VII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
MIERCOLES
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas:
Lecturas bíblicas
a.- Eclo. 4,12-22: Dios ama a los que aman la sabiduría.
b.- Mc. 9, 37-39: Empleo del Nombre de Jesús.
La narración de este pasaje evangélico, es curiosa, por decir lo menos, ya que un
exorcista usa el Nombre Jesús, sin ser del número de sus discípulos. Si esto es
extraño, más son las palabras de Cristo: “Pero Jesús dijo: «No se lo impidáis, pues
no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de
hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros.» (vv. 39-
40). Algo parecido había sucedido en los tiempos de Moisés, cuando Josué quiso
impedir que dos hombres, Eldad y Medad, recibieran el espíritu profético, porque no
habían asistido a la asamblea con el resto de ancianos, para recibir tal poder. La
respuesta de Moisés, fue que ojalá todo el pueblo recibiera el espíritu profético, de
parte de Yahvé (cfr. Nm. 11, 29). En ambos casos, se trataba de monopolizar un
carisma, partiendo de una estrechez de espíritu y de mente. Moisés y Jesús,
coinciden en su postura de apertura a la obra del Espíritu de Dios. Bien a las claras
Jesús, enseña que su comunidad eclesial, no es algo cerrado, sino abierta a todos.
Aunque no pertenezcan a la comunidad, existen personas buenas, honradas, que a
su modo buscan a Dios en sus vidas, practicando el bien, la caridad, la justicia y el
amor, mejor, incluso, que los mismos creyentes. Todos esos aunque no lo sepan,
están con Cristo, es decir, con la asamblea eclesial. Cristianos anónimos, se les ha
denominado, el problema está en que son los inscritos, los bautizados, los que los
ignoran, porque como decían los apóstoles, no son de los nuestros. También hoy
encontramos hombres y mujeres que adhieren a Jesucristo, al Reino de Dios, pero
no a la Iglesia formalmente. El Reino es mucho más que los límites de la Iglesia,
por lo tanto, existen muchos que de buena voluntad aman a Dios y al prójimo, y se
comprometen en causas justas y nobles como los derechos humanos en países en
conflicto, o luchan por una sociedad más humana, y mientras no rechacen a Cristo,
están a su favor, es decir con la comunidad eclesial, con sus seguidores. Por
caminos misteriosos reciben los bienes de la salvación, desde el sacrificio en la Cruz
cuyos bienes alcanzan a toda la humanidad. Antes de la Pascua de Jesús y de
Pentecostés, los apóstoles se sienten depositarios únicos del mensaje, del poder y
misión de Jesús. Luego de estos acontecimientos la comunidad cristiana comprende
que lo que enseñó, entregó y mandó el Señor Jesús, no pertenece a nadie sino a
toda la comunidad eclesial: jerarquía y fieles. Lo que se necesita que los carismas y
funciones estén claras y en sabia y prudente armonía se sirva a Dios y al prójimo,
sin sentirse dueños de los mismos sino humildes administradores.
Nuestra Santa Madre, Teresa de Jesús, ante la realidad que le toca vivir con la
reforma protestante del s. XVI, eleva cual sacerdote al Padre, una oración para que
conserve entre nosotros a su Hijo en la Eucaristía, salve a la Iglesia, y entre los
hombres exista paz verdadera. “Pues ¿qué he de hacer, Criador mío, sino
presentaros este Pan sacratísimo, y aunque nos le disteis, tornároslo a dar y
suplicaros, por los méritos de vuestro Hijo, me hagáis esta merced, pues por tantas
partes lo tiene merecido? Ya, Señor, ya haced que se sosiegue este mar; no ande
siempre en tanta tempestad esta nave de la Iglesia, salvadnos, Señor mío, que
perecemos.” (Camino 35, 4-5).