VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas:
Lecturas bíblicas
a.- 1Sam. 26, 2. 6. 9. 12-13: El Señor me puso en tus manos, pero yo no he
querido atentar contra ti.
A medida que avanza esta historia en este primer libro de Samuel, la figura de
David adquiere estatura mayor frente al rey Saúl, siempre a costa del monarca,
como trasfondo de la realidad en que siempre destaca la figura de David. Es verdad
que Saúl tuvo palabras de reconocimiento de la bondad del corazón de David:
“Cuando David hubo acabado de decir estas palabras a Saúl, dijo Saúl: «¿Es ésta tu
voz, hijo mío David?» Y alzando Saúl su voz, rompió a llorar, y dijo a David: «Más
justo eres tú que yo, pues tú me haces beneficios y yo te devuelvo males; hoy has
mostrado tu bondad, pues Yahveh me ha puesto en tus manos y no me has
matado. ¿Qué hombre encuentra a su enemigo y le permite seguir su camino en
paz? Que Yahveh te premie por el bien que hoy me has hecho. Ahora tengo por
cierto que reinarás y que el reino de Israel se afirmará en tus manos.” (1Sam.
24,18-21). Palabras que conmueven paro no suficientes ya que Saúl olvidó vaciar
su coraz￳n del odio, el rencor, la sed de venganza y ofrecer a su “hijo” David la
reconciliación tan esperada por él.
Lo que a Saúl le faltó, a David le salía por los poros del alma hasta el heroísmo. El
futuro rey David no sólo venció a Goliat, ha triunfado en los campos de batalla, ha
sabido triunfar de sí mismo, controlar el odio y la venganza, hasta límites
insospechados que conmueven, emocionan por su nitidez y belleza. Páginas éstas,
que poseen un gran valor literario y psicológico, que trasmiten la nobleza y
magnanimidad de David, como persona, y llamado a ser rey de Israel. Esta nobleza
del alma de David, queda plasmada en que respeta la unción que había recibido
Saúl como rey de Israel, cuando hubiera podido acabar con su vida si hubiera
querido (cfr. 1Sam.24, 12-16). Todo este libro quiere señalar la transitoriedad del
sistema tribal al régimen monárquico; de ahí la importancia de la sacralidad de los
monarcas, debido a la unción recibida por Saúl el día de su coronación
(cfr.1Sam.24). Los cc. 24 y 26 narran acontecimientos muy parecidos, moldeados
de manera semejante por la tradición oral y luego escrita, destacando la
generosidad de David y su respeto sagrado por la figura de Saúl.
b.- 1Cor. 15, 45-49: Seremos imagen del hombre celestial.
El apóstol entra ahora explicar el modo de la resurrección, el cómo, usando para
ello las imágenes de la naturaleza que todos pueden comprender. El grano de trigo
que una vez sembrado, muere, y renace como como lozana espiga. Es lo que
sucederá en la resurrección: el cuerpo resucitado será el mismo que el cuerpo
mortal, pero no lo mismo, de corruptible pasa a ser incorruptible, de miserable en
glorioso, de débil en robusto. Se siembra un cuerpo natural y resucita un cuerpo
espiritual. La alusión al cuerpo le da pie a Pablo para decir que el primer Adán era
una vida viviente, el segundo Adán es un espíritu vivificador; el primero atrajo a la
humanidad a la muerte, volverla a la tierra de dónde había salido; el segundo atrae
a la humanidad para llevarla al cielo, de dónde ÉL procede. Para alcanzar la
resurrección, habrá que dejar los dominios de la carne, para entrar la vida del
Espíritu. Como sea, lo esencial para el cristiano es la esperanza en una vida eterna,
continuidad de lo iniciado aquí en la fe. Termina el apóstol, exponiendo el misterio
de la Parusía, que los que entonces vivan serán transformados, no morirán, su
existencia será gloriosa para siempre.
c.- Lc. 6, 27-38: Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo .
El evangelista Lucas recoge una serie de proverbios de Jesús, que en general se
encuentran en el discurso de Mateo (cfr. 5,20-48), donde proclama el nuevo
programa de santidad y fidelidad que quiere para el discípulo de Cristo. “Sed
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt. 5, 48), eco de un texto del
Levítico: “Seréis santos porque yo el Se￱or, vuestro Dios, soy santo” (19, 2). El
evangelista, quiere acentuar el amor de Jesús por los enemigos, por ello agrega:
“Sed compasivos como vuestro Padre celestial es compasivo” (v.36). Jesús para
subrayar el amor al enemigo, acentúa la gratuidad de Dios, que hace salir el sol
sobre buenos y malos, justos e injustos, “que es bueno con los desagradecidos”
(v. 35). Para ser santos y amar a los enemigos, el discípulo de Cristo, debe imitar
a Dios Padre. Mientras Mateo, que escribe para judíos con una mentalidad más
jurídica, habla de perfección de Dios; Lucas, que escribe para paganos, exalta la
bondad y la misericordia divina. El amor del cristiano debe estar por sobre su
naturaleza pecadora, para abrirse al prójimo, todo hombre, también el adversario
y el enemigo. Debemos imitar el modo de amor de Dios Padre, amor infinito, que
frente a un amor a veces interesado, quiere corresponder en algo a ese amor
divino, amando al prójimo, con lo cual somos hijos de Dios Padre. De este modo,
nos convertimos en signos de su amor en el mundo. Si en las bienaventuranzas
nos había programado para ser misericordiosos y hombres de paz, hoy nos pide
amar a nuestros enemigos, hacer el bien a quien nos haga mal, orar por los que
nos injurian (vv. 32-38). Itinerario bastante exigente, hecho para hombres y
mujeres de fe, valientes y fuertes, pacientes y recios, que vencen el espiral de odio
y violencia que los circunda, imitando a Jesús en su Pasión. Fue insultado,
golpeado, azotado, crucificado, hasta morir perdonando a sus enemigos. De ese
modo, amó Dios al hombre, bienaventurados los que aman como Jesucristo, no
buscando recompensa, sino entregándose en cada momento al prójimo más
cercano. Perdón y amor deben ser vividos entrañablemente en la comunidad
eclesial (cfr. Col. 3, 12ss). Quien asume este evangelio, es un cristiano convertido
al Reino de Dios, que unido a Jesucristo, y con la fuerza del Espíritu Santo, siempre
cree y espera porque ama como Dios.
Teresa de Jesús, cuando comenta el Padre Nuestro, establece diálogo con el Hijo,
para conocer mejor al Padre: “Oh Hijo de Dios y Se￱or mío! c￳mo dais tanto,
junto a la primera palabra? Ya que os humilláis a Vos con extremo tan grande en
juntaros con nosotros al pedir y haceros hermano de cosa tan baja y miserable,
¿cómo nos dais en nombre de vuestro Padre todo lo que se puede dar, pues queréis
que nos tenga por hijos, que vuestra palabra no puede faltar? Obligáisle a que la
cumpla, que no es pequeña carga, pues en siendo Padre nos ha de sufrir por graves
que sean las ofensas. Si nos tornamos a El, como al hijo pródigo hanos de
perdonar, hanos de consolar en nuestros trabajos, hanos de sustentar como lo ha
de hacer un tal Padre, que forzado ha de ser mejor que todos los padres del
mundo, porque en Él no puede haber sino todo bien cumplido; y después de todo
esto hacernos participantes y herederos con Vos.” (CV 27,2).