Ciclo ABC: Solemnidad. Domingo de Pentecostés
Rosalino Dizon Reyes.
Él derramó copiosamente sobre nosotros su Espíritu por medio de Jesucristo (Tit 3,
6)
Al igual que las puertas cerradas no le resultan impenetrables a Jesús, así no
pueden impedir su largueza la infidelidad, la debilidad y el miedo de sus
confidentes, partícipes de su mesa, compañeros de viaje desde Galilea hacia
Jerusalén.
Jesús no les paga infidelidad con infidelidad. No les da razón para que teman y se
avergüencen aún más. Los tranquiliza, asegurándoles que el mismo que fue
abandonado por ellos y luego crucificado les está ofreciendo la paz. Les confía
además una misión. Les anima con su propio aliento, capacitándoles para esa
misión de predicar en su nombre «la conversión y el perdón de los pecados», de
dar la absolución o rehusarla.
Y ese Espíritu representa la generosidad abundante e inclusiva. Pues, él nos ayuda
a los que no sabemos qué debemos pedir e intercede por nosotros para que
consigamos todo lo que nos satisfará auténtica y plenamente. Con este Don de
dones, el Padre celestial les hace desbordar de riquezas a quienes oran con
insistencia. También de un solo fuego divino participamos todos los discípulos. Él
se reparte y se posa encima de cada uno. Nos hace capaces de proclamar las
maravillas de Dios de modo desconcertante e inteligible a todos y diversos pueblos,
y de reparar así la confusión y la división de Babel.
Así que el Espíritu Santo significa la unión y la enseñanza común, y no la desunión
ni el cisma o la herejía (1 Jn 2, 19-20). El Padre generoso de los pobres no tiene
nada que ver con los sectarios que prohíben que se compartan los dones
espirituales con los considerados forasteros y se creen que tienen monopolio de la
profecía, por ejemplo, del exorcismo o de las Escrituras, confiadas a la comunidad
de creyentes que ciertamente no se limitan a exegetas y teólogos, predicadores y
maestros oficiales (cf. Núm 11, 25-29; Mc 9, 38-39; Reglas Comunes C.M. XII, 10;
discurso del Papa Francisco a los miembros de la Pontificia Comisión Bíblica). El
sectarismo es exclusivista, dominante y tacaño a la vez. No concuerda con el
Espiritu Santo que respeta la diversidad. En este un solo Espíritu hemos sido
bautizados, ciudadanos y extranjeros, inmigrantes documentados e
indocumentados, directores ejecutivos y peones, hombres y mujeres, para formar
un solo cuerpo.
Por la edificación del cuerpo se preocupa, entonces, quien ha recibido realmente la
unción del Espíritu Santo. No se encierra en sus propios intereses. No actúa como
Simón el Mago—el supuesto patriarca del gnosticismo «cristiano», sumergido en los
asombrosos secretos arcanos e idiomas esótericos, todavía confundidos con el
misterio divino—ni como los arribistas que también creen que el dinero lo puede
todo. Tiene más bien los sentimientos propios de Jesús que nos dio a conocer el
amor verdadero y la liberalidad al extremo al dar su vida por nosotros. Hombre con
entrañas, no le niega su socorro al hermano necesitado.
Es decir, quien vive según el Espíritu Santo vive lo que celebra en la eucaristía.
Abrasado por la llama del amor, el que sí es obrero tiene «un corazón grande,
ancho, inmenso» y no conoce obstáculos, ni la vejez siquiera (XI, 57, 122-123,
590).
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)