Ciclo ABC: Solemnidad. Domingo de Pentecostés
Pedro Guillén Goñi, C.M.
Jesús cuando se despide de sus discípulos les promete que no los dejará solos sino
que les enviará el Espíritu Santo que prolongará su presencia en medio del mundo.
El fruto de la resurrección y ascensión a los cielos de Jesús es el don del Espíritu
Santo. Gracias a su impulso se transforma el mundo, crece el amor y se tiende
hacia la justicia.
Jesús, al aparecerse a sus discípulos para exhalarles el aliento divino y otorgarles
así el Espíritu Santo, les ofrece la paz. La paz de Jesús tiene el poder de
transformar el miedo en entusiasmo, la duda en fortaleza, la decepción en
esperanza. Jesús sabe que la paz es sumamente frágil y puede quebrarse con
facilidad por eso les confiere el don del Espíritu que lleva consigo una actitud de
fortaleza para mantener esa paz y fomentar el perdón. Si nos dejamos conducir por
el Espíritu Santo gozaremos de la paz que es fruto del arrepentimiento personal que
nos conduce a un clima de concordia, tolerancia y aceptación entre todos.
Al saludar al Señor los discípulos se llenaron de inmensa alegría. Es la alegría que
sienten al colaborar con el Proyecto de Dios en la instauración del Reino y en
vivenciar el anuncio y la obra de Cristo en el mundo.
Adherente a la paz y la alegría se encuentra el envío, la misión. Los discípulos, una
vez que han superado el miedo y la duda por el poder del Espíritu Santo, se sienten
ya preparados y motivados para anunciar el triunfo de la resurrección de Jesús a los
hombres. No podían callar lo que habían visto y oído. Un poder nuevo perdonaba
los pecados, creaba comunión y los iluminaba para proclamar su mensaje . Así,
poco a poco, surgirían las primeras comunidades cristianas.
Hoy cada uno de nosotros, como los primeros discípulos que sintieron la presencia
del Espíritu Santo en su vida, tenemos también la misma urgencia y el mismo
compromiso: ser presencia de Dios en el mundo y testificarlo en medio de los
hombres para que descubran su acción salvadora. La misma misión, la misma
presencia, el mismo proyecto, el mismo Espíritu de Jesús está en nosotros.
Si permitimos que el Espíritu del Señor ilumine nuestro corazón y su luz
transformante nos inunde de paz y alegría, si nos sentimos instrumentos de su
presencia en el mundo anunciando su mensaje, habrá nacido en nosotros cada día
un nuevo Pentecostés..
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)