Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Los frutos del Espíritu Santo
Mons. Luis María Martínez llamaba al Espíritu Santo “el gran desconocido” y tenía mucha razón,
porque se le conoce poco, y son menos los que lo invocan para beneficiarse de su acción
santificadora. Este domingo, Solemnidad de Pentecostés, consideremos dos de sus múltiples dones
para valorarlo mejor y acrecentar nuestra cercanía y confianza en Él.
Del Espíritu Santo proceden todos los bienes materiales y espirituales que recibimos. San Cirilo de
Jerusalén hace una hermosa comparación con el agua. El agua es condición necesaria para que haya
vida, ¿cierto? La lluvia siendo siempre la misma, produce efectos muy diferentes dependiendo de
quién la recibe. En una vid se convierte en uva y luego en vino; en un árbol frutal se convertirá en
naranjo, en limón, en lima y dará un fruto exquisito. El agua siendo la misma produce diversidad de
frutos. Así es Dios, siendo el mismo produce diversos frutos según la persona que lo recibe, pero
siempre es Dios la fuente de donde nace todo bien. Como el agua hace germinar al árbol seco, así
también el Espíritu Santo devuelve la vida de gracia a través del perdón de los pecados. Como el
agua nutre al árbol sano para que a su tiempo produzca la cosecha, así el Espíritu Santo alimenta
con la Eucaristía para ayudarnos a perseverar en la confianza, en el bien y en la fe. Inaccesible por
su naturaleza, se hace accesible por su bondad.
El Espíritu Santo es el artífice de nuestra santificación. Dios Padre fue el creador, Dios Hijo fue el
redentor y Dios Espíritu Santo es el santificador. Él tiene la tarea de llevarnos al cielo. ¿De dónde
nace por ejemplo el arrepentimiento? ¡De Dios! Incluso los malos escuchan su voz cuando los llama
a la conversión. La conciencia es la misma voz de Dios en el corazón de los hombres. Llevamos a
Dios grabados en lo más íntimo de nuestro ser. El deseo de buscar la dicha y la felicidad, el deseo de
la justicia y de la verdad ¿de dónde provienen? ¡De Dios! Está presente en cada uno de los que
quieren recibirlo. “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta,
entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Apoc 3,20).
Para concluir, quiero compartir la oración al Espíritu Santo que conviene rezar junto con el Padre
nuestro, el ave María y la oración al ángel de la guarda: “Espíritu Santo, inspírame lo que debo
pensar, lo que debo decir, lo que debo callar, lo que debo escribir, lo que debo hacer, cómo debo
obrar para buscar el bien de los hombres y el cumplimiento de mi responsabilidad según mi estado
de vida”. Amén.
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