerte-sepultura-resurrección del
Señor, se encontraba reunida la inicial comunidad. Reunida sí, pero mejor sería
decir escondida o temerosa, así era su estado de ánimo. El texto nos dice
explícitamente que eran muchos. Además de Santa María y los Apóstoles, menciona
a las Santas mujeres y un grupo de discípulos. Calculad que los refugiados pasarían
del centenar. Que los artistas, la mayoría de ellos, plasmen únicamente a los doce
con la Madre del Señor, es error suyo. Allá ellos, que el relato revelado dice otra
cosa y es lo que nos importa, para evitar creer que hubo favoritismos de género o
categoría social.
Tradicionalmente, y casi en exclusiva, se ha señalado que ocurrió en el mismo lugar
donde habían celebrado la Última Cena. Algunos han dicho que fue en la casa de la
madre de Juan Marcos, por aquello de que cuando quedó en libertad San Pedro,
había acudido al encuentro de los suyos a este lugar, donde había muchas personas
reunidas en oración (Hch 12,12). De todos modos la distancia entre una y otra
estancia, no supera los doce minutos de camino a pie. Más de una vez lo he
recorrido. Dicho esto, para general conocimiento, os debo explicar que el edificio
que visitamos la mayoría ahora, dispone de una amplia sala, donde sin duda ocurrió
“algo importante”. Estudiado el ámbito con criterios arqueológicos, no coincidiría
exactamente con aquel. Ciertamente que las columnas, capiteles y bóveda, son de
tiempos posteriores, de época cruzada principalmente, y que fue utilizada como
lugar de oración musulmana durante mucho tiempo, y queda como testimonio el
mihrab correspondiente. La propiedad, hoy en día, se la atribuye el Estado de
Israel, sin justo fundamento jurídico. La parte cercana a una escalera que se eleva
pegada al muro y el espacio del otro lado de esta pared, sería lo que correspondería
en aquel tiempo al Cenáculo. El visitante, que generalmente no es único, se
encuentra con grupos que reciben explicaciones del correspondiente guía, que
cantan o que rezan. Goza uno al comprobar el testimonio de fe de gente tan
diversa, lamenta que se grite demasiado y se entorpezca la meditación.
Oficialmente está prohibida cualquier acción litúrgica. Al Papa Juan-Pablo II se le
permitió celebrar misa, fue un hecho excepcional, no estoy seguro si único.
Cambio de tercio. Así como el Hijo, Persona de la Santísima Trinidad, se encarnó,
se hizo materia humana, el espíritu Santo en cambio, se apareció bajo la apariencia
de paloma en el bautismo del Jordán. De soplo, en apariciones de Jesús resucitado.
O de fuego, el día de Pentecostés. Pero de ello no se deduce ni que se
“empalomara”, ni fuera vendaval, ni se entorchase. Fueron apariencias sensoriales,
no realidades objetivas.
La imagen más tradicional con la que se representa en Occidente al Espíritu Santo,
es la de paloma. Hoy en día para el urbanita, esta figura, generalmente, le enoja,
es un ave que ensucia y deteriora monumentos. Inadecuado icono, pese a su
antigüedad. Porque el Paráclito, defensor significa esta palabra, nos infunde la
eterna juventud de Dios. En la cartuja de Miraflores, en Burgos, se le representa
por un chico, claramente masculino. En el “ermitage de la Trinite” en el sur de
Francia, se trata de una figura juvenil, que no se aprecia a que género pertenece.
En Urschalling, en Alemania, sí que es claramente femenina. A mí personalmente,
la apariencia de fuego, es la que me resulta más ajustada y atractiva. Un recipiente
en el que arde alcohol, cuya llama alegre casi es invisible, es lo que me sugiere
mejor la misteriosa realidad divina del Espíritu Santo.
¡Tanto escribir y todavía no os he trasmitido ninguna noción teológica que os
aproveche! ¡pobre de mí! Estoy seguro de que en escritos paralelos, de sabios
autores, satisfaréis vuestro interés. Pero no quiero dejaros ayunos de doctrina, sin
que quiera utilizar un lenguaje dogmático. Brevemente lo haré.
Imaginaos que estamos sumergidos en una burbuja que nos encierra. Una fina
membrana transparente, que llamamos espacio y tiempo, establece los límites. De
alguna manera, y os vuelvo a recordar que no teologizo, podríamos decir que el
inicio de la existencia, sería obra del Padre. La enseñanza de la vida correcta y la
salvación humana, lo es del Hijo (esto sí que es exacto). Elevado al Cielo Jesús,
empieza la etapa del Espíritu Santo, que pese a su perenne actualidad y necesidad
que de Él tenemos, es tan olvidado.
Se quejaba hace poco el Papa Francisco de lo avinagrado de la apariencia de
algunos cristianos. Estoy seguro de que estaría pensando que era a causa de que
no están empapados del Paráclito. Que es juventud, optimismo, sonrisa divina.
Mis queridos jóvenes lectores, olvidaos de discutir y pretender demostraciones de
vuestra Fe de esta manera. Es preciso que os deis cuenta de que se nos exige otra
diferente. Es cuestión de dar testimonio de ella con una alegría desbordante, que
no es carcajada, ni ironía, que no se fundamenta en ningún triunfo, ni dominio, ni
riqueza. Que si exhaláis hasta por los codos felicidad, descubrirán los demás que
dentro vuestro está el Espíritu. Y también ellos querrán enriquecerse con Él, que de
nadie tiene de Él el monopolio.