¡VEN, ESPÍRITU SANTO!
Olemnidad. Domingo de Pentecostés
Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde,
con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de
ellos y les dijo: ¡La paz esté con ustedes! Dicho esto, les mostró las manos y el costado.
Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor. Jesús les volvió a decir: ¡La paz esté con
ustedes! Como el Padre me envió a mí, así los envío yo también a ustedes. Dicho esto,
sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo: a quienes absuelvan de sus pecados,
serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos. (Jn. 20,19-23).
Hoy es el cumpleaños de nuestra Madre la Iglesia, que nació el día de Pentecostés
por obra del Espíritu Santo, quien se sirvió de María para engendrarla a semejanza
de cómo engendró a Jesús.
El Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad, es quien hizo surgir
todo lo creado y lo conserva sin cesar. También acompaña, da vida y fortaleza a la
Iglesia, a fin de que sea transmisora de salvación para la humanidad.
¿Veo así a la Iglesia? ¿O sólo veo jerarquía, clero, obras, miserias y ritos?
El Espíritu Santo se hizo presente en el bautismo de Jesús en forma de paloma; y el
día de Pentecostés se manifestó en forma de llamas de fuego y viento impetuoso.
Pero la Biblia y la Liturgia mencionan muchos otros signos bajo los cuales Espíritu
Santo se manifiesta presente y actuante: vida, fuego, luz, calor, agua, brisa, gozo,
aliento, fortaleza, consuelo, amor, paz...
Es necesario invocar con insistencia y con fe al Espíritu Santo, pues “quien no tiene
el Espíritu de Cristo, no es de Cristo” (Rom 8, 9).
¿Tengo yo el Espíritu de Cristo? ¿En qué se me nota? Si no, ¡a desearlo y pedirlo!
Jesús dice a sus discípulos –y hoy a nosotros-: “Como el Padre me envi￳ a mí, así
los envío yo a ustedes” (Jn 20, 21). No es una misión exclusiva para la jerarquía o
el clero, sino que compete a todo cristiano, nombre que significa “portador de
Cristo”, “testigo de Cristo”, “persona unida a Cristo” por obra del Espíritu Santo.
Como el miedo “encerr￳” a los discípulos de Jesús en el Cenáculo antes de
Pentecostés, así les puede suceder a los pastores y fieles que no creen que Cristo
resucitado está presente en medio de ellos con su Espíritu, para dar paz, alegría,
fortaleza y eficacia salvadora a sus vidas y obras, que sin su ayuda se quedan
vacías de valor salvífico.
Ser testigos de Jesús no es sólo repetir sus palabras y su doctrina, sino imitarlo en
sus actitudes y obras, acogerlo en la vida, darlo a conocer; lo cual sólo es posible
por la acción del Espíritu Santo en nosotros, como lo afirma san Pablo: “Ni siquiera
podemos decir: ‘Jesús es el Se￱or’ si no es bajo la acci￳n del Espíritu Santo” (1 Cor
12, 3). Sin su ayuda “nada bueno hay en el hombre, nada saludable”.
¿Me ilusiono creyendo que puedo dar testimonio de Jesús sin la ayuda del Espíritu
Santo?
Sin embargo, a pesar de ser débiles, pecadores y deficientes en todo, Jesús nos
llama, como a los apóstoles, a compartir su propia misión. Y nos da, como a ellos,
los dones y carismas necesarios para realizarla.
Jesús nos envía el Espíritu Santo para que produzcamos mucho fruto, según su
promesa infalible: “Quien está unido a mí, produce mucho fruto” (Jn 15, 5). A
nosotros nos toca acogerlo para darlo, pues “sin mí no pueden hacer nada” (Jn 15,
5), en orden a la salvación propia y ajena.
San Pablo nos asegura el premio: “El mismo que resucit￳ a Jesús de entre los
muertos, vivificará también sus cuerpos mortales por obra de su Espíritu que habita
en ustedes” (Romanos 8.11). Ése es nuestro glorioso destino, por el que vale la
pena jugarlo todo, sostenidos con la fuerza del Espíritu Santo.
¿Siento que estoy compartiendo la misión de Cristo, unido a Él? ¿O eso me trae sin
cuidado? ¿No me sacude la palabra de Jesús: “Quien no está conmigo, está contra
mí”; y quien no recoge conmigo, desparrama? (Mt 12, 30). Es necesario
asegurarnos la unión gozosa con a Él para poder compartir su misión con alegría y
con frutos de salvación para nosotros y para otros.
Padre Jesús Álvarez, ssp