SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (C)
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
12 de mayo 2013
Lc 24, 46-53
Gran alegría . Este es el estado de ánimo de los discípulos después que Jesús se
separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Puede parecer más bien extraña esta gran
alegría , porque tenderíamos a pensar que más bien debería ser un momento triste
dado que Jesús, en la ascensión, se separa visiblemente de ellos y ya no lo verán
más. De un modo similar, la liturgia de la Iglesia hoy nos invita también, y de modo
particular, a la alegría. Tratemos, pues, hermanos y hermanas, de buscar en el texto
evangélico que nos ha proclamado el diácono las razones de esta gran alegría de los
discípulos después de la ascensión del Señor, las razones que, según la oración de la
Iglesia, nos han de llevar, también a nosotros, a experimentarla, esta gran alegría.
La primera razón es la resurrección de Jesús después de su muerte. La derrota que
significaba su pasión y su cruz, no acabó en el sepulcro. Del lugar de la muerte, surgió
la vida. No una vida mortal, como la que Jesús tenía antes, sino una vida nueva en
plenitud, sin las limitaciones corporales; una vida que nunca tendrá fin. Ver, pues, el
rostro deseado del Maestro, fue por los discípulos motivo de una gran alegría. Y,
también debe serlo por quienes amamos a Jesucristo y lo hemos dejado entrar en
nuestras vidas. Pero la alegría aún se hace más intensa cuando pensamos que la
pasión y la muerte de Jesús nos aportan, como decía el Evangelio, el perdón de
nuestros pecados , la curación espiritual del mal que haya en nosotros y, además, nos
abren la puerta a participar de la vida eterna con él.
La segunda razón de la gran alegría que experimentaron los discípulos después de la
ascensión de Jesús, es saber que, tal como él les ha dicho, el Padre les enviará el don
del Espíritu Santo para revestirlos de una fuerza divina. El Espíritu Santo les afianzará
la fe, les hará descubrir cada día ael Cristo presente en el fondo de su corazón y en
medio de la comunidad cristiana reunida en su nombre. Esta fuerza del Espíritu les
hará entender el sentido de las Escrituras y como todas ellas hacen referencia a
Jesucristo, les llevará a dar testimonio de Jesús. A partir de este testimonio, todo el
mundo podrá experimentar la alegría que da la fe cristiana al ver que satisface la
nostalgia humana de plenitud, el deseo de bien y de vida.
Quizás alguien puede pensar: yo ya creo, pero no experimento esta alegría de los
discípulos . En este caso, podría ser que la persona de Jesús quedara reducida en
nosotros sólo a un conocimiento intelectual, sin que el contenido de la fe nos haya
pasado el corazón, el núcleo más central de nuestro yo. Si fuera así, nos convendría
profundizar la vivencia de la fe. Lo podemos hacer mediante una lectura orante de la
Sagrada Escritura, la participación atenta y fructuosa en los sacramentos,
particularmente en la celebración de la Eucaristía, y, además, dándonos a la oración,
en un diálogo de tú a tú con Cristo resucitado que nos abra a la acción del Espíritu
Santo. En este año de la fe estamos, precisamente, invitados a profundizar nuestra
vivencia cristiana, a intensificar nuestra relación personal con Jesucristo.
El evangelio de hoy no sólo nos invita a la alegría porque el Cristo resucitado no se
aleja de nosotros y habita en el cristiano y en el seno de la comunidad cristiana, sino
que marca el inicio de la misión de la Iglesia. Jesús dice a los discípulos que hay que
predicar en su nombre a todos los pueblos . Es decir, nos invita a anunciarlo como
esperanza para la humanidad entera. Fijémonos que dice a todos los pueblos , porque
los destinatarios de la obra salvadora de Jesús no son sólo los pueblos de cultura
occidental, como algunos creen. Los cristianos tenemos que anunciar la persona de
Jesús y su Evangelio a todos, para que todos experimenten la paz y la alegría que él
da, la luz que aporta para la vida. La hemos de anunciar porque sólo él ofrece a la
humanidad la posibilidad de alcanzar la plenitud de la salvación. Nosotros, pues, que
hoy celebramos la solemnidad de la Ascensión en Montserrat, también debemos ser
testigos a partir de la experiencia que hacemos en el vivir cristiano, en la meditación
de la Palabra de Dios, en la celebración de la Eucaristía. Debemos explicar a los
demás la obra que Jesucristo hace en nosotros. Debemos hacerlo de una manera
respetuosa, proponiéndoles descubrir la persona de Cristo. El encargo que Jesús
hacía a los discípulos de ser testigos también lo hemos recibido nosotros. El
testimonio es, además, otro elemento principal del año de la fe. Si hemos descubierto
la persona de Jesucristo y la alegría que nos aporta porque nos ilumina toda la
existencia humana, con las alegrías y los sufrimientos que conlleva, nos saldrá
espontáneo el anunciarlo.
Sí, hermanos y hermanas, alegría y testimonio de Jesús es lo que tenemos que
aportar a la sociedad. Si somos cristianos y no sentimos el anhelo de hacerlo, es que
tenemos una fe muy escasa o bien que amamos poco al Señor. Si fuera así, querría
decir que nos hemos de renovar espiritualmente para reencontrar el dinamismo que la
Palabra de Dios que hemos escuchado nos llama a vivir.
En el evangelio de hoy, hay, todavía, dos actitudes de los discípulos que ahora
podemos vivir en esta eucaristía. La adoración ( ellos se postraron ante él, dice el
texto) y la acción de gracias ( estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios , dice
también). Adoración y acción de gracias es lo que brota del corazón cuando se ha
descubierto a Jesús, su persona, su amor sin límites por nosotros, cuando se ha
descubierto todo lo que ha hecho a nuestro favor y de la humanidad entera para que
vivamos intensamente ahora y podamos llegar a disfrutar de él eternamente en la vida
de la gloria.